Gabriela y Louise. Dos voces, dos miradas: la belleza del verso.

por Cristina Wormull Chiorrini

…Mira cómo ella le toca la mejilla
pidiéndole una tregua, sus dedos
ateridos por la lluvia de la primavera;
en la hierba suave, estallan rojos los azafranes

Incluso aquí, en los comienzos del amor,
su mano al abandonar el rostro presagia
una imagen de partida

Y ellos piensan
que pueden ignorar
esta tristeza…

(Fragmento de El jardín, poema de El iris salvaje, Louise Glück)

Como en todos los ámbitos de la creación, la mujer ha empezado a ser reconocida gracias a las luchas incansables de los movimientos feministas y a los de jóvenes de este siglo que, han modificado su pensar a tal punto que han hecho talleres y otros similares de deconstrucción del machismo.  Ese machismo tan enraizado en la sociedad que durante siglos impuso la idea que las mujeres no tenían la capacidad de crear, sino de procrear (no voy a hablar aquí de sus capacidades en la investigación y otros). Jamás se les concedió ni siquiera la duda sobre poseer el intelecto suficiente para hacerle el peso a los hombres.  Pero, especialmente, en estos veinte años que han transcurrido en el largo y desafiante camino del siglo XXI, se han reconocido innumerables creativas y el premio máximo en las letras, no ha estado ausente de este andar.  Ciento diecinueve premios Nobel de literatura se han entregado desde su creación.  De ellos, solo 16 se han otorgado a mujeres, y siete, es decir, prácticamente la mitad, durante este siglo.  Así, Elfriede Jelinek (Austria), Doris Lessing (Gran Bretaña), Herta Müller (Alemania), Alice Munro (Canadá); Svetlana Alexiévich (Bielorrusia); Olga Tokarxzuk (Polonia) y Louise Glück (Estados Unidos), han pasado a engrosar la lista de galardonados por la Academia. 

Pero, especialmente, en estos veinte años que han transcurrido en el largo y desafiante camino del siglo XXI, se han reconocido innumerables creativas y el premio máximo en las letras, no ha estado ausente de este andar. 

Louise Glück es la segunda poeta en lograr este galardón.  Setenta y cinco años después que la inmensa Gabriela Mistral, nuestra Lucila Godoy Alcayaga lo obtuviera allá en el año 1945, convirtiéndose en la primera mujer poeta en el mundo que ganó dicho premio y en el primer latinoamericano en lograrlo.  Es cierto que hay otras escritoras galardonadas, que también fueron poetas, pero el Nobel no lo obtuvieron por su poesía sino por su prosa, entre ellas, Nelly Sachs, Herta Müller y Wislawa Szymborska.

Louise Glück es la segunda poeta en lograr este galardón.  Setenta y cinco años después que la inmensa Gabriela Mistral

Es cierto que hay otras escritoras galardonadas, que también fueron poetas, pero el Nobel no lo obtuvieron por su poesía sino por su prosa, entre ellas, Nelly Sachs, Herta Müller y Wislawa Szymborska.

Gabriela, allá en la lejana primera mitad del siglo 20 y Louise en esta presente primera mitad del siglo veintiuno.  Dos miradas, dos lenguas que se encuentran para mostrarnos el sueño, la belleza de un verso desde la cotidianeidad, la dureza de la vida, el desencanto y la naturaleza.  Cuando supe, así como se enteró la mayoría de los chilenos, del premio a Louise Glück, mi primera reacción fue que nunca la había leído.  Ni siquiera me sonaba su nombre y empecé a buscar sus poemas, su trayectoria.  Sé que la gran mayoría de los chilenos, incluyendo a los escritores del país, poco o nada sabíamos acerca de ella. Y sentí cuán aislados estamos, tan cerca del hielo y tan lejos del calor.  Simultáneamente se me vino a la cabeza la idea que cuando a Gabriela le otorgaron el Nobel, alguien, como yo, en el hemisferio norte, en aquellos países que ni siquiera sabían dónde estaba Chile, pensó lo mismo y no tuvo las redes para buscar información acerca de la poeta proveniente del fin del mundo.  Una proeza haber traspasado fronteras y lenguas para llegar a Estocolmo.  Una proeza haber caminado desde Montegrande a través de los caminos de las Américas y saltar a Europa.  Una proeza la de esa maestra rural que fue nombrada Doctor honoris causa de la Universidad de Chile, la primera mujer en lograrlo.  Un maravilloso descubrimiento Louise Glück y su Iris Salvaje, el más bello poemario publicado en Estados Unidos (el país sin nombre, como decía Gabriela) a fines del siglo 20 y que fue ganador del Pulitzer el año 1993.

Dos miradas, dos lenguas que se encuentran para mostrarnos el sueño, la belleza de un verso desde la cotidianeidad, la dureza de la vida, el desencanto y la naturaleza.

Un maravilloso descubrimiento Louise Glück y su Iris Salvaje, el más bello poemario publicado en Estados Unidos (el país sin nombre, como decía Gabriela) a fines del siglo 20 y que fue ganador del Pulitzer el año 1993.

Al entregar el Nobel a Louise Glück, la Academia indica que lo hace impulsada  “Por su característica voz poética, que con su austera belleza hace universal la existencia individual”… Curiosamente, al  otorgar el Nobel a Gabriela, la Academia señaló que la motivación para entregarle esta distinción fue “su obra lírica que, inspirada en poderosas emociones, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”   Argumentos que suenan similares, sobre todo, cuando Louise ha sido incluida en esa generación de mujeres poetas que la crítica ha agrupado con la curiosa, pero no impropia, denominación de poetas líricas.

“Al final de mi sufrimiento/ había una puerta” dicen los versos iniciales de The Wild Iris (El iris salvaje). Enseguida, la puerta se abre y aparece la promesa de un jardín: un niño que juega contra el atardecer, “las primeras lluvias del otoño sacudiendo los lirios blancos”, esculturas del tiempo.

Ellos duermen, duermen, duermen,
y callan empecinados,
dueños del tronco del coigüe,
de las moradas vacías
y el jardín abandonado.

Abájate y acarícialos,
que aman ser acariciados.
A los vivos ellos visten
y crecen con gran fervor
en donde sueñan los muertos
que están bien adormilados.
Ellos han sólo a la noche
su corona de rocío
y en subiendo el sol se acaban…

Fragmento de El musgo de El poema de Chile, Gabriela Mistral

El jardín ha sido siempre un espacio alegórico (al inicio de toda la vida, el jardín del Edén) en ambas poetas es un paradigma semántico, excusa y decorado de una conversación donde se interroga y se escucha, se aprende y se reprocha.  En ambas poetas hay un equilibrio extraño entre la confesión y lo intelectual, manejan un tono urgente que renuncia a una versión unánime del mundo y también a la tristeza que se entiende como una visión personal.  Dios está muy presente en la escritura de ambas. Ambas poetas escriben desde la vida para la muerte sin drama, como un camino y un final natural.

Ambas poetas escriben desde la vida para la muerte sin drama, como un camino y un final natural.

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1 comment

Carmen octubre 15, 2020 - 5:46 pm

Creo que sí no fuera, también por nuestras congéneres que abonan aún el machismo, en la crianza de sus hijos, otro gallo cantaría. Cristina una vez más notable.

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