La escritora mexicana, ganadora de importantes premios, narra en el relato “El matrimonio de los peces rojos” las dificultades que tiene una pareja mientras espera la llegada de una nueva integrante a la familia.
El cuento “El matrimonio de los peces rojos” tiene un comienzo interesante: “Ayer por la tarde murió Oblomov, nuestro último pez rojo. Lo intuí hace varios días en los que apenas lo vi moverse dentro de su pecera redonda. Tampoco saltaba como antes para recibir la comida o para perseguir los rayos del sol que alegraban su hábitat. Parecía víctima de una depresión o el equivalente en su vida de pez en cautiverio. Llegué a saber muy pocas cosas acerca de este animal. Muy pocas veces me asomé al cristal de su pecera y lo miré a los ojos y, cuando eso sucedió, no me quedé mucho tiempo. Me daba pena verlo ahí, solo, en su recipiente de vidrio. Dudo mucho que haya sido feliz.” Después de esta mirada desoladora, dan ganas de seguir leyendo el cuento, saber qué pasa o qué pasó para que las cosas empezaran de esa manera. La escritora mexicana Guadalupe Nettel (1973) lo sabe desde un principio. Y el lector también se da cuenta que Oblomov termina siendo otro personaje más en este cuento íntimo que nunca deja de sorprender.
Una pareja joven mantiene una relación estable a la espera del nacimiento de su primera hija. Una amiga les ha regalado una pecera con dos peces rojos que empiezan a manifestar un extraño comportamiento. Se trata de un macho y una hembra de luchadores de Siam, también conocidos como Betta. Se trata de peces agresivos y territoriales de tonos bastante llamativos, cuyos machos por definición de naturaleza no pueden mantenerse juntos en un mismo acuario porque se destrozan y, en medio de la pelea, uno de ellos puede terminar muerto.
A veces son odiosas las comparaciones, pero cuando leí este cuento no pude dejar de acordarme de dos de mis obras favoritas: “Axoltl”, de Julio Cortázar y “La Ley de la calle”, de la norteamericana S. E. Hinton. En la primera el autor argentino muestra el encierro de los ajolotes en un acuario público y la obsesión que estos extraños animales acuáticos provocan en un joven que los va a visitar al lugar donde se encuentran. En el segundo libro también existe una fijación por parte de El Chico de la Moto, uno de los protagonistas, que lo único que quiere es liberar en el río a los peces Betta que se encuentran en una tienda de mascotas “para que lleguen al mar y sean libres”. Más encima sufre de un severo daltonismo que lo hace distorsionar los colores de dichos peces. Así las cosas, es el agobio del encierro el que caracteriza las obras de Cortázar, Hinton y también de Nettel. Esta última navega sobre superficies acuosas, donde en cualquier momento puede aparecer una tempestad. Los peces rojos cautivan y también desequilibran la relación de pareja de los protagonistas de su cuento. Lentamente la mujer, a punto de parir, va sintiendo las mismas incomodidades de los peces, las inseguridades de la hembra frente al macho. Los cambia de pecera para que estén mejor, reacomodando la biblioteca de su hogar, pero las cosas no cambian demasiado. Es quizás la sensación del agua la que le entrega una vida especial a la obra, la que penetra en los personajes como un abismo incierto que también cambia profundamente con la llegada de la nueva hija a la casa.
Guadalupe Nettel, ganadora del premio de Narrativa Breve Ribera del Duero con el libro de cuentos “El matrimonio de los peces rojos” (2013), donde se encuentra el texto del mimo nombre, y del Premio Herralde de novela con “Después del invierno” (2014), pasó parte de su niñez en el sur de Francia y desde corta edad tuvo problemas oculares como nistagmo, cataratas y una mancha arriba de una de sus córneas, lo que la hizo padecer de bullying en el colegio, refugiándose en los libros y en la escritura. Posteriormente regresó a México donde se insertó en el mundo literario con facilidad, utilizando una voz narrativa sofisticada y original, escudriñando en la belleza del alma de cada uno de sus personajes. Tal vez por eso su relato “El matrimonio de los peces rojos” llama tanto la atención, porque en la alternancia entre animales y humanos queda siempre presente un dejo de inconformidad, algo que revela que las cosas podrían haber sido distintas, pero que, sin quererlo, siguieron un rumbo propio.