El escritor chileno se sumerge con su novela en el mundo japonés, específicamente en el bosque de los suicidas para encontrar la respuesta que busca el protagonista de su libro, un periodista que recientemente ha perdido a su hijo.
Dicen que el mestizaje es el origen de todo, las combinaciones y las mezclas hacen lo suyo con las plantas, los animales y las personas. El protagonista de “La ballena” (2020) es un hafu, término japonés que define a un mestizo entre occidental y oriental “Mi sangre está sucia, pues se supone que todavía no encuentro mi lugar en el mundo”. Bajo esta premisa, todos somos hafus o lo hemos sido en algún momento, más que sangre sucia lo que tenemos es una vida con combinaciones de vivencias, de emociones y eso es lo que no entiende el protagonista de la novela de Berríos, un periodista sin nombre que viaja a Japón a realizar un reportaje sobre el suicidio, porque en esta cultura oriental tiene un significado distinto al que comúnmente se conoce en occidente. Su hijo ha muerto y son muchas las interrogantes abiertas. Debe resolverlas y para hacerlo se adentra en el Aokigahara, el famoso bosque de los suicidas que se encuentra cerca del monte Fuji.
Lleno de miedo y de dudas este mestizo se interna en el bosque junto a la compañía de Azusa Hayano, el guía turístico que le va mostrando el lugar. A medida que camina, el protagonista se va encontrando con fantasmas y espectros que le van narrando sus propias verdades. Los encuentros a veces son violentos, nada de placenteros. No hay que olvidar que es el bosque de la muerte y el narrador ha viajado hasta allá para descubrirse a sí mismo y a encontrar el alma perdida de su hijo adolescente. A partir del dolor y la rabia este hombre se da cuenta que su cuerpo va adquiriendo habilidades especiales y que a través de los encantos y brujerías de los personajes que va conociendo en su recorrido, comienza a aprender un poco más de sí mismo, de su propio dolor y también de su rigidez.
Berríos ha comentado que el libro fue parte de un proceso personal y se demoró mucho en escribirlo. En cada una de las páginas hay un dejo de escritura fantástica, de reflexión, de un proceso largo, el difícil arte de meterse dentro del lado interno, de batallar contra los propios demonios, los que se encuentran cuando uno está solo, sin un respaldo aparente. El suicidio de un hijo es quizás lo más absurdo e irreparable que existe para un ser humano. De inmediato vienen los cuestionamientos ¿Por qué no fui yo? La culpa, el derrumbe familiar, esa hecatombe que se quiera o no aparece, dejando una estela amarga, triste. Hay una metáfora que ocupa el protagonista cuando habla de la relación que tiene con su esposa después de veinte años de casados, cuando su hijo ya no está. La relaciona con su biblioteca. Primero los libros eran novelas con dedicatorias, poesías. Lentamente aparecieron ensayos, textos históricos que después se convirtieron en ejemplares de autoayuda con las páginas arrancadas hasta que terminaron en ejemplares llenos de polvo, puro polvo. Esto demuestra el desgaste de la relación, las culpas por la muerte del retoño, el alejamiento, el no poder entender la situación. Por eso el viaje de este hombre de sangre sucia cumple con un tema de sanación, de limpieza, a pesar de los enfrentamientos, las autoflagelaciones. Es el encuentro con el yo interno el que lo traslada y mantiene metafóricamente en medio de una ballena gigante que finalmente se convierte en el significado la vida misma: sabia, enorme, acogedora.
“Cuando uno encuentra algo hermoso, de pronto siente que ese algo te pertenece, y necesitas quedártelo para siempre, pues mantener viva esa llama significa salvarte a ti mismo del olvido”, piensa el periodista en uno de los pasajes del libro. Quizás tenga razón, son tan leves los instantes de belleza que por lo mismo atraparlos significa quedarse con ellos y disfrutarlos con el alma.