Como una espada de Damocles, el primer día del año que llegó se presentaba como un hito tan trascendente como ineludible. Gran Bretaña terminaba el proceso iniciado el 23 de junio del 2016 cuando, contrariamente a lo esperado, el Sí a la salida de la UE venció con comodidad en un referéndum, que tres años antes, David Cameron prometía convocar para reducir las tensiones dentro de su propio partido. Tras cuatro años y medio de una tortuosa e interminable negociación, y horas antes de Navidad, se firmó el acuerdo final de este divorcio.
El “continente” y UK: un matrimonio mal avenido
Probablemente el egocentrismo sea una característica de los viejos y nuevos imperios. Pero en el caso de Inglaterra adquiere un tono especial. No está claro si fue el Daily Mail en un parte meteorológico en plena Segunda Guerra Mundial, The Times en la década del cincuenta, la BBC ya entrados los años sesenta o el propio Winston Churchill frente al parlamento británico, que señaló: “Fog on the canal. The continent is isolated.”[1] Lo mismo ocurrió en 1994, cuando se abrió a la circulación de vehículos el recién construido EuroTúnel que atravesaba el Canal de la Mancha, en la primera página de un periódico de Londres se leía: “The EuroTunel was inaugurated. The smell of garlic arrived”[2]. El caso es que constituye un conflicto no resuelto respecto a la impronta cultural de Europa.
Desde la época de Guillermo el Conquistador, que en 1066 asumió la corona de Inglaterra siendo duque de Normandía, la relación entre Europa y las islas británicas ha constituido un desafío permanente para las élites gobernantes del viejo mundo.
En periodos anteriores el problema se reducía a la presencia de gobiernos emparentados con las estirpes dominantes de los alrededores que fueran capaces de poner freno a las amenazas que enfrentaba el mundo cristiano, ya se tratara de los vikingos en el siglo VIII o en el ocaso del Imperio romano por parte de los sajones. Siempre se trató de definir los intereses de unos y otros por separado. Sin embargo, desde el periodo normando, establecer un ensamble entre Inglaterra y el resto de Europa ha sido un desafío permanente.
desde el periodo normando, establecer un ensamble entre Inglaterra y el resto de Europa ha sido un desafío permanente.
Terminada la Primera Guerra Mundial comenzó el inexorable declive del viejo imperio, mientras el mundo era testigo del ascenso de su vástago, Estados Unidos. Sabiamente UK entendió que su época de oro había pasado y supo convertirse en el “aliado especial” del nuevo imperio. Instalada la nueva potencia, UK fue siempre la bisagra entre ambos lados del Atlántico y el representante de dios (USA) en la tierra (Europa). Conciliar esos intereses distintos hizo que la inserción de UK en Europa se volviera cada vez más áspera. Francia y Alemania, desde muy temprano se mostraron más partidarias de una idea de Europa autónoma una vez terminada la Guerra Fría.
Sabiamente UK entendió que su época de oro había pasado y supo convertirse en el “aliado especial” del nuevo imperio.
El nacimiento de la UE se encuentra atrapado en esa arquitectura geopolítica en que los intereses de una Europa que renace debían estar en sintonía con los de la ribera occidental del Atlántico. En ese contexto, la presencia de UK en la UE dificultó seriamente la conformación de Europa como un actor independiente y relevante en el mundo contemporáneo. La relación especial de UK con Estados Unidos dejó a Europa sin poder maximizar el desarrollo de un perfil propio con el que interactuar con las nuevas potencias emergentes, como es China y, en general, los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
El divorcio
Determinar qué es lo que ha conducido finalmente a este divorcio es una tarea ardua. Sin embargo, en principio, se pueden observar dos aspectos principales. En primer término, las contradicciones que supone todo proceso de integración y, en segundo término, lo que explica el triunfo de la opción “Sí” en el referéndum del 2016.
La integración de Europa es un largo proceso que comienza con el Tratado de Roma en 1957, primero como un espacio de comercio y de cooperación que posteriormente deriva en la actual UE desde 1993 con el Tratado de Maastricht. En su dimensión política cuenta con el Parlamento Europeo, en la judicial con el Tribunal de Justicia de la UE, en la monetaria con el Banco Central Europeo y la Zona Euro, junto a otras muchas instituciones que son la base de una dinámica ascendente de integración. Este proceso supone inevitablemente que los distintos Estados miembros cedan parte de su soberanía, que ahora se traslada al espacio comunitario. Las leyes y los tribunales nacionales quedan sometidos a una instancia superior como es el TJUE. Las iniciativas presupuestarias deben ajustarse a las pautas y acuerdos de la Comisión Europea y existe una instancia supranacional encargada de la política monetaria en la Zona Euro.
Esta condición siempre resultó compleja para UK y, paralelamente al incremento de la incidencia de grupos conservadores en el espacio político, las renuncias señaladas fueron el blanco del debate sobre política interna. Un ejemplo fue la política migratoria comunitaria, que tuvo que enfrentar el crecimiento exponencial de refugiados que huían de sus países sumidos en agudos conflictos armados, conflictos que en muchos casos fueron agudizados por la propia política exterior de la UE. Como es el caso de Libia y Siria. En ese contexto, los discursos que demandaban mayor autonomía para la política migratoria nacional concentraban sus dardos en los amarres que suponía la integración.
Esta condición siempre resultó compleja para UK y, paralelamente al incremento de la incidencia de grupos conservadores en el espacio político, las renuncias señaladas fueron el blanco del debate sobre política interna.
Lo anterior puede ser un problema que varios actores comparten. Sin embargo, eso no explica cómo llegó a formarse una mayoría que sancionó la salida del UK del espacio europeo.
La globalización que maximizó el bienestar de los países ricos en un inicio finalmente tocaba a la puerta, en la forma de empleos que desaparecían para ubicarse en espacios más competitivos, como China, la nueva factoría del mundo.
Un elemento central se encuentra en el proceso de globalización iniciado durante la década de los años noventa en el mundo. Apoyado en nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, y en la difusión de las políticas liberalizadoras provenientes del llamado Consenso de Washington, produjo una relocalización de las distintas etapas de los procesos productivos. Esto supuso una pérdida neta de los buenos empleos tradicionales en la industria, y ocurrió, en un primer momento, en los países del tercer mundo, pero inevitablemente llegó hasta las economías desarrolladas. La globalización que maximizó el bienestar de los países ricos en un inicio finalmente tocaba a la puerta, en la forma de empleos que desaparecían para ubicarse en espacios más competitivos, como China, la nueva factoría del mundo.
Los discursos populistas de derecha, al estilo de Donald Trump o de Víctor Orban y, por cierto, del actual Premier inglés, Boris Johnson, culpaban a la globalización de los perjuicios de la antigua clase trabajadora, el bienestar perdido de las capas medias y el incremento de los refugiados. Esto, en el caso de Europa, se encarnaba en toda instancia supranacional que reflejaba este modelo de economía y sociedad imperante, una sociedad que experimentaba un deterioro en sus tradicionales señas de bienestar, y que encontraba un responsable: la camisa de fuerza que suponía la política comunitaria.
El acuerdo de divorcio
Zanjar definitivamente la fórmula de salida de un pacto que nunca contempló un protocolo para tal efecto, ha sido sin duda un proceso tortuoso.
Las negociaciones han favorecido la posición de UK; finalmente seguirá gozando de un espacio de libre comercio, libre de aranceles y cuotas, teniendo como única contrapartida el deber de respetar los estándares europeos en materia laboral y medioambiental.
Zanjar definitivamente la fórmula de salida de un pacto que nunca contempló un protocolo para tal efecto, ha sido sin duda un proceso tortuoso. El primer aspecto es el impacto en términos de los flujos de comercio entre UK y el continente. El 45% del total de las exportaciones de Gran Bretaña se dirigen a la UE, al tiempo que Dover es la puerta de entrada y salida para casi el 80% de los bienes que se trasladan hacia y desde la UE.[3] Las negociaciones han favorecido la posición de UK; finalmente seguirá gozando de un espacio de libre comercio, libre de aranceles y cuotas, teniendo como única contrapartida el deber de respetar los estándares europeos en materia laboral y medioambiental. Es improbable que las ganancias de competitividad de la economía inglesa busquen pasar por deteriorar esos estándares, por tanto, no supone un costo significativo con tal de seguir participando del espacio comercial comunitario.[4]
Desde una perspectiva agregada, con la separación de UK, la Unión Europea pierde el 16% de su presupuesto comunitario, el 13% de su población y el 15% de PIB. La contrapartida, es que ahora la Zona Euro cubre el 80% de la UE y se convierte en una fuerza centrípeta mayor sobre los países de la UE que no pertenecen a ella. En términos productivos, los sectores más afectados por el Brexit son el del automóvil, el químico-farmacéutico y el de finanzas. La especialización productiva ha conducido a complicados modelos en que los procesos productivos se apoyan en un entramado de beneficios e incentivos que hacen posible la cooperación entre distintos agentes con un único fin. El efecto de la alteración de esas condiciones resulta difícil de precisar en este momento, pero es indudable que no será menor. El debate sobre el sector pesquero finalmente tiene una significación más bien simbólica. Supone el 1% del PIB de la UE y solo el 0,1% del PIB de UK.[5] En suma, Gran Bretaña ha logrado un acuerdo de salida bastante menos perjudicial de lo esperado inicialmente en el campo de la economía y las relaciones comerciales.
Desde una perspectiva agregada, con la separación de UK, la Unión Europea pierde el 16% de su presupuesto comunitario, el 13% de su población y el 15% de PIB.
En suma, Gran Bretaña ha logrado un acuerdo de salida bastante menos perjudicial de lo esperado inicialmente en el campo de la economía y las relaciones comerciales.
Sin solución queda su marginación del programa Erasmus, emblema de la apuesta europea por fortalecer una élite profesional paneuropea y con una mirada puesta en el futuro de un continente que busca un espacio de liderazgo en el mundo de hoy.
Gran Bretaña ya no es más parte de este proyecto. Sin embargo, el inexorable eclipse del poderío norteamericano en el mundo hace que el adiós de hoy sea más bien un hasta pronto.
Gran Bretaña ya no es más parte de este proyecto. Sin embargo, el inexorable eclipse del poderío norteamericano en el mundo hace que el adiós de hoy sea más bien un hasta pronto.
[1] Distintas son las versiones respecto a la autoría del titular: “Niebla en el Canal. El continente está aislado”, pero todas reflejan una mirada de los ingleses sobre el mundo que les rodea.
[2] Ciertamente la aversión al olor a ajo de los ingleses es anterior a que Victoria Beckham lo señalara como característico de España, mientras acompañaba a David Beckham para integrarse a las filas del Real Madrid.
[3] https://www.ara.cat/publication/pdf/2588291147/ara_1608850802.pdf
[4] https://comercio.gob.es/es-es/brexit-comercio/Documents/estudio-impacto-economico-brexit.pdf
[5] https://datosmacro.expansion.com/paises/comparar/uk/zona-euro
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Sólido como siempre su análisis, Don Patricio