El oro que no fue. Relatos de América desde la lucha y el sometimiento. Por Karen Punaro Majluf

por La Nueva Mirada

Núñez de Vaca rompió con el mito que acechaba a los navegantes que afirmaba que al pasar mucho tiempo entre los nativos de América terminaban “aindiándose” (Begoña García Sierra), sino que, por el contrario, nunca dejaban de sorprenderse de las reacciones de las tribus.  Ante la inminente muerte que los acechaba, relata como quedaron estupefactos con el actuar de los indígenas, “de ver el desastre que se nos había venido… con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima… comenzaron a llorar recio y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír”.

Cuando José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán -junto a una decena de parejas migrantes- descubrieron el terreno al que llamarían Macondo, decidieron instalarse a la orilla de un “río de aguas diáfanas” donde construyeron unas “veinte casas de barro y caña brava”.

Según narra Gabriel García Márquez, el mundo era por entonces muy reciente y las cosas carecían de nombre, por lo cual cada vez que el gitano Melquíades llegaba con su prole al pueblo no había nadie que no se sorprendiera ante “inventos” como el hielo o un espejo. Los Buendía habían decidido abandonar Riohacha (tierra atacada por el pirata Francis Drake), para dejar atrás el hecho que José Arcadio Buendía había asesinado a Prudencio Aguilar con una lanza que le atravesó su garganta, todo por defender su honra de macho.

Cien Años de Soledad, publicada en 1967, parece ser el “nuevo testamento del guevarismo, que construye el discurso del hombre nuevo. Esta novelafue escrita en el mismo período en que en Cuba ya se instala su revolución. Es así un relato latinoamericano que construye nuevos mitos cuyo discurso se enfoca desde el sometimiento -o la lucha- ante el invasor. Es una narración de liberación -o resistencia-, así como cuatro siglos antes lo fueron los textos de los navegantes que vinieron a hacer de América un nuevo hogar, con la esperanza de encontrar riqueza, poder y prestigio.

Perdón de los pecados

Las dictaduras militares latinoamericanas son un sometimiento al poder y la riqueza asociadas a un orden de derecha política, vinculadas a un mundo occidental -en los ‘60- donde el eje dominante era Estados Unidos, que instaban el desarrollo de la Escuela de las Américas y el crecimiento propuesto por John Kennedy.

Mismo expansionismo que comenzó con los Reyes Católicos y la expedición que financiaron a Cristóbal Colón, fue el que llevó durante décadas a navegantes españoles -portugueses, ingleses- a desear llegar a América, al Nuevo Mundo, ilusionados con encontrar oro y otras riquezas con las que aumentar su patrimonio y el de la Corona.

Sin embargo, “no todo lo que brilla es oro” y eso queda en claro en los relatos de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Gonzalo Fernández de Oviedo, quienes escriben detalladamente su encuentro con los indígenas americanos, el extraño mundo con que chocan y las inclemencias por las que deben pasar. “El eje de la conquista y la colonización que en un principio estuviera en las islas, se traslada ahora al continente” -Sumario de la natural historia de las Indias -, donde se topan con poblaciones belicosas, climas poco hospitalarios, con “gentes bárbaras y salvajes”, donde reinaba el “hambre y la miseria”.

Tanto Fernández de Oviedo como Núñez Cabeza de Vaca hablan de la fiereza con la que los indígenas los recibieron, muchas veces entre medio de flechas ponzoñosas, que eran una réplica a las imposiciones que los españoles intentaron establecer, que iban desde apoderarse del oro hasta convertirlos a la fe del cristianismo. Por lo mismo, en 1524 el Consejo de Indias se instaura como entidad independiente con miembros designados por el Rey, para regular la conquista de América.

Fernández de Oviedo si bien no se opuso al sistema de repartimientos, sí se mostró partidario de que los indios fuesen bien tratados por los españoles…: ‘yo me remito a estos religiosos (los franciscanos y dominicos), después que estén acordados: y entre tanto esté sobre aviso quien indios tuviere para los tratar como a prójimos y vele cada uno sobre su conciencia’.

Quien narra detalladamente las desventuras por las que pasó -enumerando una infinidad de pueblos que conoció durante sus ocho años de travesía- es Núñez Cabeza de Vaca. En Naufragios explica que el hambre, frío y temor a ser sacrificado es un sufrimiento diario, “y a los gritos que dio un muchacho hidalgo… que se llamaba Avellaneda… los indios le acertaron con una flecha …que pasó casi toda… por el pescuezo”, lo que hace pensar en el crimen que cometió José Arcadio Buendía durante una pelea de gallos.

Así como Fernández Oviedo y Núñez Cabeza de Vaca terminaron prefiriendo el dorado trigo antes que el oro, con Hernán Cortés surge la narrativa del conquistador ambicioso. Viaja en búsqueda de riqueza -para el rey y él- y no solo por descubrir nuevos mundos, por lo que son relatos de un imperio.

Se trata de un conquistador que pasa la a la historia por su enriquecimiento. Sus Relaciones (cartas que se refieren a sucesos que no pueden fantasearse) justifican su actuar para acentuar su condición de poder instalada. Se instauran los conceptos de poder-riqueza-conquista. “Encontramos numerosas expresiones de lealtad y devoción hacia la Corona…Pero dan impresión que no sean otra cosa sino medios para ganar la voluntad del soberano” –Las “Relaciones” de Hernán Cortés– A lo que se agrega, “que cuando ve amenazado su propio prestigio o sus propios intereses, ruega al soberano que renuncie a las decisiones que hubiesen podido comprometerlos”.

Sufrimiento y canibalismo

Núñez de Vaca rompió con el mito que acechaba a los navegantes que afirmaba que al pasar mucho tiempo entre los nativos de América terminaban “aindiándose” (Begoña García Sierra), sino que, por el contrario, nunca dejaban de sorprenderse de las reacciones de las tribus.

Ante la inminente muerte que los acechaba, Núñez Cabeza de Vaca relata como quedaron estupefactos con el actuar de los indígenas, “de ver el desastre que se nos había venido… con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima… comenzaron a llorar recio y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír”.

Lo mismo sucedió respecto al canibalismo de los indígenas americanos que ya se había popularizado con Cristóbal Colón. Si bien Fernández de Oviedo afirmó que “los caribes flecheros, que son los de Cartagena y la mayor parte de aquella costa, comen carne humana, y no toman esclavos ni quieren a vida ninguno de sus contrarios o extraños, y todos los que matan se los comen”, –Sumario de la natural historia de las Indias– Begoña García Sierra expresa que la visión de Núñez Cabeza de Vaca es opuesta, “son los indígenas quienes muestran su estupor al enterarse del acto de antropofagia que efectuaron algunos de los náufragos cristianos acuciados por el hambre”.

Lo que para los indígenas era un sacrificio en honor a sus dioses, para los conquistadores podía representar una matanza. Ellos mismos, lejos de su hogar, dejaban de lado las convicciones cristianas y -en pos de defenderse de seres que consideraban inferiores- cometían crímenes, que a la par con las enfermedades, mermaron la población de América.

Para Hernán Cortés los rituales son una costumbre horrible, donde queman en las dichas mezquitas inciensos y algunas veces sacrifican sus mismas personas, cortándose unos a otros la lengua, y otros las orejas, y otros acuchillándose el cuerpo con unas navajas. … Todas las veces que alguna cosa quieren pedirle a sus ídolos para que más aceptases su petición, toman muchas niñas y niños y aún hombres y mujeres de mayor edad, y en presencia de aquellos ídolos los abren vivos por los pechos y les sacan el corazón y las entrañas (Sandra del Peral García).

Queda claro que el temor ante lo desconocido llevó a los hombres a enfrentarse de manera brutal, en donde la autodefensa era vista por el otro como fiera violencia.

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