El ego de Pedro Juan Gutiérrez. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

El escritor cubano se entrevista a sí mismo en “Diálogo con mi sombra”, un libro en el que se esmera en contar su vida, sus referencias literarias y su obsesión con el sexo.

Hay que tener personalidad para entrevistarse a uno mismo. Y eso es lo que hace el cubano Pedro Juan Gutiérrez (1950) en “Diálogo con mi sombra” (2021), una obra de preguntas y respuestas donde el autor, también conocido como el Bukowski caribeño, conversa con él mismo. Y responde bastante bien. Lo cierto es que el escritor de obras exitosas como “Trilogía sucia de la Habana” (1998) y “El rey de la Habana” (1999) no tiene tapujos para contar su propia historia como escritor, la manera en que se forjó, incluso dando varios consejos que pueden ser tomados o dejados por el lector. Vendedor de helados, poeta, pintor y periodista entre muchos oficios, Gutiérrez se traslada en sus obras por el universo rico de una Cuba sin ideologías, donde el describe lo que le pasa a la gente en las calles con la droga, el alcohol, el hambre, la desesperación, también la alegría, la fiesta, el sexo y el sabor caribeño. Pedro Juan tuvo la fortuna que sus manuscritos cayeran en las manos de Jorge Herralde, escritor, editor y fundador de Anagrama, quien de manera inmediata acogió su particular manera de contar la realidad cubana al estilo del realismo sucio, sin caer en políticas e idealismos.

Obsesionado con el sexo desde temprana edad, el escritor dice que más allá de todo, de las letras y la escritura, este ha sido su motor de vida y de búsqueda. Lo dice sin un afán pretencioso y eso se nota en sus libros y en esta auto entrevista. Su honestidad brota por los poros en un mundo que ya no es nuevo, que al parecer ya posee un gran recorrido para este hombre admirador de Kafka, Capote, Juan Rulfo, Nicanor Parra, Carpentier y por supuesto Bukowski, entre muchos otros autores.

En este ejercicio egocéntrico de Pedro Juan Gutiérrez hay varios datos que me gustaría destacar como aquel en el que señala que, de acuerdo a Hemingway, un escritor no debe ir a acostarse sin saber de qué manera va a continuar su novela, dado que al retomar su trabajo en una nueva jornada podría enfrentarse al delirio de la página en blanco (el mayor pánico para todos los escritores). Por eso debe guardar información para el día siguiente y para el resto de los días que le queden antes de terminar su obra. Para Gutiérrez los cuentos se escriben de una vez. No estoy muy de acuerdo con eso porque cada obra tiene su afán, incluso si se habla de microcuentos que parecen rápidos y fáciles de hacer, pero a veces por la reiteración de una sola palabra pueden convertirse en un martirio para un autor. En gustos no hay nada escrito. Otro de los datos que menciona el escritor cubano, cuya obra ha sido traducida a varios idiomas, es la experiencia que tuvo con una editorial que tomó uno de sus manuscritos. El editor le sugirió cambiar y cercenar varias de sus partes. Anonadado, Gutiérrez le dijo que no cambiaría los segmentos esenciales de sus textos y se los pasó a Herralde, quien de inmediato publicó la obra. Suerte para Pedro Juan tener un aliado como el editor español, pero también hay que detenerse en lo que él plantea. Pensar siempre en lo mejor para el libro, significa también apostar a lo que uno piensa, sin dejarse pasar a llevar por los demás porque posiblemente no siempre estén en lo correcto.

Aunque a ratos “Diálogo con mi sombra” se vuelve un poco cansador con la figura un Gutiérrez que parece de otro planeta, casi dueño de abundantes súper poderes, el libro no pierde su norte, especialmente con el agregado final de una conversación entre el escritor y su colega mexicano Guillermo Arriaga, donde se observa que, a pesar de provenir de mundos distintos, ambos son muy parecidos en la manera que tienen de ver el mundo y enfrentar sus obras.

Más allá del ego de Gutiérrez, que vive la mitad de su tiempo en Cuba y el resto en España, me queda en la retina, la imagen del período especial que él menciona que tuvo la isla caribeña. Me tocó viajar a la Habana, a principios de 1992, cuando el racionamiento era feroz en Cuba y donde, en pasajes del libro, Pedro Juan Gutiérrez recuerda que lo pasó muy mal, comiendo y viviendo de lo que podía conseguir para el día. En ese entonces las noches habaneras eran una sola sombra, desde arriba de los edificios se veía la oscuridad completa de una ciudad invisible, apagada y amurallada, víctima del bloqueo y el racionamiento eléctrico.

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