Gestos y gesticulaciones. Por Francisco J. Zañartu G.

por La Nueva Mirada

Hace un par de semanas la Corte de Apelaciones de Santiago confirmó   el fallo que ordena pagar 120 millones de pesos al actor y director de teatro Hugo Medina (79 años) por torturas y apremios sufridos a comienzos de la dictadura cívico militar. Con 29 años, Medina fue detenido el 20 de noviembre de 1973, sometido a torturas en el Regimiento Buin y luego ingresado a la cárcel pública donde permaneció hasta el 22 de enero de 1975, fecha en que recuperó la libertad para salir al exilio, con prohibición de regresar al país por 10 años

La noticia provocó diversas reacciones entre sus colegas, espectadores, abogados de Derechos Humanos y chilenos comunes y corrientes, que pensaron que la justicia tarda, pero, a veces, llega. Algunos respiraron y dijeron que, afortunadamente, este conocido actor tuvo mejor suerte que otros trabajadores del arte como Víctor Jara, Carmen Bueno, Jorge Müller, Juan Maino, Jorge Peña Hen.

Hubo quienes protestaron por el fallo. Un conocido columnista de derecha, tocayo de un humorista, recalcó en su blog, entre otras cosas, que una de las razones por la que el estado chileno era pobre era porque se dedicaba a financiar terroristas.

Luego de leer dicha reflexión pensé para mis adentros – y también para mis afueras – e intenté buscar las características terroristas de Medina. Luego de un par de horas concluí que, a lo mejor, había actuado como terrorista en alguna obra, entonces recordé que, para muchos paradigmas del pensamiento concreto, no existe diferencia entre el mundo real y la ficción.

Es en ese entonces cuando se me vino a la memoria la obra “Prat” escrita por Manuela Infante, montada por alumnos del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile y producida por la compañía Teatro de Chile, a comienzo del siglo XXI, el año 2001, cuando estábamos en democracia y la alegría había vuelto. Estrenada en el Festival de Dramaturgia y Dirección Víctor Jara, recibió el premio al mejor actor (Héctor Morales) y al mejor montaje. En dicho texto Arturo Prat es caracterizado como un adolescente de 16 años, vulnerable, que se enfrenta a las dudas de convertirse en héroe. El protagonista muestra, además, una dependencia de su madre y una tendencia a beber alcohol.

La obra generó diversos comentarios. La escritora Alejandra Costamagna se refirió a ella como «una fresca relectura del patriotismo, del discurso del éxito y de la figura de Prat, a quien sitúa como un héroe descreído y frágil, acaso un antihéroe».​ El Almirante Jorge Swett (1915 – 2010) exrector de la Pontificia Universidad Católica de Chile y vocero de la Cámara de Almirantes en Retiro, sostuvo: «La personalidad de Arturo Prat es demasiado grande, nacional e internacionalmente reconocida, para que un pequeño grupo de teatro pueda mancillar su imagen entre los chilenos de corazón bien puesto.”

¿Manuela Infante habrá querido mancillar la imagen de Prat?

Sugestivo concepto este de chileno de corazón bien puesto. Chileno, chileno de corazón, cantan los hinchas de la roja.

En todo caso, resulta interesante que el teatro, la literatura y las demás artes generen una discusión. Aquella que no pudo darse con “Hojas de parra” montaje basado en textos de Nicanor Parra realizado por Jaime Vadell y J. Manuel Salcedo. Estrenada el 18 de enero de 1977 fue quemada el 12 de marzo de ese mismo año, por agentes del estado. Similar suerte tuvo “La última tentación de Cristo”, película de Martin Scorsese, basada en la novela homónima de Nikos Kazantzakis y prohibida en Chile durante décadas.

Estas discusiones, en muchos casos, pueden ser tomados como gestos.

La cultura, constantemente, se alimenta de todo tipo de gestos. Quemarle la carpa a Parra/Vadell/Salcedo fue un gesto; que el rector Swett Madge – acompañado del Vicerrector Hernán Larraín – censurara “Lo crudo, lo cocido y lo podrido” de Marco Antonio de la Parra, también lo fue. Una inolvidable gesticulación fue la que menciona Gustavo Meza, cuando recuerda que en Chile se prohibió el charango. (No + quirquinchos subversivos)

A diario estamos sometidos a distinto tipo de gestos.

Algunos ex presos de Villa Grimaldi comentan que un custodio del campo de concentración descubre que Jorge Müller y Carmen Bueno -pareja de cineastas y novios – se hacían gestos cuando iban al baño. El guardián denuncia el hecho, los jóvenes son sacados del lugar de reclusión y se pierde su rastro.

Un gesto es que sus colegas hayan instaurado el 29 de noviembre, fecha en que ambos jóvenes desaparecen, como el día del cine en nuestro país.

Quienes vivimos la dictadura en Chile, estuvimos llenos de gestos que nos permitían sobrevivir. Como olvidar los chistes de Rufino y Guillo, la revista “La bicicleta” con Eduardo Yentzen a la cabeza, los recitales folklóricos promovidos por el Sello Alerce y Ricardo García en el Teatro Caupolicán, o los encuentros musicales, organizados por la Vicaría de la Zona Sur, cuyo objetivo era juntar regalos para los niños en las Navidades del 75-76. (Ellos también quieren un juguete).

Si de gestos se trata muchos recuerdan el 30 de noviembre de 1987 como el día en que Superman llegó al país para enfrentarse a la dictadura de Pinochet. Ese día, el actor Christopher Reeve participó de un evento en solidaridad con 78 actores que habían sido amenazados de muerte.

 Hablando de gestos, dicen que nunca es tarde para crear uno… Hoy, el estado de Chile, a través de sus Tribunales de Justicia, ha hecho un pequeño gesto con el actor Hugo Medina, a quien, 50 años después de su tortura y prisión, le ha dicho: “Compadre, esto es tuyo”.

Se valora el gesto.

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