El disputado Centro Político: Un espacio angosto y fragmentado

por La Nueva Mirada

Reconstruir un centro alternativo a la derecha conservadora y la izquierda marxista – propuesta del ex DC Gutenberg Martínez, junto a su esposa Soledad Alvear, a partir de su ilusión para formar un nuevo movimiento Social Cristiano – parece más un desafío superado por la historia (cuando un grupo de jóvenes del Partido Conservador renunció para fundar la Falange Nacional) que con una opción de futuro. Hoy, desde esos orígenes, un nuevo centro alternativo no parece tener mucho espacio político para su desarrollo.

Profundos, veloces y radicales cambios  han transformado al mundo en estos últimos 60 años de la mano de la revolución científica y tecnológica. Cayó el Muro de Berlín y se desplomó  la Unión Soviética. Los llamados estados de Bienestar, que surgieron como respuesta al capitalismo salvaje y los socialismos autoritarios, parecen haber cumplido un ciclo, evidenciando agotamiento e incapacidad para ofrecer respuestas eficientes a los desafíos del presente y futuro.

No tan sólo la Social Democracia parece ir en franco retroceso. También los social cristianos que, en su gran mayoría, encarnan opciones conservadoras en los pocos países donde aún subsisten. Movimientos populistas, de signos diversos, ultra conservadores, confesionales  o “progresistas”, irrumpen como intentos de respuesta al descrédito de la política y el debilitamiento de los sistemas democráticos, en el marco del proceso de globalización, crisis migratorias y fuertes convulsiones sociales y políticas.

Los llamados estados de Bienestar, que surgieron como respuesta al capitalismo salvaje y los socialismos autoritarios, parecen haber cumplido un ciclo, evidenciando agotamiento e incapacidad para ofrecer respuestas eficientes a los desafíos del presente y futuro.

Nuestro país no ha sido inmune a estos cambios y transformaciones que han sacudido al mundo en estas últimas décadas. Salvador Allende llegó al poder y fue derrocado por acción de fuerzas conservadoras, nacionales y extranjeras, resueltos a impedir que su inédito intento de llegar al socialismo  por las vías democráticas tuviera éxito.

Son muchas las razones que contribuyen a explicar el quiebre de la democracia en 1973, donde todos los actores políticos- ciertamente unos más que otros – comparten responsabilidades. Lo único concreto es que esa experiencia terminó en una dictadura cívico militar que se mantuvo en el poder largos 17 años.

Es un hecho histórico que la Democracia Cristiana estuvo en la oposición al gobierno de la Unidad Popular y que inicialmente apoyó al régimen militar, con la justificación de que no quedaba otra salida a la profunda crisis que vivía el país. Un apoyo inicial – con destacadas y minoritarias excepciones – que fue evolucionando a una dura oposición, en la misma medida que se imponían políticas neo liberales, con sistemática y masiva violación a los derechos humanos. Represión brutal que alcanzó a destacados dirigentes de la DC, como Bernardo Leighton, Andrés Zaldívar y el propio Eduardo Frei Montalva, asesinado en circunstancias que aún se investigan.

Movimientos populistas, de signos diversos, ultra conservadores, confesionales  o “progresistas”, irrumpen como intentos de respuesta al descrédito de la política y el debilitamiento de los sistemas democráticos, en el marco del proceso de globalización, crisis migratorias y fuertes convulsiones sociales y políticas.

La Democracia Cristiana se constituyó en un factor decisivo en la gesta del plebiscito de 1988, que culminó con la victoria del NO, abriendo el retorno a la democracia. Superando los antagonismos del pasado, demócratas cristianos y socialistas, en conjunto con un amplio arco de partidos democráticos, se unieron para terminar con la dictadura y construir una alianza social y política que asegurara estabilidad política, crecimiento económico, inclusión social, reducción de la pobreza, así como grados importantes de verdad, justicia y reparación en materia de Derechos Humanos. Sin presentar el proceso de transición de Chile a la Democracia como modélico o ejemplar, puede compararse muy favorablemente con otros similares en América Latina durante períodos cercanos.

Existe más de un debate acerca del balance de las administraciones de los gobiernos de centro izquierda en los últimos 25 años (incluido el primer y segundo mandato de Michelle Bachelet), pero existen datos duros e irrebatibles de los notables éxitos en materia de crecimiento económico, indicadores sociales e incluso en el complejo desafío de verdad, justicia y reparación por violaciones a los derechos humanos, pese a los muchos casos no esclarecidos.

La Democracia Cristiana ha jugado un rol muy relevante en este proceso. Desde la elección de Patricio Aylwin, que viabilizó una muy compleja transición democrática, y luego con el gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle, que – con todos sus bemoles- acentuó esa senda. Su participación protagónica en la Concertación de Partidos por la Democracia y luego en la Nueva Mayoría, llevando en dos períodos a La Moneda a Michelle Bachelet, le permitió a la falange mantener la condición de primera fuerza política de su coalición, con la principal representación parlamentaria y fuerte implante a nivel municipal y local durante los últimos 25 años.

Sin embargo, la inclusión del  Partido Comunista en la coalición que sucedió a la Concertación de  Partidos por la Democracia (que sufrió una estruendosa derrota a manos de la derecha  ocho años atrás) fue aceptada muy a contrapelo de los sectores más conservadores de la DC, que tan sólo lo asumieron como un pacto político programático, con fecha de término (el mandato presidencial). Principalmente por factores ideológicos y rémoras del pasado, más que por el peso o las políticas impulsadas por un Partido Comunista que no ha sido inmune a los cambios acaecidos en el mundo y nuestro propio país en estas décadas.

La inclusión del  Partido Comunista en la coalición que sucedió a la Concertación de  Partidos por la Democracia (que sufrió una estruendosa derrota a manos de la derecha  ocho años atrás) fue aceptada muy a contrapelo de los sectores más conservadores de la DC, que tan sólo lo asumieron como un pacto político programático, con fecha de término (el mandato presidencial).

Tampoco es posible desconsiderar los “matices” o francas diferencias de un sector aparentemente mayoritario de la DC, más que con el PC, con la orientación del gobierno de Michelle Bachelet, en donde ocupó roles no secundarios.

Eu su afán de perfilamiento y recuperación de su protagonismo, la DC optó por enfrentar en solitario la última contienda presidencial en primera vuelta, así como la elección parlamentaria, con los resultados conocidos. Y tras la derrota han aflorado profundas diferencias internas en materia de política de alianzas y proyectos de futuro, motivando renuncias de destacados e históricos militantes, con interrogantes abiertas acerca del rol a jugar ante el actual gobierno y las alianzas políticas de futuro.

Quienes son los actores y protagonistas en el centro político

Lo primero es asumir que este espacio se ha reducido dramáticamente en estos últimos años, fagocitado por una derecha que busca presentarse como de centro, con guiños al social cristianismo y esfuerzos por atraer a este nuevo centro plural y disgregado en pequeños movimientos, de inspiración laica, liberal o cristiana, que oscila entre la tentación de concurrir al encuentro de la derecha (algunos como Evopolis y  el PRI ya están, en tanto que  una parte de Ciudadanos o Progresistas con Progreso caminan hacia allí). O el sueño de reconstruir en poderoso centro alternativo como el que se plantea Gutenberg Martínez. Algo, en cierto sentido, compartido por no pocos demócratas cristianos vinculadas a la actual directiva partidaria.

Todos sus intentos por reconstruir algo parecido a la Concertación- un ala progresista moderada- que una a los demócratas cristianos al menos con el PPD y el PRSD, se han estrellado con la determinación de los partidos que se reconocen en una vertiente social demócrata (PS-PPD-PRSD) por constituir una convergencia progresista que trabaje por la unidad amplia de la oposición.

Más temprano que tarde -desde luego mucho antes de las  elecciones municipales del año próximo – la DC deberá asumir una definición. Todos sus intentos por reconstruir algo parecido a la Concertación- un ala progresista moderada- que una a los demócratas cristianos al menos con el PPD y el PRSD, se han estrellado con la determinación de los partidos que se reconocen en una vertiente social demócrata (PS-PPD-PRSD) por constituir una convergencia progresista que trabaje por la unidad amplia de la oposición. Desde la DC hasta el Frente Amplio, incluyendo al Partido Comunista. Una propuesta que cuenta con importantes apoyos en la propia democracia cristiana, así como una fuerte resistencia de su actual directiva y los sectores más conservadores de la falange.

La Democracia Cristiana se ha transformado en un espacio para disputar entre centro derecha y centro izquierda, que aspiran a ampliar sus fronteras con la participación de un centro político, que la falange representa más en un sentido simbólico que por su caudal electoral. Esas y no otras parecen ser las disyuntivas que enfrentan los sectores de centro, asumiendo que la disputa por la mayoría no es más a dos bandas. Así como la llamada centro  derecha enfrenta el desafío de una derecha más dura, que hoy busca representar José Antonio Kast, la centro izquierda encuentra la competencia del  heterogéneo conglomerado representado por el Frente Amplio, que se asume como alternativa a los tradicionales bloques que dominaron el escenario político en los últimos 25 años.

Así como la llamada centro  derecha enfrenta el desafío de una derecha más dura, que hoy busca representar José Antonio Kast, la centro izquierda encuentra la competencia del  heterogéneo conglomerado representado por el Frente Amplio, que se asume como alternativa a los tradicionales bloques que dominaron el escenario político en los últimos 25 años.

Y no es para nada evidente el desenlace de esta competencia. Ni en la derecha ni en el llamado progresismo. Según la última encuesta de Criteria, del pasado mes de octubre, José Antonio Kast y su naciente agrupación política Acción Republicana mantiene un sólido 8 % de las preferencias, en tanto que Chile Vamos marca un 20 %. En el campo progresista el Frente Amplio registra un 15 %, contra un escuálido 5 % de los partidos que integraran la Nueva Mayoría, en tanto que Beatriz Sánchez, un tanto desplazada del primer plano, mantiene el liderazgo con un 11 % de las preferencias, seguida por José Antonio Kast, con un 8 %, Felipe Kast un 5  %, mientras Alejandro Guiller marca 3 %.

Ciertamente carece de mayor sentido proyectar estos guarismos a tres años plazo, cuando aún no se configura el escenario de la carrera presidencial. Sin lugar a dudas, la próxima elección municipal contribuirá a configurar ese escenario. Y mucho dependerá de la manera como el oficialismo y la oposición, en su más amplia diversidad, aborden ese desafío. Un pacto electoral aparece como una necesidad de sobrevivencia para los diversos partidos y conglomerados políticos, reduciendo los espacios para perfilar alternativas como las que insinúa Gutenberg Martínez.

Es más que evidente que estos pactos o alianzas electorales no pueden fundarse tan sólo en cálculos de conveniencia, sin mínimas afinidades y básicas convergencias políticas y programáticas que, hasta ahora, no han registrado avances muy sustantivos.

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