La convención constituyente culminó su exigente proceso de deliberación. Complejo, polémico y no exento de traspiés – desde su boicoteada instalación – con evidentes errores no forzados (algunos horrores) que poco aportaron al cumplimiento de algunas expectativas iniciales. Convenientemente sus detractores, desde la minoría de representantes de la derecha, olvidaron rápidamente la situación de crisis nacional que le dio origen.
Compuesta mayoritariamente por independientes, integrada en forma paritaria, con representación de las regiones y las etnias originarias, registró inéditamente la diversidad del país para un logro mayor. La exigencia de aprobar sus contenidos por más de los dos tercios de los convencionales fue superada, pese a ripios más que discutibles, con avances esenciales y largamente postergados con la mantención del actual orden constitucional y sus reconocidos amarres antidemocráticos.
No son muchos los que conocen el contenido de la propuesta de nueva
constitución. La inmensa mayoría del país tiene vagas y a menudo equivocadas e
imprecisas referencias. Mas bien conocen de la intensa campaña de descrédito animada
mediáticamente por parte de los sectores que, más allá de la derecha y antes de
conocer el texto final, apuestan por el rechazo.
Actualmente la difusión de encuestas indicaría un favoritismo por la opción del rechazo, con un altísimo porcentaje de indecisos. Con la particularidad que los propiciadores de esa opción evitan asumir que ella implica la mantención de la actual carta magna, con elusiones vagas y especulaciones asociadas a la consiga de rechazar para reformar. Algunos estudios indican que será la votación de ciudadanos (operará el voto obligatorio) entre los 25 a 55 años, mayoritariamente rurales, los que decidirán el resultado del plebiscito del próximo 4 de septiembre. Hasta ahora, la mayoría de ellos se inclinaría por considerar que el camino menos riesgoso e incierto es aprobar la propuesta con la disposición de perfeccionarla en su proceso de implementación, asumiendo que el rechazo abre una incertidumbre mayor, amenazando con fuertes tensiones sociales y políticas.
Hasta el momento, ni la derecha ni los sectores partidarios del rechazo superan las especulaciones por una pretendida tercera vía si resultara triunfante su opción. Lo evidente es que no existe por más esfuerzos que se hagan en ingeniar fórmulas estrambóticas o controversiales.
Desde el oficialismo se reitera que en el plebiscito no está en juego la suerte del gobierno, por mas que el rechazo entrabaría o dificultaría el fiel cumplimiento de su programa. Ciertamente el ya complejo desafío para implementarlo se acentuaría con un eventual triunfo del rechazo.
A la hora señalada
La Junta Nacional en donde la Democracia Cristiana decidirá su postura ante propuesta constitucional se realizará el próximo 6 de julio. Allí se enfrentarán las dos sensibilidades que cruzan transversalmente a ese partido, y todo apunta a un quiebre definitivo.
Como cuestión previa, los delegados deben resolver sobre la carta, firmada por los ex presidentes de la DC, incluido el exmandatario Eduardo Frei, en donde solicitan libertad de acción para los militantes. Una solicitud que la directiva ha rechazado, sosteniendo que ello condenaría a ese partido a la intrascendencia.
No es la única carta que anda circulando al interior de la DC. Por razones mas que obvias, la carta de los ex presidentes han recibido una amplia difusión en los medios. No así la del senador Francisco Huenchumilla que la cuestiona abiertamente, coincidiendo con la posición asumida por la ex abanderada presidencial Yasna Provoste, la actual directiva de la falange liderada por Felipe Delpin, el frente de trabajadores y la JDC.
El PDC aparece dividido también en su postura respecto del actual gobierno, el proyecto de futuro y la política de alianzas. Las señales son evidentes y cruzan transversalmente al partido. Es un proceso en curso y no es del caso hacer su cronología. Tan solo cabe consignar que la crisis se ha venido agudizando en los últimos tiempos. Desde la superación de la Concertación por la Nueva Mayoría, que la directiva de ese entonces describiera como un acuerdo político programático con fecha de término, como efectivamente ocurriera, hasta hoy, en donde la DC enfrenta definiciones trascendentes. No tan solo por el fuerte declive electoral sino por diferencias de proyecto. Es evidente que un significativo sector dejó, hace tiempo, de reconocer domicilio político en la centroizquierda. Basta con constatar que la mayoría de su bancada parlamentaria optaría por un acuerdo con Evopolis y el Partido de la gente. Y la propuesta de libertad de acción en el plebiscito, así como sus diferencias en torno al apruebo y el rechazo, no hacen sino ratificarlo.
No tan solo la DC enfrenta esta encrucijada. La ex Concertación, la histórica alianza de centro izquierda, ha sufrido un quiebre que la cruza transversalmente incluyendo a integrantes del llamado socialismo democrático que apuestan por la opción del rechazo. No sería extraño que el eventual quiebre de la DC tuviera réplicas al interior de otros partidos de la centroizquierda y sus bancadas parlamentarias.