Un año después de la elección presidencial, Donald Trump sigue repitiendo que hubo fraude y millones de votantes consideran que Joe Biden no es el mandatario legítimo de Estados Unidos. Uno de cada seis adultos cree que el gobierno está controlado por una red global de pederastas satánicos.
Contra toda evidencia
Hace un año esta semana el 51,4 % de los votantes estadounidenses dio su apoyo al candidato presidencial demócrata Joe Biden, y con el 46,9 % de los votos Donald Trump perdió su intento por la reelección.
Los resultados fueron escrutados, revisados y certificados en todas las instancias del complicado sistema electoral de Estados Unidos y, finalmente y a pesar de una insurrección incitada por Trump en enero, el Congreso cumplió con la verificación definitiva de la elección.
La “gran mentira” se ha convertido en el tema central con el cual Trump ejerce control sobre el Partido Republicano dentro del cual algunos dirigentes respaldan la alegación de fraude, y la mayoría guarda silencio para esquivar la ira de Trump.
“Si no resolvemos el fraude en la elección presidencial de 2020 (que hemos documentado de manera plena y concluyente) los republicanos no votarán en 2022 o 2024”, afirmó Trump recientemente. “Es la única cosa más importante que deben hacer los republicanos”.
Esa postura presenta un problema difícil al partido. El segmento más militante del voto conservador sigue apegado a la noción de que la lealtad a Trump define todas las otras cuestiones. Pero esa “base militante” es limitada y para ganar las elecciones se necesita atraer a más votantes.
Con la mira fija en el pasado, la sugerencia de Trump de que los republicanos no voten en las elecciones de medio término en 2022 y la presidencial de 2024 es arriesgada, y al mismo tiempo cierra el paso a toda una nueva camada de políticos republicanos que miran al futuro.
Lo que sí ha traído la prédica trumpiana es una aceptación creciente de la noción de que el sistema electoral está corrupto. Desde enero al menos 19 estados han promulgado 33 leyes que hacen más difícil el ejercicio del voto, con requisitos adicionales para el sufragio. Los republicanos han presentado más de 425 proyectos de ley que restringen el acceso al voto en 49 estados”.

Paradójicamente, mientras sigue empecinado en que se revise el comicio de 2020, Trump continúa con todas las maniobras políticas y judiciales posibles para evitar que el Congreso investigue la asonada del 6 de enero. Un esfuerzo en el cual le ayuda la maquinaria de propaganda en televisión y redes sociales que presentan a los insurrectos como patriotas que visitaron pacíficamente el Congreso.
Contra toda razón
Una encuesta del Public Religion Research Institute, un grupo apartidista, encontró que un creciente segmento de la ciudadanía está cada vez menos conectado con la realidad al tiempo que acoge y acepta teorías conspirativas sobre el secuestro de niños y los fraudes electorales.
El sondeo de opinión entre una muestra representativa de 2.508 adultos en los 50 estados del país se llevó a cabo entre el 16 y el 29 de septiembre pasados encontró que entre todos los encuestados el 31 % cree se le “robó” la elección a Trump, pero esa creencia salta al 68 % de los republicanos. El 82 % de los republicanos confía más en lo que difunde la cadena FOX News, y el 97 % confía plenamente en lo que dicen los medios de la extrema derecha.

Uno de cada cinco entrevistados acepta como reales tres de los fundamentos del llamado movimiento QAnon, empezando por el 21 % que cree que “se aproxima una tempestad que arrasará a las élites en el poder y restablecerá los gobernantes justos”.
El 18 % de los encuestados también cree que “el gobierno, los medios y los mundos financieros en Estados Unidos están controlado por un grupo de pederastas que adoran a Satán y manejan una operación global de tráfico sexual infantil”.
El tercer precepto de QAnon, que cuenta con la aceptación del 18 % de los encuestados es que “dado que las cosas se han descarrilado tanto, los verdaderos patriotas estadounidenses quizá deban recurrir a la violencia para salvar al país”.
La acogida de QAnones despareja: llega al 26 % entre los republicanos, el 23 % de los cristianos evangélicos blancos, el 20 % de los blancos sin diploma universitario y el 24 % de los hispanos.
El atractivo de la narración según la cual sólo un fraude puede explicar la derrota de Trump, y sólo las conspiraciones demoníacas explican el presente responde, en gran medida, al cambio demográfico y los vuelcos culturales, especialmente aquellos que la izquierda promueve con alharaca.
En años recientes quienes se califican a sí mismos como progresistas, han agitado con fruición el revisionismo histórico, la demolición o remoción de monumentos, los cambios de nomenclatura en escuelas, autopistas y aeropuertos (eliminando los de figuras destacadas en la Confederación del Sur o aún la Independencia). Al mismo tiempo han realzado las muchas variedades “raza”, etnia o identidad o preferencia sexual, y la actitud según la cual la posición política de un individuo responde a tales identidades.
No es sorprendente, entonces, que la encuesta de PRRI haya encontrado que el 41 % de los estadounidenses siente que “las cosas han cambiado tanto que a menudo me siento como un extranjero en mi propio país”.
El 52 % de los encuestados también tiene la percepción de que “Estados Unidos corre el peligro d perder su cultura y su identidad”, y el 54 % acepta asimismo la idea de que “el estilo de vida estadounidense necesita protegerse de la influencia foránea”.
El sector de la población estadounidense que comparte estos resentimientos y temores sigue siendo una minoría, pero es una minoría sustancial y cada vez más atrincherada en torno a la “gran mentira” del trumpismo.