El último hotel
Yo puedo ver la pared negra
Yo puedo ver la silueta en la ventana
Él está hablando
Yo no estoy interesado en lo que dice
Sólo me interesa el hecho de que éste es
el último hotel
El último hotel
Fantasmas en mi cama
Hombres lascivos de los que me aproveché
El último hotel (Jack Kerouac)
Marzo se ha iniciado no al trote, sino a la carrera y nos ha sumido en un torbellino de emociones atravesadas no solo por el regreso a clases presenciales de los niños y jóvenes del país, sino también por las conmemoraciones del Día Internacional de la mujer, el cambio de mando presidencial -lejos, el más emocionante de los últimos 14 años, porque todavía late en el tiempo la explosión de euforia el 2016, cuando fue elegida Michelle Bachelet como la primera mujer presidenta de Chile, pero su asunción no fue lo emotiva que ha sido la de Boric, el presidente más joven del mundo… grandes expectativas o, como en el libro de Dickens, Grandes esperanzas- y de fondo, como una música en sordina, pero con cañonazos al estilo Chaikovski, la guerra con su incerteza cotidiana, con la muerte imperando en Ucrania y el terror planeando sobre Europa y el resto del mundo.
Y por si todo lo anterior fuera poco, este 12 de marzo, se cumplieron 100 años del nacimiento de Jack Kerouac, considerado por muchos el padre del movimiento beatnik, aunque ahora la academia prefiere calificar de tal a Burroughs. Kerouac es, para aquellos que no lo identifican a primera oída, el autor de On the road (En el camino), y de Los vagabundos del Dharma, entre muchas más, dos obras fundamentales en el origen del movimiento hippie que sucedería a la Generación Beat.
Kerouac, pese a su vida llena de excesos y alcohol, era un ultraconservador herméticamente católico que sostuvo que los hippies eran “groseros y antipatriotas”, fue un furibundo anticomunista que apoyó la salvaje persecución que el senador McCarthy desató contra los ciudadanos estadounidenses que según su opinión y/o criterio, coqueteaban con la izquierda o despertaban alguna sospecha de ser agentes soviéticos. Kerouac simpatizó con la guerra de Vietnam y curiosamente con el budismo y, de hecho, veía a su novela On the road, no como el canto a la libertad que hemos leído los demás, sino como “un viaje religioso”. Es así que Kerouac hizo enemigos en todos los frentes: en la derecha que desdeñaba su asociación con las drogas y el libertinaje sexual y con la izquierda que no le perdonó su anticomunismo y su catolicismo… una anécdota que lo retrata de cuerpo entero narra que solía observar las audiencias del Senador McCarthy fumando descaradamente marihuana.
“Ningún hombre debería pasar por la vida sin experimentar una vez una soledad saludable, incluso aburrida, en el desierto, encontrándose dependiendo únicamente de sí mismo y, por lo tanto, aprendiendo su verdadera y oculta fuerza. Aprender, por ejemplo, a comer cuando tiene hambre y dormir cuando tiene sueño”. Jack Kerouac, Viajero solitario
Kerouac conoció en Nueva York a Neal Cassady, un hombre de escasa cultura, acostumbrado a circular en los bajos fondos, a entrar y salir de prisión, pero con una extraña fascinación por la literatura, que no solo desarrolló amistad con Kerouac, sino con varios de sus compañeros de universidad que se convertirían en los escritores más influyentes de su tiempo. Escritores que, en buena medida debido a su influjo, conformarían la Generación Beat. Sus aventuras y viajes junto a este grupo, centradas en su gran amistad sobre todo con Allen Ginsberg y Jack Kerouac, formaron el núcleo existencial y temático inmortalizado por la «Generación Beat» de la década de 1950 y del movimiento psicodélico de la década de 1960. Casi todos lo conocen como Dean Moriarty, personaje principal de En el camino, la clásica novela de Kerouac pero también es mencionado en el poema Aullido de Ginsberg; en The Electric Kool-Aid Acid Test de Wolfe; en Hell”s Angels: The Strange and Terrible Saga of the Outlaw Motorcycle Gangs de Hunter; y en Escritos de un viejo indecente de Bukowski, quien afirmó en uno de los diálogos
-Kerouac ha escrito todos tus otros capítulos. yo he escrito ya tu último.
-Adelante -dijo él-, escríbelo.
Cassady fue arrestado por comercializar marihuana y enviado a prisión (una vez más) para luego, al salir, convertirse en conductor del autobús Furthur (viajes inmortalizados en el libro de Wolfe: The electric Kool-Aid Acid Test), desarrollando un papel fundamental en la escena psicodélica californiana de la década del ’60.
Todo un personaje que ha trascendido en el mundo de las letras sin haber escrito una sola línea. Poco tiempo después de su encuentro con Bukowski, en 1968, Cassady murió, probablemente por sobredosis de barbitúricos, junto a las líneas del tren, luego de haber asistido a una boda en Guanajuato. Tenía recién 41 años.
“Muchos matones y comunistas se colgaron de mí (Lawrence Ferlinghetti se colgó), y modificaron la idea que yo tenía sobre la generación beat: una generación de beatitud, placer por la vida y cariño. Ellos la llamaron en los periódicos motín-beat, insurrección beat, palabras que nunca usé… siendo católico. Yo creo en el orden, el cariño y la piedad”, afirmó el escritor durante una entrevista televisiva.
Kerouac, entre este grupo de escritores corresponde a una masculinidad compleja como la de Brando, James Dean o Mickey Rourke, es decir, pertenece a ese grupo de hombres íconos de la hombría, que no ocultan cierta feminidad. La sexualidad de Kerouac se aleja de Burroughs o Ginsberg que eran declaradamente gays; mantuvo relaciones extremadamente románticas con mujeres (entre las que incluyó a muchas prostitutas) y simultáneamente tuvo intercambios “fraternos” con hombres. Kerouac no fue bisexual, pero mantuvo “experiencias” homosexuales (Dean Moriarty o Cody Pomeray, en varios libros del autor).
Pese a su fama de hombre alcohólico, Kerouac fue un extraordinario jugador de fútbol americano y recibió muchas ofertas para dedicarse profesionalmente a ello, pero solo aceptó la beca que le dio la Universidad de Columbia, porque estaba en Nueva York y él calculaba que ahí era más fácil convertirse en escritor. Al graduarse se rompió la tibia y dejó definitivamente el fútbol.
“Me gustan demasiadas cosas y me confundo y me quedo colgado corriendo de una estrella fugaz a otra hasta que me caigo. Esta es la noche, lo que te hace a ti. No tenía nada que ofrecer a nadie excepto mi propia confusión.” – Jack Kerouac
Los rumores hablan sobre un amor exacerbado de Kerouac por su madre a la que llamaba memére y a la que llevó a todos sus viajes por lo que se sospecha que alguno de los vagabundos del Dharma o de los pasajeros que recorren en auto Estados Unidos en la novela En el camino, fue su mamá y no un sucio poeta beatnik. El apelativo de memère se origina en la lengua materna de Kerouac, el francés, más precisamente el Joual, el dialecto que habla la clase obrera de Quebec, la tierra de sus padres y que él habló hasta los seis años a pesar de haber nacido en Massachusetts. Recién cuando tenía 10 años se atrevió a hablar en inglés y sostuvo a través de su vida que “cuando estoy enojado, maldigo en francés, cuando sueño, lo hago casi siempre en francés y siempre lloro en francés” Esto lo ubica entre los pocos escritores que no han escrito en su lengua madre como Nabokov, Conrad, o Samuel Beckett.
“Me sorprendió, como siempre, lo fácil que fue el acto de irse y lo bien que se sintió. De repente, el mundo se volvió rico en posibilidades”. – Jack Kerouac, En el camino.
Kerouac fue América en carne viva. El cuerpo de Kerouac padecía las dos Américas -y las que hayan-: los valores de los peregrinos fundadores y el tremendo desengaño de la posguerra, quizás el último grito de lirismo antes de que el pop art invadiera la escena y todo se transformara en ironía, parodia y mercadotecnia. Kerouac en la literatura, indudablemente tuvo sus pares en otras artes: Pollock en la pintura y Coltrane en la música. Todos ellos místicos, excesivos, alcohólicos. Kerouac, Pollock y Coltrane son América. Precisamente, por ello, el «nuevo Kerouac» será latino. Basta estudiar las reseñas de los principales diarios para darse cuenta de la analogía con la figura literaria de Roberto Bolaño que, como Kerouac introducen en el canon literario lo ajeno a una nación, sea lo negro, lo indio, todo aquello que no es considerado natural.
“Me gustan demasiadas cosas y me confundo y me quedo colgado corriendo de una estrella fugaz a otra hasta que me caigo. Esta es la noche, lo que te hace a ti. No tenía nada que ofrecer a nadie excepto mi propia confusión.” – Jack Kerouac
Kerouac era América -Estados Unidos- en carne viva. Quizá la representación más natural de América. El cuerpo de Kerouac sufría las dos Américas -y las que hayan-: los valores de los padres fundadores y el desengaño de la posguerra constituido por la contracultura: el último grito de lirismo antes de que el pop art copara la escena y todo deviniera ironía, parodia y marketing. Y resulta claro que ese mito de Kerouac en la literatura tuvo mimesis en otras artes: Pollock en la pintura y Coltrane en la música. Todos ellos místicos, excesivos, alcohólicos. Kerouac, Pollock y Coltrane son América. Precisamente, por ello, el «nuevo Kerouac» será latino.
La existencia cool de Jack Kerouac es propia de la edad contemporánea. Nace junto con el boom del mundo jazzero y beat, que postulaba vivir como una elección estética y no política. Kerouac siempre fue una suerte de anarquista de derechas. La existencia cool dentro de la cual se enmarca la vida de Kerouac se da en el marco de una generación a la que le interesaba la poesía, el humor, la mística, la sexualidad y los alucinógenos y que no se resignaba a vivir como la anterior generación perdida de entreguerras. Ese dejar de lado lo político, era a la vez, un acto fuertemente político. Los beatniks pretendían distanciarse de las izquierdas marxistas y de las derechas solemnes, y la actitud cool era la manera en que podían afirmar su derecho a habitar poéticamente, es decir, estéticamente.
Todavía hay mucho que estudiar y analizar no solo sobre Kerouac, sino de toda la generación Beat que provocó un cambio sustancial en la forma de abordar la vida y la escritura. Una generación que accedió a desnudar sus virtudes y miserias, escribiendo desde y contra sí mismos.
Kerouac murió a fines de 1969, producto de una serie de hemorragias estomacales originadas por una cirrosis muy avanzada. Tenía 47 años.
1 comment
Excelenteeee!