En esta fase de la guerra iniciada por la invasión de Rusia a Ucrania recién en marzo del presente año y que no pareciera que será de corta duración, ha ido quedando claro que se van perfilando con relativa nitidez algunos de los principales desafíos que este enfrentamiento bélico plantea a los países latinoamericanos. La fractura del orden mundial construido en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial, y que se inició en 2003 con la guerra de Irak según Tzvetan Todorov y Stanley Hoffmann, se está profundizado velozmente ante nuestros ojos y plantea a los latinoamericanos la imperiosa necesidad de un debate de nuevo tipo.
El primer gran desafío a enfrentar para dicho debate es concordar en que la tarea inicial consiste en analizar las características globales del mundo en transformación, definiendo el lugar desde el cual realizaremos dicho análisis. No da lo mismo empezar a analizar las transformaciones globales en desarrollo desde el punto de vista de un país específico, de una subregión o desde el conjunto de América Latina.
Con una historia nacionalmente variada pero con características comunes como región, una economía con rasgos, problemas y potencialidades similares en el contexto de la economía mundial, una identidad cultural potente con variaciones que la enriquecen y compartiendo una posición objetivamente similar ante grandes temas tales como el riesgo medioambiental, la migración y la necesidad de mantener América Latina como zona de paz, libre del flagelo de la guerra y de la carrera armamentista nuclear, sobran las razones para concluir que, esta vez al menos, deberemos pensarnos y pensar el mundo, sus quiebres actuales y sus transformaciones futuras, como latinoamericanos.
Sin amedrentarnos ante las dificultades de la tarea que tenemos por delante y las realidades que devele, deberíamos realizar en primer lugar un inventario realista de las instancias de integración regional y subregional y las instancias de diálogo político existentes, así como de la coordinación o ausencia de coordinación entre ellas. Es a partir de los organismos e instancias latinoamericanas de integración donde se gesta, o debiera gestarse, una posición común de la región ante las grandes transformaciones. CELAC, la OEA, MERCOSUR, la Alianza del Pacífico, SICA aparecen en este sentido como instituciones que deberán adaptarse a las nuevas realidades globales que empiezan a perfilarse con relativa nitidez y velocidad. Esa es nuestra institucionalidad regional realmente existente y desde allí debiéramos iniciar nuestro debate.
Sin dejar de lado desde luego el importante rol que ha desempeñado en el conocimiento crítico de la realidad económica latinoamericana la CEPAL bajo la dirección de la investigadora mexicana Alicia Bárcena, designada recientemente para asumir un alto cargo en la Cancilllería de México.
Un espacio hasta ahora no cubierto por la política exterior de los países latinoamericanos es la visiblemente necesaria coordinación entre los representantes de cada país ante organismos e instancias internacionales tales como el Banco Mundial, el FMI, la OCDE, la OIM, el PNUMA o el G-20. En el concepto tradicional de política exterior no se contempla, o se hace de manera insuficiente, una acción coordinada de los países latinoamericanos ante dichos organismos, resultado de lo cual América Latina no aparece con un posición común ante temas tan importantes y actuales como la definición en la OCDE de impuestos globales que impidan o reduzcan la elusión que realizan las empresas transnacionales, que asciende al menos a 100.000 millones de dólares anuales según la propia OCDE, o ante los temas medioambientales y de migración. Y vaya que son problemas comunes de América Latina. La urgencia de cubrir esos campos con una política común latinoamericana es evidente y queda como una de las tareas del debate que debemos enfrentar como región.