Ianfu… Mujeres de consuelo. Esclavitud sexual o aberración humana. Por Cristina Wormull Chiorrini

por La Nueva Mirada

Desde la antigüedad, las mujeres han sido botín de guerra. Actualmente el Estado islámico toma como esclavas sexuales a las mujeres de los pueblos que conquistan, pero en el pasado reciente, destacan los casi olvidados crímenes contra las mujeres cometidos por ambos bandos durante la Segunda Guerra mundial, todos repudiables, pero algunos destacaron por su extrema brutalidad como el caso de las “mujeres de consuelo” en los territorios ocupados por Japón.

De tanto en tanto la prensa nos sorprende con titulares que hablan de niñas escolares secuestradas por algún grupo extremista en remotos lugares del continente africano; otras, con la realidad de las esclavas sexuales del estado islámico y así, escuchamos con horror y procuramos olvidar, la tremenda aberración que significan estos hechos.

De la misma forma el mundo occidental, buscando reanudar relaciones y negocios interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial, ha permitido que queden impunes los abusos cometidos por el ejército imperial japonés contra las mujeres de los países ocupados que fueron secuestradas maltratadas y vejadas, obligadas a trabajar como esclavas sexuales en prostíbulos militares japoneses durante todo el conflicto. Los japoneses las llamaban ianfu, “mujeres de confort o de consuelo”.

Pero cuando la guerra ya estaba en pleno desarrollo, las mujeres secuestradas para estos fines se estima que llegaron a cuatrocientas mil. La mayoría de ellas, niñas y mujeres de entre 12 y 20 años originarias de Vietnam, Malasia, Filipinas, Corea, Indonesia y Taiwán que fueron engañadas para ingresarlas por la fuerza en lo que eufemísticamente se llamó «estaciones de consuelo» o «centros de solaz». Los soldados japoneses -como la mayoría de los uniformados de todas las naciones- habían tenido comportamientos muy violentos como en la masacre de Nankín (China) donde miles de mujeres de todas las edades fueron violadas y torturadas. Ante esto, el alto mando del ejército decidió aumentar la cantidad de prostíbulos con profesionales japonesas, pero a los soldados no les gustó no poder excederse con ellas y salieron de nuevo a la calle a violar a las mujeres chinas a cambio de no matarlas.  

Para controlar el descontrol, decidieron entonces convertir a miles de mujeres de los países ocupados en esclavas sexuales, obligadas a prostituirse diariamente por meses y años (si sobrevivían) soportando vejámenes inconcebibles y recibiendo el apodo de “retretes públicos” con los cuales los soldados podían desahogar todo tipo de aberraciones e incluso torturarlas hasta la muerte.

Esta esclavitud no perdonó ni siquiera a las europeas que trabajaban en aquellos países. Los japoneses quedaron fascinados con las mujeres holandesas que vivían en Indonesia, muchas de ellas rubias y con los ojos azules, por lo que les parecían sumamente exóticas. Algunas tuvieron la “suerte” de recibir un trato especial y ser consideradas prostitutas de lujo, con mejores condiciones de vida, pero la mayoría fue enviada a campos como Ambarawa y Semarangm donde fueron obligadas a prostituirse y muchas de ellas fueron asesinadas mientras eran violadas sistemáticamente.

“Las evidencias materiales y los testimonios muestran que las víctimas sufrieron un dolor físico y mental extremo e inimaginable por los actos ilegales del acusado, que no ha sabido compensarlas por su sufrimiento”.  juez Kim Jeong Gon.

Hay dos datos curiosos de cómo se dio esta prostitución forzosa en Indonesia donde proliferaron como en ningún otro país los burdeles.  El primero es que la mayoría de ellos fueron administrados por hombres de negocios occidentales que vieron una oportunidad de enriquecerse rápidamente y la segunda es que, dada la alta tasa de mortalidad causada por la malaria, cada soldado japonés destinado allí, recibía un manual titulado Libro de bolsillo de higiene de áreas tropicales donde se le explicaba cómo no enfermar y cómo escoger una prostituta.

La mayoría de las mujeres esclavizadas no sobrevivieron a la guerra porque, como ya señalé, fueron asesinadas por sus violadores y también porque un gran porcentaje de ellas se suicidó para poner fin a su esclavitud

Apodadas eufemísticamente como mujeres de consuelo o mujeres de solaz, su tragedia fue ocultada durante décadas por las mismas víctimas que tuvieron que soportar la vergüenza y el estigma social. Este tema se mantuvo casi oculto hasta   1991, pese a que los Países Bajos habían logrado, entre 1946 y 1948 la condena de una veintena de militares o regentes de burdeles castrenses japoneses por la prostitución forzada de ciudadanas neerlandesas de las colonias. Una de ellas fue Jan Ruff O’Herne.

Recién en 1991, Kim Hak Soon, otra de las víctimas sobrevivientes, hizo pública su historia de abusos y violaciones durante aquellos años, y ese testimonio detonó que varias decenas más se atrevieran a narrar sus calvarios, como Ok-Seon Lee, quien narró su historia para visualizar las atrocidades vividas.

«No eran un lugar para humanos, eran un matadero«. Ok-Seon Lee refiriéndose a los centros de prostitución forzada

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, esto fue juzgado en el Juicio de Tokio, sin mayores consecuencias para Japón ni tampoco reparaciones para las víctimas.  Solo décadas más tarde fue denunciado por numerosas organizaciones defensoras de los derechos humanos. Hasta el día de hoy no es posible establecer el número real de mujeres que sufrieron este destino porque antes de la derrota de Japón, el ministro de guerra japonés ordenó quemar todos los documentos que pudieran contener alguna prueba incriminatoria.

A fines del 2015, Japón y Corea del Sur llegaron a un acuerdo compensatorio en que Japón le entregó mil millones de yenes (casi ocho millones de euros) al gobierno de Corea del Sur, para destinarlo a la creación de un fondo de ayuda para las mujeres víctimas de la esclavitud sexual durante la guerra.  Para ese entonces, prácticamente todas las sobrevivientes de la guerra ya habían fallecido y las poquísimas que sobreviven (unas 16) superan los 90 años.

«Corea del Sur y Japón firmaron un acuerdo que carece de las apropiadas disculpas y compensaciones. Al fin y al cabo, este acuerdo es simplemente económico y solo sirve como soborno para que el gobierno coreano silencie el tema. Japón ni siquiera ha pedido disculpas a las víctimas«. Consejo Coreano de las Mujeres Reclutadas para la Esclavitud Sexual del Ejército. 2015.

Han pasado más de siete décadas persiguiendo justicia y sobre todo reconocimiento por los vejámenes sufridos.  Tokio nunca ha querido disculparse por los crímenes cometidos contra las mujeres, e incluso niega que dichos hechos hayan ocurrido.  Es más, no ha querido acatar un nuevo fallo de la justicia surcoreana en su contra ni piensa hacerlo. En este fallo se ordena que el gobierno japonés indemnice a las pocas sobrevivientes con una alta suma de dinero.  Pero en Japón hay muchos, incluidas altas autoridades de gobierno que insisten en que no existió un programa de reclutamiento forzoso de mujeres y que todas eran prostitutas que trabajaron en los burdeles voluntariamente.   

Todos los ejércitos han convertido la violación en un arma de guerra, pero eso no debe ser obstáculo para que se oculte o se siga practicando.  Al contrario, hoy, cuando la guerra sigue asolando al planeta es más urgente que nunca levantar la voz contra estas prácticas y dejar de justificarlas.

Por eso, para no dejarlas en el olvido, cierro este brevísimo recuento de un período terrible con el reconocimiento a las víctimas que, a partir de los noventa empezaron, una primero y otras después a denunciar aquella esclavitud:  Las coreanas Kim Hak Soon y Ok-Sen Lee; Jan Ruff O’Herne (holandesa, que murió en el 2019) y a María Rosa Luna (filipina que murió en 1997) que venció sus traumas y dijo al mundo algo que solo habían sabido su difunta madre y su marido: que fue una mujer de consuelo en el libro Nana rosa, donde narra las atrocidades vividas.

Por último, es importante destacar que no solo hubo burdeles militares. Japón recompensó con ianfu a los mineros chinos que trabajaban como mano de obra forzada o romusha en sus explotaciones de carbón: una por cada 30 hombres.

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1 comment

Eva abril 8, 2022 - 2:30 pm

Sin palabras, cuanto de esto persiste hoy en las guerras vigentes
Gracias Cristina un relato impecable y fuerte necesario para construir un futuro de paz

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