Hace unos días, en un edificio del centro de Linares, dos niñas silentes y serias suben al ascensor. Son las hermanas Torrealba. Al cabo de unos segundos, Gracia, la menor, – 7 años aprox.- mira a su hermana y le pregunta: “¿Tú le crees a la Caperucita Roja?” Vicenta, -14 años- mueve la cabeza afirmativamente. La pequeña, obsesivamente desconfiada, le responde: “Yo no. No soy tonta. Es imposible que después de abrirle la guata al lobo, hayan encontrado a la Caperucita y a su abuelita viva. Eso es mentira.”
Vicenta mira el techo y replica: “No es mentira…. en el mundo de la Caperucita Roja, esas cosas pueden pasar. Acá, donde vivimos nosotros, no, pero en el bosque de la Caperucita, sí.” La menor, manteniendo un alto grado de incredulidad, devuelve la mirada y sentencia: “Puede ser… igual en el bosque de la Caperucita pasan cosas muy raras, con decirte que los lobos hablan.”
El diálogo se interrumpe. El ascensor llega al primer piso, las Torrealba se retiran y este narrador testigo, concluye que pocas veces ha escuchado una lección más clara del concepto de ficción: “No es mentira, en el mundo de la Caperucita esas cosas pueden pasar”
Verosimilitud: símil a la verdad.
Escribir ficción, en cualquiera de sus géneros, es crear un mundo, darle vida a un nuevo universo que sólo existe dentro de la obra. Se gesta un universo desconocido, infinito y contundente, donde los lobos hablan.
Escribir involucra creación, implica una proyección estética, un acercamiento al arte.
Ese acercamiento nada tiene que ver con la mentira. Aquel está creado sobre falsedades, bautizadas como fakes news; hipocresías que se convierten en normalizaciones de quienes manejan el poder político, cultural, académico, económico, etc. Personajes cuyo objetivo es estandarizar a la población, reconducirla y reeducarla. Esta nada tiene que ver con la capacidad de crear mundos, de lucubrar con el lenguaje y construir realidades paralelas que permiten que, entre otras cosas, se abra la panza de un lobo y de su interior se rescate a una niña y su abuelita en excelente estado de salud.
Hace unos días, el escritor chileno Oscar Contardo cuenta en el diario La Tercera lo ocurrido en Madrid.
“Una familia contrató a una empresa especializada en desalojar okupas. El dueño de la empresa habló con los reporteros que se habían acomodado frente al edificio y les contó que a la mujer que se pretendía desalojar era marroquí y que originalmente había sido contratada para cuidar a la anciana que ahora estaba en casa de unos parientes. Los vecinos se indignaron: una extranjera aprovechándose de una anciana. La ira cundió y Vox, el partido de ultraderecha, se hizo parte azuzando a la opinión pública a través de sus redes sociales: la mujer marroquí comenzó a recibir amenazas de muerte a su celular. El problema es que todo era una mentira no muy difícil de descubrir. La anciana, que residía en el departamento, se había ido a vivir con su hermano. Aunque ella no era la dueña del departamento, le subarrendaba una habitación a la mujer marroquí, una joven profesional que había llegado como becaria de posgrado a España en 2017. La extranjera nunca fue su cuidadora. El problema era que la dueña del inmueble, que residía en otra ciudad, prohibía el subarriendo y cuando constató que había una inquilina no autorizada, le pidió a la arrendataria original rescindir el contrato.” (31/10/2019)
La literatura, a diferencia de lo vivido en Madrid, Iquique o New Jersey, presenta una realidad otra que sólo existe en un texto propuesto por un narrador y terminado de construir por un receptor. El lector, con su interpretación propia, subjetiva, individual, completa la obra.
La mentira no aspira a la interpretación, sino al establecimiento de una verdad absoluta. (La marroquí era, sí o sí, la cuidadora/okupa) La ficción, por su parte, nos lleva a indagar nuevos mundos, lógicas fascinantes y desconocidas. Como no recordar a Monsieur Dupin, viejo francés que, a través de especulaciones, logra descubrir al asesino de la mujer y su hija en el viejo departamento de la calle Morgue. Imposible olvidar a Manuela, protagonista de El lugar sin límites quien, desde Pelarco, nos enfrenta a una imbricada realidad, para que cada uno de sus receptores vean como la enfrenta.
Aunque parezca un lugar común, se debe decir que jamás imaginaremos a Manuela o Monsieur Dupin diciendo una mentira.
¿Qué reflexión proponen estas aseveraciones?
La literatura implica una cesión de la voz. El autor entrega la voz al narrador. No es Poe, ni Donoso quienes hablan, son los narradores. Los grandes escritores no pretenden establecer verdades, como lo aclara la hermana mayor en el ascensor de Linares. No en vano grandes obras de la historia literaria son anónimas. El escritor español Pedro Gargantilla dice: “Anónimo es uno de los autores más presentes en la literatura mundial” Las fake news se sustentan en una Post-Verdad, que describe e instala, deliberadamente, una realidad distorsionada. Los hechos no importan, lo importante es que alguien los crea. Hay una sola razón para qué esos hechos se crean: “Yo lo digo”
Lo anterior hace que el autor de la “Post- Verdad” se transforme en un personaje, en el protagonista de su propio relato. “Yo soy el único que dice la verdad en Chile”, declama Hermógenes Pérez de Arce.
La megalomanía proclama y reclama su lugar.
¿Cuál es la reflexión que hay tras esa máxima?
No importa. Lo importante es validar las creencias personales, con el fin de crear y modelar a la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Lo que importa es que el debate se enmarque en apelaciones y/o emociones desconectadas de los detalles.
La literatura no establece verdades absolutas.
La fake news sí.
Por Francisco J. Zañartu.
Escritor – Profesor de Literatura.