Eloísa (Heloïse d’Argenteuil) y Abelardo. Separados durante sus vidas, unidos en la muerte. Por Cristina Wormull Chiorrini

por La Nueva Mirada

Abelardo siempre estuvo presente en la memoria de Eloísa. Feliz en su relación cuando lo conoció, vivió embargada por la nostalgia su cruel separación. Durante veinte años solo se vieron una vez. Sus cartas fueron el único vínculo al que permanecieron aferrados durante dos décadas. Una pasión sostenida epistolarmente a través del tiempo.

El otoño se entroniza en las calles de Santiago y el frío empieza a notarse y las hojas que mueren, vienen acompañadas de la nostalgia de otros tiempos, de revivir historias de pasión, amores inolvidables como el de Eloísa y Abelardo en Francia, en pleno Medioevo donde la vida de hombres y mujeres estaba regida en todos los planos por la Iglesia Católica (por supuesto que en otros lugares geográficos era regida por otras religiones, pero en Francia, donde vivían nuestros enamorados, imperaba el catolicismo)

Eloísa, filósofa, escritora y música francesa, llamada también Eloysa en latín y en francés Héloïse, nació alrededor del 1100 y murió en 1164, en plena Edad Media. Eloísa fue una brillante intelectual y es considerada como la primera mujer de letras de Occidente conocida y cuya fama (elevada a la categoría de leyenda) ha llegado hasta el presente, pese a que tan solo se ha conservado una oración fúnebre de uno de sus poemas y las cartas escritas a Abelardo, pero nada de su música. 

Sin embargo, las cartas apasionadas y eruditas, eventualmente eróticas, son consideradas la piedra basal de la literatura francesa de finales del siglo XIII e inspiradoras de novelas epistolares escritas a lo largo de los siglos como las de Madame de La Fayette (La princesa de Cléves), Pierre Choderlos de Laclos (Amistades peligrosas) o Jean-Jacques Rousseau (Julia, o la nueva Eloísa). También Petrarca leyó la correspondencia entre Eloísa y Abelardo y se inspiró en ella para componer su Cancionero para Laura, su amor platónico. A los anteriores se sumar Alexander Pope que escribió su poema trágico Eloísa a Abelardo. Y, es más, en estos dos últimos siglos se sigue hablando de sus amores a través del cine o la televisión (Cómo ser John Malkovich o en Los Soprano y la Educación sentimental) y, por si fuera poco, ya son protagonistas de dos novelas recientes.

Eloísa nació de una escandalosa relación entre Hersint de Champagne Dama de Montsoreau (fundadora de la abadía de Fontevraud y el senescal de Francia Gilbert de Garlande y es posible que esto haya ocasionado que su vida sea una de las más novelescas de su época, convirtiéndola en una figura legendaria de la pasión amorosa.

Eloísa y Abelardo, pese a que algunos creen que son solo creaciones literarias como Romeo y Julieta de Shakespeare, fueron dos personajes históricos conocidos más por sus escandalosos amores que por cualquier otra circunstancia de sus vidas y, así, la importancia de Abelardo como filósofo o teólogo ha quedado, excepto para los estudiosos, eclipsada por su condición de amante de Eloísa. Y aunque parezca majadero, también Eloísa es conocida por la misma razón, sin reparar que, si solo estuviéramos hablando de una dama ilustrada de la época o incluso de la esposa de Abelardo su nombre ni siquiera hubiera llegado hasta nosotros, dada la invisibilidad que la historia de las mujeres ha tenido hasta hace relativamente poco tiempo.

Su historia acaecida hace casi diez siglos, siempre fue conocida, pero con el movimiento romántico cobró gran protagonismo y éste, naturalmente, hacía hincapié sobre todo en la parte más azarosa del romance; sus cartas. Con el paso del tiempo el interés ha ido decayendo y hoy día su recuerdo, excepto para los interesados en el tema, ha quedado reducido a la popularidad de unos indeterminados amoríos. 

“intercambiaban más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían más a sus senos que a los libros”…(fragmento de Historia Calamitatum, Abelardo)

La historia de amor entre Abelardo y Eloísa pagó un alto precio.  Pierre Abelard le doblaba la edad a Eloísa y era un joven de origen noble que había consagrado su vida a los estudios de filosofía y teología.  Tenía un notable prestigio y enseñaba en instituciones universitarias, pero se mantenía célibe porque estaba prohibido o, era muy mal visto que los hombres dedicados a la enseñanza se casaran. Conoció a Eloísa cuando fue invitado a París por el canónigo Fulbert, tío y tutor de la joven que había perdido a sus padres, para darle clases a cambio de alojamiento. Abelardo quedó de inmediato prendado de esta joven que se apartaba de las frivolidades del mundo para entregarse al estudio, una actitud extraordinaria en las mujeres de aquella época. 

El romance avanzó rápidamente y, Abelardo, en su autobiografía titulada Historia calamitatum, reconoce que en las supuestas sesiones de educación “intercambiaban más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían más a sus senos que a los libros”… Inevitablemente, Eloísa quedó embarazada y para escapar de la ira del canónigo, Abelardo la “secuestró” y huyó con ella a Bretaña, donde nació su hijo.

El canónigo Fulbert los encontró y Abelardo trató de reparar lo ocurrido ofreciendo casarse con Eloísa.  Ella se negó reiteradamente para no dañar el prestigio de Abelardo, pero terminó aceptando para evitar la marginación que le provocaría ser madre soltera en el medioevo.  Fulbert no quedó satisfecho y se vengó de Abelardo haciendo que uno de sus esbirros lo castrara mientras dormía. Después de aquello, los amantes tuvieron que separarse. Él, sin sus genitales, ya perdió su derecho a enseñar y dedicó el resto de su vida a la enseñanza en distintos centros religiosos. Eloísa se retiró al convento de Paraclet, del que llegaría a convertirse en la primera abadesa y llegó a ser la de más alto rango cuando se la nombró prelado nullius, que le daba un rango similar al de un obispo. Y dentro del convento llegó a ser la deslumbrante mujer de letras y pensadora que se recuerda hasta el día de hoy.  Desde ese momento, iniciaron una correspondencia de veinte años (hasta la muerte de Abelardo) con la que reemplazaron los encuentros carnales. La pasión entre ambos nunca se extinguió y sobrevivió a la ausencia, aunque en ese lapso de tiempo se vieran una sola vez. 

«Esta jovencita que, por su cara y belleza no era la última, superaba a todas por la amplitud de sus conocimientos. Este don, el conocimiento de las letras, tan raro en las mujeres, distinguía tanto a la niña que la había hecho celebérrima en todo el reino.

Ponderando todos los detalles que suelen atraer a los amantes, pensé que podía hacerla mía enamorándola. Y me convencí de que podía hacerlo fácilmente”. Abelardo

Al margen del amor, es notable leer las ideas que Eloísa tenía sobre el matrimonio (pensemos que vivía en una época en que ese era el único destino para las mujeres) que resultan rompedoras incluso hoy, porque la joven distingue entre el amor puro, verdadero, libre, y el matrimonio, que considera una atadura e incluso poco menos que una prostitución por contrato.

Dios me es testigo de que, si Augusto, emperador del mundo entero, quisiera honrarme con el matrimonio y me diera la posesión de por vida de toda la tierra, sería para mí más honroso y preferiría ser llamada tu ramera, que su emperatriz.

La carta que has enviado para consolar a un amigo, mi bien amado, el azar la ha traído hasta mí. Enseguida la reconocí como tuya y comencé a leerla con un ardor igual a mi ternura por quien la había escrito. Ya que he perdido tu persona, al menos tus palabras me han devuelto tu imagen. (Fragmento Carta de Eloísa a Abelardo)

El amor entre Eloísa y Abelardo es, sin duda, una de las más bellas historias de amor conocidas. Pero no hay que olvidar que Pedro Abelardo es una parte importante de la intelectualidad de su época y que tenía una personalidad tan particular que cultivó todos los conocimientos de su tiempo, incluidas la música y el canto. Para dedicarse al estudio renunció a su herencia y a la primogenitura (no fue por un plato de lentejas).  Era simultáneamente un asceta o un hombre sensual, según donde lo llevara su corazón.

Los historiadores de la época y el propio Abelardo dicen que “en ella cautivaban sus ojos: “… no tanto por su belleza, sino por su gracia, esa fisonomía del corazón que atrae y obliga a amar porque ella ama. Belleza suprema muy superior a la belleza que solo obliga a admirar”. (descripción de Eloísa según historiadores de la época y Abelardo)

Las figuras de Abelardo y Eloísa son unos magníficos referentes para entender la búsqueda permanente de la felicidad.  Ellos vivieron momentos de presencia y gozo y otros de ausencia y tristeza, que son vividas hoy con la misma intensidad que entonces. Es innegable que existe algo que mantiene a los seres humanos interrelacionados y da sentido a la vida como tal, y ese algo es el amor, la mayoría de las veces, pero también los proyectos conjuntos de intelectualidad y espiritualidad humanas.

Eloísa solo fue culpable de haberse enamorado, pero sin alternativas, tomó los hábitos como tantas otras mujeres de su época, sin vocación alguna.  Allí vivió hasta su muerte que ocurrió 20 años después de la de Abelardo.

Al morir Abelardo, Eloísa reclamó su cuerpo y lo hizo llevar al monasterio de Paraclet y lo hizo enterrar en el lugar. Al morir ella, a petición suya, fue enterrada en la misma tumba de su marido.  Cuenta la leyenda que cuando fue llevada a la tumba recién abierta, Abelardo extendió los brazos para recibirla, y los cerró en un abrazo.

El Epitafio de Abelardo y Eloísa en el Paraclet decía:

Aquí

bajo la misma losa, descansan

el fundador de este Monasterio:

Pedro Abelardo

y la primera Abadesa, Eloísa,

unidos otro tiempo por el estudio, el talento,

el amor, un himeneo desgraciado,

y la penitencia.

En la actualidad, esperamos, que una felicidad

eterna los tiene juntos.

Ocho siglos después los restos de los amantes fueron trasladados al Museo de monumentos franceses de París, pero poco después, fueron depositados en una misma tumba en el cementerio Pére Lachaise de la misma ciudad. Allí reciben

la visita constante de amantes anónimos que con frecuencia depositan flores frescas sobre la lápida.

“Dios me es testigo de que, si Augusto, emperador del mundo entero, quisiera honrarme con el matrimonio y me diera la posesión de por vida de toda la tierra, sería para mí más honroso y preferiría ser llamada tu ramera, que su emperatriz. La carta que has enviado para consolar a un amigo, mi bien amado, el azar la ha traído hasta mí. Enseguida la reconocí como tuya y comencé a leerla con un ardor igual a mi ternura por quien la había escrito. Ya que he perdido tu persona, al menos tus palabras me han devuelto tu imagen…Eloísa en carta a Abelardo, fragmento

Una vida trágica, pero envidiable por la apasionada relación carnal, intelectual y platónica a través de su epistolario.  Un amor en que la pasión y el intelecto fueron fundamentales y que convirtieron a Eloísa y Abelardo en sinónimo de amor y tragedia.  No es por nada que es una de las tumbas más visitadas por parejas de jóvenes y viejos enamorados para renovar sus votos de amor y encomendarse a la protección de los amantes no pudieron vivir ni morir juntos, pero que yacen eternamente abrazados en su tumba de París.

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2 comments

Marcela Oportus mayo 20, 2022 - 8:04 pm

Me gusta como escribe Cristina y siempre con temas de interés. Este amor tremendo de Eloísa y Abelardo ha trascendido en la historia como un amor muy especial.

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Maria del Pilar Clemente mayo 21, 2022 - 1:35 am

Que interesante y triste. Grandes amantes de la historia

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