Por Iván Witker.
PhD de la Universidad Carlos IV, Praga, República Checa.[i]
La historia política de casi todos los países latinoamericanos está marcada por episodios de tragedia o de opereta y, en algunos casos, de sainete. Pero claro, difícilmente podría ser de otra manera. Ricardo Levene sostiene que el acceso a la independencia fue demasiado brusco. Ello habría generado, afirma, sociedades políticamente inmaduras. Por eso, dependiendo del período que se escoja, prácticamente todas las sociedades latinoamericanas han pasado por alguna de estas experiencias tan vitales, proliferando caudillos de todo tipo y raigambre; herederos del arquetipo hispanoárabe.
Ricardo Levene sostiene que el acceso a la independencia fue demasiado brusco.
Es esta constatación la que llevó a Levene a estimar que en América Latina proliferarían democracias sin ciudadanos; una idea trabajada más tarde por Victoria Camps. Y vaya que el siglo 20, y lo que llevamos del 21, ha ayudado a ratificarlo. Sucesivos defaults, crisis de gobernabilidad, revueltas sociales, golpes militares, renuncias y huidas de presidentes, partidos e instituciones que aparecen y se esfuman, dejan en evidencia que uno de los problemas centrales de las democracias latinoamericanas es la gestión de los recursos. Algo que con certeza forma parte de la inmadurez cívica.
Es esta constatación la que llevó a Levene a estimar que en América Latina proliferarían democracias sin ciudadanos; una idea trabajada más tarde por Victoria Camps.
Algo que con certeza forma parte de la inmadurez cívica.
Por consiguiente, tenemos no sólo el problema común de la corrupción, sino también del manejo poco idóneo (o ingenioso, si se quiere) de la administración general del Estado. En tal contexto, la debilidad institucional viene a ser casi una alegoría.
Cabe preguntarse entonces, ¿cómo incardina esta citada realidad con la inevitable aceleración de los cambios tecnológicos?
¿cómo incardina esta citada realidad con la inevitable aceleración de los cambios tecnológicos?
Daniel Innerarity lo expresó recientemente con claridad meridiana, “el ciberespacio es el nuevo territorio geoestratégico; Internet es la infraestructura donde se construye nuestra cotidianidad y hemos elevado las redes sociales a la categoría de nueva plaza pública”. Un aserto que añade otras dos preguntas, ¿cómo reaccionarán las democracias latinoamericanas ante los inminentes influjos de la inteligencia artificial y su principal característica, la disrupción tecnológica? ¿Habrá espacio para futuras tragedias, operetas y sainetes?
¿Habrá espacio para futuras tragedias, operetas y sainetes?
Parece razonable conjeturar que los espacios se irán reduciendo. Y es que numerosos son los ejemplos donde sobresale el hecho inevitable que los cambios provocados por las disrupciones tecnológicas terminan transformando la esencia de las cuestiones. Por eso, el automóvil sacó de circulación los carros tirados por animales a inicios de siglo 20; por eso, los CD convirtieron a los vinilos en objetos de culto en los 80 para luego desaparecer a manos del streaming; por eso, los teléfonos inteligentes jubilaron a los de pantalla táctil a inicios del siglo 21 y las computadoras a los procesadores de texto y un largo etcétera de otros ejemplos.
Se puede asumir entonces como elemento novedoso de la disrupción tecnológica que se avecina sobre las sociedades -es decir, la inteligencia artificial- una aplicación generalizada a los procesos de gestión. De ahí su salto a influir en toda la actividad política es cosa de muy breve tiempo.
De ahí su salto a influir en toda la actividad política es cosa de muy breve tiempo.
Como muestra vale la pena recordar, que el gran símbolo de las capacidades aparejadas con la inteligencia artificial es el software AlphaZero (de la empresa DeepMind), dotado de capacidad para aprender y desarrollar habilidades propias para los dos más famosos juegos de estrategia, el ajedrez y el go. En ambos, ya demostró estar en condiciones de vencer a cualquier humano. AlphaZero es una evidencia que la inteligencia artificial va más allá del manejo de flujos exorbitantes de datos, que puede combinarlos, evaluarlos e incluso aprender sobre sus resultados. Por consiguiente, las democracias avanzadas del planeta están recurriendo a ella de manera creciente para optimizar diversos procesos decisionales. ¿Por qué deberían permanecer ajenas a esta tendencia las democracias latinoamericanas?
¿Por qué deberían permanecer ajenas a esta tendencia las democracias latinoamericanas?
Emblema de este mundo político con fuerte influencia de la inteligencia artificial son aquellos modelos denominados democracias algorítmicas. Son aquellas singularidades de Corea del Sur, Singapur, Taiwán y otras de anclaje confuciano, que cumplen con los supuestos institucionales (que Occidente acepta como propios de un régimen democrático), pero que orientan masivamente sus políticas públicas según criterios emanados de la inteligencia artificial. Mucho más por cierto que del debate público. Y también mucho más allá que cualquier otra democracia. Es decir, están, por un lado, optando por materializar definiciones y evaluaciones de política pública y diseñando su respectiva institucionalidad en base a algoritmos. Mientras, que, por otro, difuminando las subjetividades que suelen tener los debates. Esto se llama algoritmización de la cosa pública.
Un buen ejemplo de lo que ocurre en esta materia, es la reacción de las democracias algorítmicas ante el ataque del coronavirus. No sólo adoptaron lineamientos respecto a cuestiones sanitarias, sino que eliminaron espacios para que epidemiólogos improvisados inundaran medios de comunicación con opiniones sesgadas, recomendaciones disparatadas o críticas irresponsables a la autoridad. Los confinamientos, la provisión de insumos médicos, el desconfinamiento y demás medidas, se adoptaron en función de algoritmos. Mirado en retrospectiva, las democracias algorítimicas no llegaron a momentos de catástrofe como los vividos en el sur de Europa, o ahora en países latinoamericanos, donde la autoridad se sigue conduciendo según pareceres, decires e incluso supercherías. Por eso, el éxito relativo de las democracias algorítmicas en la guerra contra Covid19, son hoy objeto de curiosidad empírica y teórica.
Un buen ejemplo de lo que ocurre en esta materia, es la reacción de las democracias algorítmicas ante el ataque del coronavirus.
Por eso, el éxito relativo de las democracias algorítmicas en la guerra contra Covid19, son hoy objeto de curiosidad empírica y teórica.
Grosso modo puede decirse que las implicancias generales que tiene la algoritmización de los procesos decisionales son de tres tipos. Primero, una cierta colisión con el ideal liberal (deliberativo e individualista) predominante en Occidente. Segundo, que requiere de una abierta y sistemática campaña de alfabetización digital de la ciudadanía. Esto se refiere no sólo a la accesibilidad de los ciudadanos, sino a la provisión de servicios por parte del Estado. Tercero, que la algoritmización entronca con las crecientes necesidades en materia de ciber-seguridad, especialmente en lo concerniente a las infraestructuras críticas informáticas, que difieren de las físicas, aunque necesariamente van de la mano con éstas. Las industrias de servicios básicos, la bancaria, el transporte etc., serían impensables sin robustas redes de soporte informático. Sobre las vulnerabilidades que presenta Chile, por ejemplo, ya hay cierta claridad (aunque menos consciencia), luego de un hackeo voluminoso a un conocido banco de la plaza, proveniente casi con certeza de una fuente extranjera hace un par de año. Finalmente, la algoritmización intersecta con la protección de datos (individuales y societales) en los diversos niveles de la administración pública.
una cierta colisión con el ideal liberal (deliberativo e individualista) predominante en Occidente. Segundo, que requiere de una abierta y sistemática campaña de alfabetización digital de la ciudadanía.
la algoritmización entronca con las crecientes necesidades en materia de ciber-seguridad
la algoritmización intersecta con la protección de datos (individuales y societales) en los diversos niveles de la administración pública.
Parafraseando a Harari, se puede sostener entonces que las democracias latinoamericanas difícilmente podrán evitar la tendencia a la algoritmización. Y es que resulta casi imposible creer que se pueda eludir esta variable de la vida en esta época, pues, aunque sea embrionariamente, la algoritmización se está instalando en la esencia de todas las actividades humanas. Es una tendencia que supera los deseos; que terminará convenciendo a quienes la miran como algo exógeno a la mentalidad latinoamericana, o bien excesivamente futurista. Ni que decir de quienes prefieren seguir viendo esta actividad como pastoreo de rebaños.
Por cierto, que la disrupción tecnológica tiene para los países latinoamericanos una faceta sumamente preocupante, relacionada con sus niveles de vulnerabilidad, bastante superiores a los de antaño. En ese marco se entiende el estupor causado por las recientes expresiones del empresario y CEO de Tesla Inc. y de SpaceX, Elon Musk acá en la región.
Ciertamente que a estómagos latinoamericanos resultan indigeribles frases escritas por él en twitter. “Daremos un golpe a quién nos de la gana; ¡aguántense!”, dichas a propósito de su imperiosa necesidad de acceder al litio.
Recordemos que Bolivia, Argentina y Chile se disputan con Australia qué país tiene más depósitos de litio. Es comprensible que las reacciones -especialmente bolivianas- hayan sido furibundas. Casi todos los tuiteros latinoamericanos coincidieron en que es escandaloso propiciar un golpe online.
Sin embargo, el tema a dilucidar es, si resulta escandaloso porque no logramos imaginarlo o nos parece perturbador o inmoral. En cualquiera de las variantes, quienes asisten año a año a las cumbres mundiales de hackers (DefCon) en Las Vegas, saben que tales golpes ahora son posibles, y en cosa de muy pocos minutos. Bastan unos cuantos klickeos para acabar con la infraestructura crítica de un país vulnerable. Por eso, la lucha que se viene es fortalecer versus vulnerar aquellas plataformas informáticas que hacen posible la algoritmización.
En consecuencia, parece pertinente prepararse para la vida que se avecina, independientemente de si optan o no por la algoritmización de sus democracias, y si aquello ayuda o no a la madurez de las sociedades latinoamericanas que tanto atormentaba a Levene.
Por de pronto, un componente inicial, pero sine qua non, es la alfabetización digital
ciudadana. Y de paso conocer de primera mano estas democracias algorítimicas.
[i] Investigador Principal del Proyecto “Políticas de E-Government y sus lecciones del caso de Corea del Sur en Chile” de la Escuela de Gobierno de la Universidad Central y Korea Foundation.