En defensa de la izquierda. Por Gonzalo Martner

por La Nueva Mirada

El vocero Bellolio ha declarado que el gobierno reconoce que octubre será «difícil» y señalado que la izquierda «estará a prueba» para ver “si justifica o no la violencia”. Curioso, cuando lo que prevalece día a día es la violencia de Carabineros sobre los opositores -que el gobierno de derecha no condena- y la violencia de la exclusión, la discriminación, el desempleo, la imposibilidad de protegerse de la epidemia de Covid-19 por que hay que salir a ganarse el pan día a día.

Por su parte, el senador Guido Girardi va con lo suyo y ha declarado que “la izquierda está en el pasado, porque no entiende que hoy la disputa ideológica es el control de la tecnología, de los datos y la inteligencia artificial”. Para este senador, el conflicto de interés entre capital y trabajo ya no existe. Si, como se lee: “cada vez que aparece el tema de la discusión previsional yo digo ‘muy bien, estoy de acuerdo con que haya que aumentar en seis puntos la cotización a los empleadores, pero eso es siglo XX, en el futuro no va a haber empleadores, porque una parte importante no va a tener trabajo y la otra a lo mejor no va a tener trabajo con sueldo fijo y cotizaciones”. Hay un pequeño error en ese razonamiento: buena parte de las tecnologías de la información y el procesamiento de datos utilizando la inteligencia artificial es controlada bajo formas hiperconcentradas por el capitalismo de plataformas, que no es sino una extensión del capitalismo tradicional a nuevas esferas. Y es evidentemente un empleador que subordina férreamente el trabajo calificado y no calificado, sin el cual no podría existir. De modo que empleadores y trabajadores habrá siempre en el capitalismo, incluido el de plataformas y el automatizado con robots e inteligencia artificial.

De modo que empleadores y trabajadores habrá siempre en el capitalismo, incluido el de plataformas y el automatizado con robots e inteligencia artificial.

Pero todas esas son sutilezas molestas para los que creen que situarse “por encima de la izquierda y la derecha” les trae algún rédito. Claro que hasta donde uno se da cuenta, la derecha sigue en lo suyo, a lo mejor con la denominación de “centro- derecha”, que le complace autoasignarse. Pero la izquierda es calificada como “obsoleta” y toda la letanía conocida. Uno se pregunta ¿para qué tomarse la molestia, entonces, de ponerse por encima de un artefacto tan deteriorado? Les bastaría con quedarse con la derecha. Pero estarían al desnudo.

Pero todas esas son sutilezas molestas para los que creen que situarse “por encima de la izquierda y la derecha” les trae algún rédito.

La izquierda viene de lejos y no simpatiza con los tiempos cortos de la inmediatez y de la irracionalidad. Es la corriente de pensamiento que desde el inicio de la época moderna es la suma diversa de las ideas de emancipación, de «la salida del hombre del estado de tutela», según la expresión de Kant en 1784. La izquierda se propone históricamente nada menos que poner fin a las explotaciones y dominaciones de unos seres humanos sobre otros y a todo privilegio injusto. Y es la expresión política plural de los sectores sociales que las hacen suyas y luchan por ellas dada su posición en la sociedad. En origen, la izquierda nació para terminar con las desigualdades que provocan la ausencia de libertad real para la mayoría que vive de su trabajo, porque no tiene otro medio de subsistencia o siquiera un acceso estable a un trabajo y a un ingreso. Este razonamiento se extendió luego desde la posición de clase a la posición de género y de origen étnico.

La izquierda viene de lejos y no simpatiza con los tiempos cortos de la inmediatez y de la irracionalidad.

A este título, encarna la modernidad como proyecto que define la identidad rechazando las posiciones subordinadas en las sociedades jerárquicas a favor de una ciudadanía política, fundada en los derechos que garantizan igualdad y en los deberes de reciprocidad. La izquierda es tributaria de la opción republicana que defiende que las interacciones sociales no deben estar basadas solo en la limitación del poder estatal arbitrario que interfiere sobre la libertad de los ciudadanos, sino también en la no dominación (Philip Pettit) de unos ciudadanos por otros, lo que debe ser resguardado por reglas públicas que limiten el poder económico asimétrico. La izquierda promueve una modernidad basada en el principio de reciprocidad comunitaria y de igualdad efectiva de oportunidades (Gerald Cohen) por sobre el predominio de los intercambios de mercado en los que el poder económico desigual de los participantes determina todo lo demás. Por ello, las ideas plurales de la izquierda republicana y libertaria han sido desde hace más de dos siglos una alternativa a las posturas autoritarias y a las ideas liberales y más tarde neoliberales, que se limitan a defender la no interferencia del Estado sobre los individuos, especialmente sobre su propiedad, aunque ésta sea ilegítimamente desigual y obtenida por la violencia y la coerción.

La izquierda promueve una modernidad basada en el principio de reciprocidad comunitaria y de igualdad efectiva de oportunidades

Que esta perspectiva sea atacada no es nuevo. Desde su nacimiento ha encontrado detractores y represores, muchas veces furibundos y casi siempre con poca honestidad intelectual, desde el mundo de los despotismos, de las oligarquías dominantes y de los privilegiados. Y desde los que se les subordinan.

La crítica más sofisticada (Von Hayek) es que la izquierda vive en la ilusión de la posibilidad de la acción colectiva, que solo terminaría en un estancamiento económico y en la servidumbre política. Le contrapone el proyecto de la interacción espontánea y sin interferencias de los individuos, llevado al extremo por Thatcher con su afirmación según la cual la sociedad no existe, solo existen los individuos. Para esta doctrina neoliberal, el Estado solo debe proveer ley y orden para que los individuos prosperen en relaciones de división del trabajo y de mercado y evitar toda redistribución igualitaria que detendría los incentivos al progreso. Desecha la desigualdad como un problema no relevante o secundario frente a la libertad de participar en el mercado sin trabas. Por su parte, la crítica cotidiana y pedestre a la izquierda es la más frecuente y suele ser simplemente una suma de expresiones de clasismo, machismo o racismo para oponerse a las dimensiones de su programa emancipador que rechaza la dominación de clase, de género o el supremacismo racial o nacional.

Desecha la desigualdad como un problema no relevante o secundario frente a la libertad de participar en el mercado sin trabas.

Ahora bien, cabe dar cuenta que la respuesta al nudo de la crítica a la sociedad capitalista provocó hace un siglo una escisión profunda en la izquierda, hoy en esencia superada por la historia: si el derecho de propiedad privada más allá de los bienes personales legítimos debe ser restringido para que el interés general prevalezca, el grado de esa restricción es materia de opciones muy diferentes, así como la valoración del impacto del productivismo sobre la naturaleza.

cabe dar cuenta que la respuesta al nudo de la crítica a la sociedad capitalista provocó hace un siglo una escisión profunda en la izquierda

El estalinismo llevó a Rusia hacia una completa centralización estatal de la economía y a un implacable dominio autoritario por una burocracia, que terminó en una dictadura criminal más parecida al zarismo que a cualquier socialismo, por mucho que haya contribuido decisivamente a derrotar a su enemigo alemán en la “gran guerra patria”. Fracasó en su promesa de progreso material sostenido, además de provocar graves daños ecológicos (empezando por Chernóbil). Por no ser una respuesta que, respetando las libertades, avanzara de manera satisfactoria en la prosperidad colectiva y en la resiliencia ambiental, este modelo centralizador ha sido desechado por la izquierda contemporánea. No obstante, subsiste en algunos grupos y en algunas partes, con la tragicómica monarquía hereditaria comunista de Corea del Norte (cuyo actual líder hizo buenas migas con otro autoritario, Donald Trump, claro está) o la Venezuela del grupo burocrático civil-militar madurista (amigo de Putin, Erdogan y los ayatolas iraníes), eso si como caricaturas.

El estalinismo llevó a Rusia hacia una completa centralización estatal de la economía y a un implacable dominio autoritario

subsiste en algunos grupos y en algunas partes, con la tragicómica monarquía hereditaria comunista de Corea del Norte

o la Venezuela del grupo burocrático civil-militar madurista (amigo de Putin, Erdogan y los ayatolas iraníes), eso si como caricaturas.

Pero otra corriente de la izquierda nunca estuvo a favor del modelo estatizador y autoritario, desde Rosa Luxemburgo y los consejistas, desde Luis Emilio Recabarren en Chile en sus escritos sobre el cooperativismo y desde el socialismo chileno y sus definiciones de los años cuarenta, entre muchas otras expresiones, incluyendo la Yugoeslavia de la posguerra. Esta corriente siempre ha buscado un modelo de superación del capitalismo (la separación del trabajador de los medios y de los frutos de la producción) desde prácticas autónomas y desde la economía social y la participación de los trabajadores en las empresas. Tiene en la realidad multiforme de la economía social y solidaria actual un importante soporte, aunque frecuentemente poco visible.

Esta corriente siempre ha buscado un modelo de superación del capitalismo (la separación del trabajador de los medios y de los frutos de la producción) desde prácticas autónomas y desde la economía social y la participación de los trabajadores en las empresas.

Por su parte, la corriente de la socialdemocracia alemana, británica y nórdica avanzó en la idea de socializar partes de la economía y de establecer un Estado de bienestar sin eliminar el mercado y la empresa privada, sino que regulándolos. Esa socialdemocracia logró imprimir resultados sociales y avances democráticos y de género notorios en sus países, aunque una parte terminó acercándose al neoliberalismo puro y simple y finalmente desmontando parte del Estado de bienestar y poniéndose al servicio de la gran empresa privada en nombre de la adaptación a la globalización, con Blair a la cabeza. Esa es la corriente con la que se identifican hoy los social-liberales chilenos y, curiosamente, algunos democratacristianos, los que harían bien en conocer mejor la economía social de mercado alemana, con sus representantes de los trabajadores en los directorios de las empresas, sus negociaciones colectivas por rama y territorio, su titularidad sindical exclusiva y su cultura generalizada del pacto social.

Esa socialdemocracia logró imprimir resultados sociales y avances democráticos y de género notorios en sus países, aunque una parte terminó acercándose al neoliberalismo puro y simple

Desde la caída del muro y la declinación de la socialdemocracia, y especialmente desde la gran recesión de 2009, la izquierda democrática en el mundo está buscando nuevas respuestas para mantener y ampliar la protección social ante la financiarización y globalización de las cadenas de valor del capitalismo actual, con, adicionalmente, una creciente preocupación por la preservación de los ecosistemas y por el cambio climático. Han emergido nuevas propuestas de regulaciones económicas, sociales y ambientales que garanticen derechos universales, en el marco de la defensa de la democracia como el espacio institucional para realizarlas con legitimidad y apoyo de la sociedad. Parte de ese programa está siendo realizado hoy en países diversos como Nueva Zelandia, Portugal y España, es promovido por partidos progresistas en diversas partes del mundo y tuvo un gran avance en Estados Unidos con Sanders y Warren entre los demócratas, incluyendo la idea del Green New Deal. Ese debate es también uno que se propone hacerse cargo de la crítica a aquella izquierda occidental que centró su plataforma de acción en la defensa de las minorías oprimidas, con bastante éxito en muchos casos, dejando de lado la representación de los intereses del mundo del trabajo, una parte del cual terminó buscando refugio en la extrema derecha xenófoba y nacionalista o en la equívoca oposición entre pueblo y élites, insuficiente para caracterizar las contradicciones de la sociedad contemporánea.

Desde la caída del muro y la declinación de la socialdemocracia, y especialmente desde la gran recesión de 2009, la izquierda democrática en el mundo está buscando nuevas respuestas

La emergencia de la crisis del coronavirus ha evidenciado, por su parte, la importancia de la acumulación de “valor público” en los sistemas sanitarios y en las capacidades de manejo de pandemias, y las consecuencias catastróficas de su ausencia. También ha ampliado la escala de la socialización de ingresos y su distribución en el tiempo a través del gasto público. La indebida apropiación privada de valor no solo suele hacerse a costa del valor agregado por el trabajo, procurando sub-remunerarlo e informalizarlo todo lo que se pueda (lo que justifica la intervención de los “mercados de trabajo” -a pesar de las consabidas quejas empresariales- para mejorar la retribución del trabajo y sus condiciones de ejercicio). También esa apropiación se busca, y se obtiene con frecuencia, dominando el sistema político, intentanto que otros paguen el valor público que está detrás de la propia existencia de los mercados. Además, la producción privada requiere de la acumulación de conocimiento colectivo que canalizan los Estados y que hace posible la innovación, como subraya pertinentemente Mariana Mazzucato en su más reciente libro sobre el valor económico. El capital pugna por apropiárselo y por no pagar por él.

La emergencia de la crisis del coronavirus ha evidenciado, por su parte, la importancia de la acumulación de “valor público” en los sistemas sanitarios y en las capacidades de manejo de pandemias, y las consecuencias catastróficas de su ausencia.

Los temas de quien crea valor y quien se lo apropia son centrales en el mundo de hoy, y hacen más decisiva que nunca la distinción entre izquierda y derecha. Habemos quienes tenemos el mal gusto de seguir insistiendo en que las utilidades privadas no deben constituirse sub-remunerando el trabajo que las hace posibles y que se debe remunerar al Estado el valor público que permite que los mercados existan, incluyendo la acumulación colectiva de conocimiento que éste financia. Y que estas transferencias de valor expresadas en ingresos deben hacerse ya sea directamente a los trabajadores por la vía de regulaciones salariales o de cotizaciones a sistemas de cobertura de riesgos, o bien por la vía del cobro de impuestos a las utilidades. La recomposición razonada del excedente económico entre utilidades/remuneraciones/impuestos estaría lejos de detener la inversión privada, como alegan los neoliberales, dado el actual grado de concentración del capital, que no es sino expresión del poder que ha logrado acumular. El tratamiento de las obligaciones públicas de la empresa privada debe tener un trato diferenciado por tamaño, liberando de ellas a las más pequeñas o emergentes. Y nunca debe olvidarse que son los impuestos los que permiten financiar los bienes públicos, que no son solo la provisión de orden y seguridad sino también de infraestructura, ordenamiento del territorio, educación, salud y movilidad, sin los cuales ninguna producción privada sería posible. Y que los impuestos y las cotizaciones son los que permiten proteger a las personas de la pobreza, el desempleo y la enfermedad, sin lo cual no hay sociedad posible, sino solo conflictos de interés generalizados y violentos.

Los temas de quien crea valor y quien se lo apropia son centrales en el mundo de hoy, y hacen más decisiva que nunca la distinción entre izquierda y derecha.

La recomposición razonada del excedente económico entre utilidades/remuneraciones/impuestos estaría lejos de detener la inversión privada, como alegan los neoliberales, dado el actual grado de concentración del capital, que no es sino expresión del poder que ha logrado acumular.

Y que los impuestos y las cotizaciones son los que permiten proteger a las personas de la pobreza, el desempleo y la enfermedad, sin lo cual no hay sociedad posible, sino solo conflictos de interés generalizados y violentos.

El partido del orden en Chile ha dado su respuesta frente a la crisis del dominio oligárquico: permitir el descontrol de Carabineros en la represión y autorizar constitucionalmente a las fuerzas de defensa nacional para asumir tareas de orden público, con el apoyo de los que están “por encima de la izquierda y la derecha”, como el senador Girardi.

El partido del orden en Chile ha dado su respuesta frente a la crisis del dominio oligárquico: permitir el descontrol de Carabineros en la represión y autorizar constitucionalmente a las fuerzas de defensa nacional para asumir tareas de orden público, con el apoyo de los que están “por encima de la izquierda y la derecha”, como el senador Girardi.

Situarse por encima de la izquierda y la derecha y declarar que la izquierda es algo del pasado es precisamente escabullir las definiciones centrales de la sociedad, y en la práctica favorecer los intereses y los ingresos indebidos del capital.

Entonces, ¿debe permitirse la persistencia del dominio oligárquico sobre la economía, la sociedad y la política y su impacto brutal sobre la desigualdad, la mercantilización de la cultura y de la ciencia y el deterioro del ambiente? ¿No debería más bien diversificarse, desconcentrarse y regularse significativamente la economía con un Estado de derecho social y democrático fuerte y activo y un sector público innovador importante y dinámico? ¿La contradicción capital-trabajo y capital-naturaleza no obliga más que nunca a regular las asimetrías de la relación laboral y la acumulación ilimitada de capital, si acaso la especie humana quiere lograr grados básicos de equidad en las relaciones sociales, desarrollar la ciencia y la cultura e incluso sobrevivir como tal frente a los crecientes límites planetarios de su actividad? El reparto social del trabajo, incluyendo el del trabajo del cuidado, y el establecimiento progresivo de ingresos básicos universales, ¿no son opciones dignas de discutirse frente a la hiperconcentracion y el rentismo del capital? ¿No es indispensable un cambio sustancial del modelo de producción, con una transición energética rápida que Chile está en condiciones de realizar en plazos breves? ¿No será necesario un nuevo modelo de consumo e ir más allá de un par de etiquetas para los alimentos, con reglas serias de salud pública y el rediseño, reparación, reciclaje y reutilización que termine con la obsolescencia programada de los objetos? ¿No deberán emerger nuevas formas de ocupación del espacio y de movilidad para enfrentar los aleas sanitarios y aumentar la calidad de vida sostenible en las ciudades? Todo esto requiere gobernar los mercados y subordinar el capital al interés general. Aquello de que no hay atajos se aplica aquí plenamente.

¿No es indispensable un cambio sustancial del modelo de producción, con una transición energética rápida que Chile está en condiciones de realizar en plazos breves?

Todo esto requiere gobernar los mercados y subordinar el capital al interés general. Aquello de que no hay atajos se aplica aquí plenamente.

Pero claro, es más fácil hablar de inteligencia artificial o de derechos neuronales desde una especie de lógica de ciencia ficción (grandes temas que requieren una atención seria en su especificidad) antes que confrontar la adicción rentista de la oligarquía tradicional en la apropiación del excedente económico o el consumo adictivo y depredador, y por tanto defender el proyecto de transformar la economía hacia la desconcentración, la diversificación, la sostenibilidad, la igualdad de oportunidades, la revalorización de la dignidad del trabajo, el fortalecimiento de los servicios públicos, el sostenimiento de la ciencia y la innovación para el interés general. Y sostener las luchas democráticas y emancipatorias de todos los días, las que, mientras sean necesarias, hacen indispensable que exista la tan vilipendiada izquierda y su persistente lucha por la emancipación humana, el respeto de la naturaleza y los derechos de la mayoría social.

Pero claro, es más fácil hablar de inteligencia artificial o de derechos neuronales desde una especie de lógica de ciencia ficción

hacen indispensable que exista la tan vilipendiada izquierda y su persistente lucha por la emancipación humana, el respeto de la naturaleza y los derechos de la mayoría social.

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