Mi papá decía -ingeniero comercial, al fin y al cabo-, que cuando los negocios venían mal, lo peor era insistir en ellos en vez de hacer rápidamente la pérdida y hacer cuentas frías con la realidad. La alternativa, -insistía-, era arriesgarse a convertir las pérdidas en quiebras.
Por ello, empecemos por lo primero: a los que nos consideramos progresistas no nos fue mal sino muy mal.
El rechazo ganó por goleada, en forma contundente e inapelable.
Con excepción de las glorificadas ocho comunas el apruebo perdió en prácticamente todos los segmentos sociales y en todas las regiones.
Creo que para el gobierno esto impone al menos dos cosas: entender que les corresponde a los ganadores o sea a los promotores del rechazo en todas sus modalidades administrar su victoria y el presidente haría mal en desgastarse en un proceso constitucional si representa un sentir minoritario.
Lo que tiene que hacer el gobierno a mi juicio es, valga la redundancia, gobernar, o sea, ejercer la administración del estado desde el poder ejecutivo e implementar políticas públicas que lo hagan distinto y distante a los anteriores gobiernos.
Y para ello tiene un proyecto. El mejor proyecto. El más sentido y presente entre las preocupaciones de la población chilena: La reforma del sistema previsional, para construir uno solidario que comprenda en sus beneficios a la mayoría de los chilenos y que, en combinación con formas preexistentes de ahorro individual y voluntario, permita arbitrar normas que reemplacen en el tiempo el actual sistema de AFP dominante y cuestionado.
Basta con agregar la voluntariedad y opción entre sistemas para que el cambio sea profundo.
Si el gobierno consigue aprobar una ley sobre un nuevo sistema previsional, en una negociación que comprenda un debate abierto, transparente y participativo será considerado como un gobierno exitoso.
Si además el poder ejecutivo controla el orden público y consigue equilibrar la economía, el plebiscito quedará como el trago amargo que felizmente ocurrió en los inicios del gobierno.
Lo anterior, sin embargo, no salda todas las cuentas, especialmente las de la izquierda. Incluidas, por supuesto, las del suscrito que no fue en el campo de la futurología, precisamente el oráculo de Delfos.
Aunque nos duela, es fundamental hacernos cargo que el plebiscito pasó la cuenta de nuestras cegueras. (Hay quienes prefieren, desde un trasnochado y vergonzante relato marxistoide hablar de autocríticas y derrotas estratégicas. Pero yo prefiero hablar de cegueras.)
Las “cegueras cognitivas”. ¿Y que son las “cegueras cognitivas? Pues ni tan simple ni tan complejo. Son aquellas visiones que con el tiempo devienen en apotegmas, paradigmas intocables, que las comunidades dejan de vivirlas como interpretaciones de la realidad sino como verdades, y por ello mismo, nos impiden percibir esa realidad en todas sus dimensiones y dinamismo.
No tenemos espacio para desarrollar este tema apasionante a cuyo estudio he dedicado mucho tiempo y gran parte de un libro, por lo que me remito a realizarlas en forma de interrogantes:
¿Los y la peñis de verdad son progresistas o conservadores? ¿Qué piensan del aborto, de la propiedad, de la igualdad de género, por ejemplo? ¿De verdad se sienten no chilenos por pertenecer a una etnia? ¿Es cierto como yo sostuve que mientras más pobre y joven se es más progresista en Chile? ¿Fue el estallido social un movimiento antineoliberal? ¿En el ethos cultural del pueblo chileno la bandera, el himno, el escudo no son significativos? ¿Qué entienden los chilenos por prosperidad? ¿Si una persona no quiere votar y es obligado a ello está más inclinado a aprobar o rechazar? ¿hubo uno o varios rechazos; uno o varios apruebo?
Y una pregunta insultantemente obvia: ¿Si lo que se iba decidir en el plebiscito era si se aprueba un texto constitucional por qué no poner en las conversaciones la comparación entre los textos constitucionales para decidir el mejor de ellos y no enfrascarse en conversaciones abstractas, teóricas, intelectuales?
Y sobre el texto propuesto: ¿Si sistema judicial y poder judicial eran lo mismo para que llamarles distinto? ¿Chile es un conjunto de naciones o de pueblos? (como doctamente aclaró mi profesor Gabriel Salazar). ¿Por qué había que ganar el premio mundial del texto constitucional elaborado en el menor tiempo?
Y de mi cosecha unas cuantas preguntas molestas (especialidad del autor): ¿de verdad tenemos derecho después de casi cuarenta años de transición de quejarnos de la orientación de los medios de comunicación escrita? ¿En todo este tiempo no pudimos hacer nada para crear medios alternativos? ¿Tenían razón los que en su tiempo dijeron que la mejor política de medios era no tener medios? ¿Existiría El país de España si hubiera primado ese criterio durante la transición española? ¿Por qué los españoles hubieron incluso de cambiar leyes para subsidiar con aportes del estado el costo del papel para que los nuevos medios pudieran competir en igualdad de condiciones con los medios franquistas? ¿Seguiremos ignorando que los medios de comunicación escritos han sido fundamentales en la formación de las mentalidades de los pueblos en la época contemporánea?
No hay más preguntas Señoría.