Tuve la suerte de escucharlo por primera vez el año 1980, por ahí, en una presentación de un día entero que hizo junto a Heinz von Foerster, el célebre cibernetista, en el Instituto Chileno Norteamericano; imagino que el lugar garantizaba la libertad de la conversación. Dañaron mis esquemas mentales.
Corrí a leer De Maquinas Y Seres Vivos, escrito por Maturana y Francisco Varela en 1973. Adquirido ese año, lo dejé arrumbado en algún rincón que me costó recordar debido a mi existencia nómade de esos años. Me encontré con la autopoiesis como característica definitoria de lo vivo. La constante auto – producción de su organización distintiva es lo que constituye a una unidad viviente. El daño se hizo irreparable.


Atesoro dos hallazgos.
Determinada por su estructura, la unidad autopoiética es cerrada a toda influencia del medio a la que no está estructuralmente abierta. De su mundo no forma parte nada a lo que está cerrada, aunque algún otro ser vivo pueda interactuar con aquello. Desde que hay vida, no tiene sentido hablar de separación entre sujeto y objeto, entre unidad autopoiética y mundo. El ser vivo crea su mundo, y haciéndolo se crea a sí misma. No hay bases para dualismos.
A la unidad autopoiética no le entra nada que no cuenta con una puerta adecuada. No absorbe información, palabras, ideas ni razones; no recibe instrucciones. Todo lo que incide sobre ella desde el medio es “interpretado” maquínicamente por su estructura. Creo que intuí de inmediato que la comunicación entre seres vivos con lenguaje no consiste en hablar claro, en trasmitir razones con precisión, en seguir normas lógicas. Se consigue interpretando cómo son interpretadas.
El primero lo atesoro por apartarme de tentaciones metafísicas, ni materialistas ni idealistas. Me libera de moralismos y autoritarismos. El segundo lo atesoro como condición esencial para comunicarme y establecer relaciones valiosas.
Como ningún otro chileno que yo sepa, Maturana entra al club más graneado de científicos del mundo en Estados Unidos, antes de su hallazgo definitorio de la autopoiesis. Una campanada que desafió radicalmente concepciones imperantes biológicas, neurobiológicas, de teoría de sistemas, de teoría del conocimiento, de teoría de la información, cibernéticas, sociológicas; todas de una. Además de apreciar la influencia única que tuvo un hallazgo del pensamiento nacido en esta tierra en múltiples ramas de las ciencias biológicas y humanas, yo valoro muy especialmente el coraje de Humberto Maturana. Desde Santiago de Chile, no precisamente el centro del mundo, él y Varela se atrevieron a desafiar radicalmente, fuerte y claro, a la comunidad científica mundial. ¡Con una definición de la vida! Chapeau.

“Todo lo dicho es dicho por alguien”, resume los dichos de Maturana. Recuerda que no hay verdades ni reglas válidas en sí mismas. Me ayuda a tener presente que cuando generalizo, doy verdades por obvias, atizo valores, exijo razones y hablo en tercera persona, no hay nada más que yo mismo hablando. Mantener a la mano el yo de la primera persona me ayuda a ser menos imperial. O sea, considerando el ser local y de corta duración que soy, menos huevón. ¡Chapeau y gracias!