Andrés Manuel López Obrador es el Presiente electo de México con el 53 % de las preferencias, más de 24 millones de votos. La votación más alta alcanzada por un candidato presidencial en ese país, Y su coalición, Juntos Haremos Historia, contará con amplia mayoría parlamentaria y gobernará cerca del 50 % de los gobiernos locales.
Un triunfo histórico para un líder de izquierda que ha debido recorrer un largo camino para llegar a la presidencia, que ya una vez se le arrebatara en una muy cuestionada elección. López Obrador debió enfrentar una dura campaña del terror, entre quienes lo identificaban con el chavismo (una estrategia recurrente en las últimas elecciones en la región, incluido ya empleada por la derecha en Chile e implementada en contra de Petros en Colombia), un líder del pasado, populista, anti mercado y una amenaza para la estabilidad política del país..
Pero esta campaña del terror no logro derrotar el hastío de la inmensa mayoría de los mexicanos con la violencia extrema ejercida no tan sólo por el crimen organizado y el narcotráfico sino también por servicios policiales, la corrupción generalizada que tiene como protagonistas a las autoridades a todo nivel, y las desigualdades que mantienen en la pobreza a más del 40 % de los mexicanos.
México votó muy mayoritariamente por el cambio. Un cambio radical que López Obrador identifica como una nueva transformación, a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución. El partido de la revolución institucional (PRI) estuvo más de 60 años en el poder, con su consiguiente desgaste y corrupción. Vicente Fox alcanzó la alternancia para su partido, el PAN, que gobernó dos sexenios, con muy discretos resultados y una cruenta y perdida guerra en contra del narcotráfico. Enrique Peña Nieto, con la promesa de renovación, alcanzó una nueva oportunidad para el PRI (un nuevo PRI, según proclamó) que terminara en una gran decepción, que arrastra a su partido a la peor derrota de su historia. El electorado mexicano, sin muchas diferencias entre generaciones, niveles de ingreso o educación, ha decidido que esta es la hora del cambio y le ha entregado esa responsabilidad a la izquierda.
Probablemente esta categoría ha perdido buena parte de su significado original y las muchas versiones y distinciones de aquello que constituye a la izquierda. Pero López Obrador, en sus primeras intervenciones como Presidente electo, se ha encargado de precisar que no apuesta por construir una dictadura, ni abierta ni encubierta, afirmando que impulsará cambios profundos “con apego al orden legal”. “habrá libertad empresarial, de expresión, de asociación y de creencias”, afirmó. “Escucharemos a todos y atenderemos a todos, respetaremos a todos, pero daremos preferencia los más humildes y olvidados, en especial a los pueblos indígenas”.
Andrés Manuel López Obrador no tan sólo representa una gran esperanza para el pueblo mexicano. La esperanza de enfrentar los males que no sólo enfrenta México- la pobreza y las desigualdades, la violencia y la corrupción- que se constituyen en las principales amenazas para la democracia no tan sólo en México. Su victoria quiebra la tendencia neo conservadora que se ha venido instalando en la región y representa una esperanza para las izquierdas y sectores progresistas en todas las latitudes. La esperanza de devolverle a la política el sentido ético y trascendente que siempre debió tener. Una política transparente, fundada en valores, que busque servir a los ciudadanos, poniendo por encima el interés superior del país antes que los intereses personales, como ha sostenido el nuevo Presidente de México. Una democracia sólida y estable, capaz de viabilizar las promesas de cambio.
La tarea no es fácil en un país tan desigual como México. Azotado por la violencia extrema en donde cada día mueren cerca de cien personas asesinadas por delincuentes y en donde, durante la presenta campaña electoral, se han asesinado a más de 130 políticos o candidatos. Con una corrupción sistémica, que incluye las ramificaciones de la constructora brasileña Odebrecht. Con un mandatario norteamericano como Donald Trump que insiste en construir un muro divisorio en su frontera sur, que no trepida en ofender al pueblo mexicano y que busca revisar tratados vigentes para favorecer a su país en desmedro de sus vecinos y aliados.
Afortunadamente López Obrado ha conseguido traspasar buena parte de su adhesión a sus candidatos a parlamentarios, gobernadores y alcaldes, lo que le permitirá contar con mayorías parlamentarias y gobernar buena parte de los Estados y municipios.
Y tiene la posibilidad de sumar nuevos apoyos entre partidos que ha sufrido una verdadera debacle electoral y que hoy enfrenta procesos de renovación y en algunos casos de refundación. En especial el otrora izquierdista PRD, partido al cual perteneciera el propio Andrés Manuel López Obrador y que abandonara para fundar el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, que lo llevó a la victoria. Ya durante la campaña presidencial sectores del PRD optaron por renunciar a ese partido para apoyar a AMLO y muchos de sus militantes podrían optar por respaldar al nuevo gobierno. Como asimismo una parte de la militancia del PRI desencantada del gobierno de Peña Nieto y de la propia dirección partidaria.
Con la victoria de Andrés Manuel López Obrador, México empieza a escribir una nueva página de su historia. El país vivirá un largo proceso de transición antes que el Presidente electo pueda asumir el poder el próximo 1 de diciembre. Un proceso que no será fácil por lo mucho que está en juego y los profundos cambios que se avecinan. Que ese proceso transcurra con tranquilidad y normalidad depende no tan sólo del gobierno saliente sino también de las nuevas autoridades, de los empresarios, los partidos políticos, los medios de comunicación y la sociedad civil.