Al lado de allá de la pandemia, anticipo que nos encontraremos con una nueva globalización. Una manejada abiertamente por la política, no basada en reglas incambiables.
La globalización consiste en un mundo integrado por mercados y flujos financieros, con una oferta de liquidez asegurada por la emisión de dólares de Estados Unidos. Ello permitió en Chile, como en muchos otros países, que se generaran utilidades muy elevadas gracias a salarios bajos (o sea, con un consumo interno reducido), que ellas no fueron invertidas productivamente en el territorio nacional, sino que se ahorraran en dólares por el estado y los empresarios. Mientras tanto, Estados Unidos gastaba por encima de su capacidad productiva, convirtiéndose en el gran importador consumidor mundial. No le costó nada más que imprimir dólares. Sin la capacidad de los norteamericanos de adquirir todo lo que recibía en sus fronteras, Chile no habría podido inventar su economía de utilidades elevadas y salarios bajos, exportaciones mayores que las importaciones, reducido consumo e inversión, y grandes patrimonios financieros en dólares.
Duró hasta que Estados Unidos sintió la amenaza del explosivo crecimiento de China como potencia industrial y tecnológica, y se aterró de su déficit comercial, mientras que su base productiva se desmoronaba en los viejos centros industriales, con una estela de desempleo, pobreza, comunidades enmohecidas y vidas inmersas en el desespero. La política internacional cambió, se inició una guerra comercial y tecnológica con China, las reglas comerciales se empezaron a manejar en forma abiertamente política. No se trata sólo de Trump. Sobre la guerra comercial tecnológica con China hay amplio consenso en EEUU.
Duró hasta que Estados Unidos sintió la amenaza del explosivo crecimiento de China
No me sale difícil imaginar que parte del malestar que explotó en octubre pasado en Chile está relacionado con este esquema económico de salarios bajos y elevadas utilidades convertidas en papeles en dólares – a salvo en el extranjero y descomprometidos con las necesidades y la falta de futuro de muchos en el país. Con un estado que produce dolorosas insatisfacciones en salud, educación y urbanismo, y prefiere guardar sus ahorros en papeles improductivos. Con empresarios que parecen no descubrir posibilidades para invertir rentablemente en Chile, y hacen lo mismo.
Por ambos lados – la globalización y el esquema económico que iba con ella, interrumpidos -, Chile enfrentará el desafío ineludible de inventar algo diferente. No solo una nueva distribución y una nueva constitución. Una nueva manera de estructurar la economía.
Ocurrió antes. Cuando una manera de integrarse al mundo (como exportadores de salitre) y de organizar la economía interna se desfondaron, nuevos grupos sociales tomaron el control del estado y condujeron desde éste la industrialización de Chile. Intelectuales, profesionales, ingenieros, empresarios incipientes, renovaron nuestra narrativa matriz, cuando menos la económica, y emprendieron una transformación de nuestra matriz productiva. Malamente desprestigiada, creo yo. Todavía existen las empresas que formó o nacionalizó el estado, que son básicas en nuestra economía del presente. Con nuevos y viejos nombres – CODELCO, ENAP, Banco Estado, Endesa, empresas Petroquímicas, Empresas de Celulosa -, siguen siendo el principal fundamento productivo del país.
¿Quién tomará en sus manos este desafío hoy día? Es una interrogante exigente.
¿Quién tomará en sus manos este desafío hoy día? Es una interrogante exigente.