Al terminar la semana anterior, persistía la encrucijada en el Partido Demócrata de Estados Unidos, en torno a la permanencia de la candidatura de Joe Biden. La duda acerca de las posibilidades del actual mandatario para derrotar a Donald Trump se había acrecentado y más de la mitad de los votantes demócratas pensaba que debía dar un paso al costado. Eran crecientes los llamados abiertos a declinar su candidatura, provenientes de demócratas prominentes, aunque no se transformaba aún en abierta rebeldía en su contra.
La crisis surgió de la desastrosa aparición de Biden en el Debate que tuvo lugar el 27 de Junio con Donald Trump. Ese debate fue prematuro, porque casi siempre los candidatos se enfrentan una vez oficializadas sus postulaciones, lo cual ocurre en Julio para el Partido Republicano y en Agosto para el demócrata. Pero esta vez fue el propio Biden el que anunció que debatiría dos veces con Trump y lo desafió a hacerlo en Junio.
Su objetivo explícito era demostrar que aún era el más indicado para derrotar nuevamente a Trump, porque mantenía el vigor y la capacidad que lo llevaron a ganar la elección hace cuatro años. Como las encuestas no eran favorables, mostraban una brecha creciente y los cuestionamientos se centraban mucho en la salud del Presidente – que en apariciones públicas recientes aparecía muy débil y a veces hasta ausente- la idea central del debate de Junio era salir al paso de esos rumores con una gran actuación, similar a la que Biden había tenido en Enero, en su Discurso sobre el Estado de la Unión.
Si ese era el propósito, el resultado fue desastroso. Biden se vio más frágil y titubeante que nunca, ante un adversario casi tan mayor como él (Trump tiene apenas cuatro años menos) que se veía aplomado y vigoroso como nunca. Y siendo el objetivo del debate precisamente el contrario, la candidatura pareció hacerse pedazos. Ya en los comentarios inmediatos había consenso en reconocer a Trump como el gran vencedor. Aunque el ex Presidente haya incurrido durante todo el debate en afirmaciones exageradas e incluso mentiras flagrantes, quedó la imagen de que, en una nueva elección entre ambos, Biden sólo podía perder.
Hay ocasiones en que un candidato no tiene una buena presentación en un debate y se recupera posteriormente. El propio Presidente Obama lo demostró con una presentación muy débil en el primer debate de 2012, de la que se recuperó claramente en la segunda oportunidad. Pero esta vez no hubo segunda oportunidad para Biden y en menos de un mes su candidatura se derrumbó. Ya en la noche del debate surgieron las primeras voces pidiendo su renuncia a la candidatura, que se fueron multiplicando con el correr de los días. Se agregaban figuras más importantes de su partido y las encuestas comenzaron a publicar también malas señales, tanto porque indicaban que eran muchos los que pedían un cambio, como porque los representantes y senadores que deben competir por sus asientos en las elecciones de Noviembre, se sentían crecientemente amenazados y comenzaban a apartar sus imágenes de la de un Presidente cada vez más impopular.
Al comienzo, Biden pareció dispuesto a resistir. Al día siguiente del debate ya anunciaba que su candidatura seguía adelante, alegaba que había trabajado demasiado, llegando al debate cansado y afónico, y decía con voz firme y fuerte que jamás se bajaría. Siguió una serie de apariciones públicas bien organizadas para mostrar apoyo, que concluían cada vez con una reafirmación de su continuidad.
Además, terminar con la candidatura (y con la carrera política de Joseph Biden Jr.) no era tan simple: las elecciones primarias para designar los delegados a la Convención Demócrata que elegirían el candidato a la presidencia habían ya concluido y como Biden era postulante único, podía contar con el apoyo de 3896 delegados elegidos con el compromiso de apoyarlo. A pesar de que se agregan a la Convención unos 700 delegados por derecho propio, el actual mandatario contaba con una abrumadora mayoría, que estaba obligada a votar por él, al menos en la primera votación de la Convención, y seguramente lo harían. Por lo tanto, la única persona que podía producir el cambio era el mismo Biden, anunciando su voluntad de retirarse y solicitando a sus electores no votar por él. Eso es lo que hizo el domingo 21 de Julio, en un proceso breve, con menos drama de lo que muchos esperaban. Para los que conocen su carrera y la forma en que llegó a la Casa Blanca, no hubo una gran sorpresa.
Joseph Biden no era un líder muy prominente del partido Demócrata, sino sólo un senador casi vitalicio del Estado de Delaware, uno de los nueve que en la Unión tienen tan poca población que elige sólo un representante a la Cámara. Su fortuna empezó a cambiar cuando Barack Obama lo escogió como acompañante en su postulación a la Presidencia. Vale la pena recordar que es el candidato presidencial quien elige su compañero de lista, sin que este derecho haya sido jamás objetado. Y Obama, que estaba en su primer período como senador, sabía que necesitaría un senador de centro, con mucha experiencia y contactos en ambos lados del Senado y el Congreso, para ayudarlo en el esfuerzo legislativo.
El ejercicio de Joe Biden en sus ocho años como Vicepresidente no tuvo todos los resultados esperados, pero si le significó un acceso pleno a los más altos niveles de decisión de su partido y una amistad muy estrecha con el Presidente, que valoró sobre todo su inclaudicable lealtad. Tanto que, pocos días antes de dejar sus cargos, el Presidente Obama, condecoró a su Vicepresidente con la Medalla de la Libertad, el más alto honor para un civil en Estados Unidos. Biden podía así retirarse, con pleno reconocimiento.
Pero comenzaba también la Presidencia de Trump y cuatro años más tarde había una nueva campaña. Las primarias tenían varios candidatos posibles y Biden agregaría su nombre entre ellos y participaría en los primeros debates y primarias. En ese proceso no había mayorías claras y Biden, objeto del fuego verbal de todos los demás postulantes, no conseguía una mayoría decisiva.
En este momento intervinieron los principales del Partido Demócrata, un grupo informal que incluye personalidades muy conocidas, como los ex Presidentes Bill Clinton y Barack Obama, Hillary Clinton, Nancy Pelosi, varios prominentes senadores, representantes y gobernadores y hasta financistas, muchos de cuyos nombres no son demasiado conocidos. No se trata de una entidad, ni siquiera de una asociación; simplemente se consultan y hacen saber su opinión. La idea de todos era que, a pesar de la pandemia y varios otros fracasos del gobierno de Trump, este podría ser reelegido si la contienda partidista se seguía prolongando sin producir un candidato competitivo. El único candidato que aparecía competitivo con Trump era Joseph Biden.
Pocos días después distintos candidatos empezaron a bajar sus candidaturas. El último en hacerlo fue el Senador Bernie Sanders, con lo cual las primarias dejaron de importar y Biden navegó tranquilo a la nominación y luego a la Convención, con plena unidad del partido, que además de nominarlo como candidato único, acogió su designación de Kamala Harris como Vicepresidenta. Es justo decir que el gran tema de la elección de 2020 no era Biden, sino Donald Trump. La operación de los líderes demócratas tenía por objeto poner en la Convención al único que podía derrotar a Trump.
Cuatro años después la amenaza vuelve a aparecer, cuando el proceso en el Partido Republicano resulta en un apoyo rotundo y unitario a la candidatura del ex Presidente. Los que ayer repudiaban a Trump (incluido el ahora nominado para Vicepresidente, J.D. Vance, quien ocho años atrás lo comparaba con Hitler) se sucedieron en la Convención para nominarlo; el criminal intento por eliminarlo confirmó en muchos la idea de que Trump era un designio de Dios. Y Biden aparecía cada vez más atrás en las encuestas, con el agravante de que parece no tener salud para acometer la dura tarea de nuevo.
Es indudable que la máquina de 2020 apareció de nuevo; más aún, parece cierto que, a pesar de las declaraciones, Biden aceptó el veredicto: el tema de la elección de 2024 es Donald Trump, pero Joe Biden ya no puede vencerlo. El militante de muchas décadas puede haberse resistido un tiempo, pero cuando vio que su base anterior de apoyo estaba en otra sintonía, presentó con gracia y elegancia su renuncia el Domingo 21 de Julio.
La opinión pública no fue muy sorprendida por el anuncio del Presidente Biden el domingo en la mañana. Hacía varios días que se había venido especulando con esa decisión, que por fuerza debía ser inminente, dada la cercanía de la Convención Demócrata y la necesidad de arrebatarle a Trump la cobertura masiva que recibía en medios y redes sociales, ante el total silencio de sus adversarios. El anuncio de Biden cortó esa racha; más aún cuando se hizo evidente que, lejos de ser producto de una decisión individual, lo ocurrido siguió un guión preestablecido que debía cumplirse de manera sucesiva y en tiempos breves. No tardaron en surgir los saludos respetuosos y llenos de afecto de los principales rostros demócratas; en ese marco, nadie cuestionó la decisión de Biden de seguir ejerciendo el cargo presidencial hasta el fin de su mandato; y el debate se limitó a la especulación acerca de quién debía ser el o la sucesor o sucesora. Eso también ocurrió en pocas horas y lo encabezó el propio Biden, al proponer la candidatura de su Vicepresidenta, Kamala Harris. Rápidamente también el ex Presidente Clinton manifestó su apoyo, seguida por Nancy Pelosi y otros líderes demócratas, aun cuando algunos como el ex Presidente Obama, el senador Bernie Sanders y el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg aún no lo han hecho. Sin embargo, el mayor logro de Kamala Harris, quien ya anunció su decisión de postular a la Presidencia, es que ya cuenta con el apoyo formal de la gran mayoría (más de 3000) delegados a la Convención comprometidos con Joe Biden, lo cual asegura su proclamación en aquella máxima cita partidaria.
Pero la decisión de nominar a la Vicepresidenta de Biden, debida indudablemente a la falta de tiempo para un adecuado proceso de selección, deja muchas dudas. Harris no ha tenido un rol muy lucido en el gobierno de Biden, la etnia a la cual pertenece no es de aquellas que representan a un número muy contundente de inmigrantes, no asegura su elección y su personalidad no parece ser la mejor para recuperar los estados de umbral (Pennsylvania, Michigan, Georgia, Arizona y Winsconsin) que hoy figuran con mayoría para Trump. Puede haber sido, como muchos dicen, la única opción. Pero para tener alguna posibilidad de éxito ante una derecha alzada y unida, tiene que mostrar que es la mejor.
No basta con decir una vez más que “la elección es sobre Trump”; ahora se requieren definiciones más cruciales para una nación completamente dividida. La designación de un candidato a Vicepresidente que retenga los estados difíciles será una primera prueba; deberán seguir otras, como la política migratoria, en la cual Trump tiene un arma poderosa, pero al mismo tiempo excesiva, lo cual deja espacio para una propuesta demócrata pragmática y moderada.
Los siguientes movimientos de los demócratas deben ser muy cuidadosos, si quieren mejorar sus oportunidades de derrotar a Trump. Aunque las primeras encuestas parecen ser estrechas, no hay que olvidar que Hillary Clinton tuvo dos millones de votos de mayoría y perdió la elección de 2018. Abordar los bastiones del “trumpismo” no será fácil, menos aún cuando su alianza nacionalista cristiana enfatizará mentiras y mitos para conservar la ventaja que hoy tiene. Los demócratas pueden haber resuelto su problema de candidato; pero tienen por delante un desafío mucho mayor.
1 comment
[…] El Repentino desenlace de la crisis Demócrata – La Nueva Mirada […]