La caravana de inmigrantes centroamericanos ya está en Tijuana y cada día se suman más rezagados. Vienen de distintas direcciones. Nadie sabe muy bien cuantos son (2.000, 3.000, 4.000) o podrían llegar a ser ¿7.000, 9.000? Lo único cierto es que ya han copado la capacidad de los albergues y que cada día cuesta más reunir comida, agua, ropa y algún techo para cobijarlos.
Y lo peor. Nadie sabe muy bien qué pasará con ellos. Lo único claro es que la inmensa mayoría de ellos no ingresará a Estados Unidos. Al menos de manera legal. Pueden pasar semanas, incluso meses, sino años, antes que pueda resolverse, en algún sentido, la aflictiva situación que hoy viven hombres, mujeres y niños que decidieron dejar atrás lo poco o nada que tenían para emprender una larga marcha en pos de una quimera que hoy se estrecha en contra de una alambrada de púas y un fuerte contingente de las FF.AA. norteamericanas, autorizadas a disparar en caso necesario para impedir el ingreso ilegal a su país.
El secretario general de gobierno de Baja California, Francisco Rueda, citado por el diario El País, ha sostenido que “El tijuanense es generoso, está formado en la cultura de la migración pero también está temeroso por su seguridad”. Incluso ha insinuado que existirían unos 7.000 empleos para atender la necesidad de trabajo e ingreso de los recién llegados, “pero tienen que regularizar su situación migratoria”, ha sostenido.
Ya se produjo el primer intento de un reducido grupo de inmigrantes que intentó ingresar a EE.UU. por la fuerza y que fueran reprimidos por los contingentes militares, afortunadamente sin muertos o heridos. Pero nada garantiza que no se producirán nuevos intentos, individuales o colectivos, pacíficos o violentos, y que no habrán muertos o heridos.
Las opiniones entre las autoridades locales y la población de Tijuana están divididas. El propio alcalde de Tijuana, Manuel Gastelum (PAN), no dudó en calificar a los integrantes de la caravana como indeseables, afirmando que “los derechos humanos son para los humanos derechos”, en tanto que una parte de la población, temerosa de que finalmente los centroamericanos decidan quedarse en la ciudad (tal como ha sucedido con inmigrantes haitianos que finalmente optaron por quedarse en la ciudad, con empleos con ingresos mínimos y barrios marginales). “No sabemos quiénes son, no queremos que se queden en Tijuana, cayeron aquí como paracaidistas”.
Pero Tijuana, al igual que otras ciudades fronterizas con EE.UU., constituye un enclave con una larga experiencia en materia de migraciones. De cientos y miles de inmigrantes de su propio país y de otros centroamericanos que finalmente no pudieron ingresar a EE.UU. o fueron devueltos y que optaron por quedarse en estas ciudades fronterizas en condiciones más o menos precarias, muy lejos del sueño americano con el que soñaron.
Las autoridades han implementado albergues provisorios para los cientos y miles de centro americanos que día a día llegan a la ciudad aún con la esperanza de ingresar a los Estados Unidos, proveyéndolos de ropa, comida y asistencia médica, con recursos estatales y locales, además de la solidaridad de la población. Pero no es muy evidente que esta ayuda humanitaria sea suficiente para atender a la masa de inmigrantes que se engrosa día a día. Y obviamente por tiempos acotados, que no son precisamente los que se estiman que tardará en resolverse el problema generado por esta inmigración masiva.
López Obrador ha venido trabajando una propuesta para implementar una suerte de Plan Marshall para la región, buscando el apoyo de Estados Unidos.
El secretario general de gobierno de Baja California, Francisco Rueda, citado por el diario El País, ha sostenido que “El tijuanense es generoso, está formado en la cultura de la migración pero también está temeroso por su seguridad”. Incluso ha insinuado que existirían unos 7.000 empleos para atender la necesidad de trabajo e ingreso de los recién llegados, “pero tienen que regularizar su situación migratoria”, ha sostenido. Y ese es un problema no menor para la mayoría de los centroamericanos que no tienen papeles identificatorios y que ingresaron a México de manera ilegal, con la tolerancia de las autoridades.
Un plan Marshall para la migración centroamericana
Andrés Manuel López Obrador, el flamante Presidente electo de México que asume el poder el próximo sábado, sabe que por el momento no es viable una política de contención a este fenómeno migratorio generado en el llamado “Triángulo del Norte” (Honduras, Guatemala y el Salvador), verdaderos Estados fallidos, azotados por la violencia desplegada por las Maras y el crimen organizado. Él ha venido trabajando una propuesta para implementar una suerte de Plan Marshall para la región, buscando el apoyo de Estados Unidos. Una inyección de recursos para impulsar el desarrollo del empobrecido sur de México, que ofrezca oportunidades de trabajo a los inmigrantes centroamericanos, además de una cooperación más sustantiva al desarrollo de los países centroamericanos capaz de contener este fenómeno migratorio.
El desarrollo de la economía mexicana tras la suscripción del NAFTA, pese a sus altos y bajos, más los problemas estructurales que enfrenta el país- entre ellos la violencia y la corrupción- ha permitido disminuir ostensiblemente su inmigración hacia Estados Unidos, la que, sin embargo, ha sido sustituida por una creciente e incontenible migración centroamericana que busca escapar de la miseria y la violencia que reina en sus países en busca del sueño americano.
Más que persistir en la extravagante idea de construir un muro divisorio en su frontera sur, para el cual hoy existen menores condiciones que ayer, tras el resultado de las recientes elecciones legislativas que entregó el control de la Cámara baja a los demócratas, lo verdaderamente sensato es que el gobierno de Donald Trump opte por otra vía. Podría incrementar, de manera sustantiva, los recursos destinados a la Cooperación al Desarrollo hacia sus vecinos del sur, incluyendo fortalecimiento institucional, el combate al crimen organizado e inversiones productivas, en tanto que México aceptaría acoger a buena parte de los inmigrantes centroamericanos que buscan seguridad y nuevas oportunidades para sus familias.
El desarrollo de la economía mexicana tras la suscripción del NAFTA, pese a sus altos y bajos, más los problemas estructurales que enfrenta el país- entre ellos la violencia y la corrupción- ha permitido disminuir ostensiblemente su inmigración hacia Estados Unidos, la que, sin embargo, ha sido sustituida por una creciente e incontenible migración centroamericana que busca escapar de la miseria y la violencia que reina en sus países en busca del sueño americano.
Eso representa toda una novedad para un país como México, cuyos índices de acogida de inmigrantes es, hasta ahora muy bajo, Muy por debajo de lo que sucede en Europa, el propio Estados Unidos y la mayoría de América Latina, luego de la crisis venezolana y la inmigración haitiana.
Sin lugar a dudas México no es Estados Unidos que, con razón o sin ella, se instala en el imaginario colectivo como un país de oportunidades, en donde prima el esfuerzo personal y el trabajo duro. A diferencia de México, Estados Unidos es un país de inmigrantes, de todos los colores, razas y religiones y en donde la comunidad hispana supera los 20 millones de personas.
En muchos sentidos México es más parecido a Latinoamérica, asumiendo todas sus especificidades. Un país rico pero extremadamente desigual. Con un sistema democrático imperfecto, una violencia extrema y una corrupción endémica. Pero es un país inmenso y con un gran potencial de desarrollo que, pese a sus múltiples problemas, se ha desarrollado y crecido. Con una economía fuertemente dependiente de la economía norteamericana.
Sin lugar a dudas México no es Estados Unidos que, con razón o sin ella, se instala en el imaginario colectivo como un país de oportunidades, en donde prima el esfuerzo personal y el trabajo duro. A diferencia de México, Estados Unidos es un país de inmigrantes, de todos los colores, razas y religiones y en donde la comunidad hispana supera los 20 millones de personas.
Con Andrés Manuel López Obrador México inicia una nueva era. Por primera vez en muchas décadas, sino centurias, hoy es el turno de la izquierda mexicana, para demostrar que puede impulsar un proceso de desarrollo inclusivo, enfrentar de manera eficiente el fenómeno del crimen organizado y la corrupción endémica que hace parte de una cierta cultura social.
La propuesta de este “plan Marshall” formulada por el nuevo mandatario que asume el poder este sábado es inteligente, generosa pero interesada. Le permitiría a su país invertir alrededor de unos $ 20.000 millones de dólares en el deprimido sur de su país durante su sexenio, principalmente de inversionistas privados, nacionales y extranjeros, ofreciendo oportunidades de inserción a la inmigración centroamericana que mantiene fronteras con esa zona de México.
Adicionalmente le ofrece a Donald Trump la oportunidad de implementar una inteligente y más sofisticada política de contención de un fenómeno migratoria que difícilmente se puede implementar a través de medidas de fuerza.
Así apuesta por el fortalecimiento institucional y un nuevo impulso al desarrollo de los deprimidos países centro americanos, afectados por la violencia, el subdesarrollo y el deterior institucional.
El único problema es que Donald Trump no ha mostrado hasta ahora ser muy inteligente o sofisticado. Contra viento y marea se ha empeñado en conseguir fondos para construir el famoso muro divisorio, confrontado al Congreso y su oposición interna.
El único problema es que Donald Trump no ha mostrado hasta ahora ser muy inteligente o sofisticado. Contra viento y marea se ha empeñado en conseguir fondos para construir el famoso muro divisorio, confrontado al Congreso y su oposición interna.
El otro gran problema, que deberán enfrentar y sufrir los miles de inmigrantes centroamericanos que se agrupan en la frontera, así como las ciudades que deben acogerlos (y mantenerlos) es el tiempo que pueda tardar en implementarse una iniciativa como la propuesta por el nuevo gobierno mexicano.
Meses, sino años, en que estos inmigrantes deberán buscar precarios acomodos y condiciones de vida extremas como las que ya empiezan a vivir, surgiendo un primer crítico a la calidad y cantidad de la comida recibida. Es cierto que luego se arrepintió y pidió perdón por sus dichos, pero reflejó una realidad que sólo puede empeorar con el transcurso del tiempo. A menos que se implementen medidas de corto plazo que pueden ser transitorias pero indispensables para enfrentar esta nueva crisis humanitaria que se vive en la frontera mexicana.