El escritor peruano muestra con “Animales luminosos” (2021) el difícil camino nocturno que debe recorrer un estudiante sudamericano en la universidad de Colorado. A pesar de contar con algunos amigos en la ruta, la soledad está siempre presente en el alma del protagonista.
Debo reconocer que me imaginé algo distinto cuando vi la portada de “Animales luminosos” (2021) y leí parte de la contratapa del libro. De inmediato pensé en un libro con animales como protagonistas, a partir de la novela imaginé cuentos e inventé mis propias historias, incluso las adapté a Santiago de Chile y le cambié el título a la obra. Sin embargo, al comenzar a leer el libro mis expectativas cambiaron. La trama se centra en Ismael, un hombre peruano con rasgos indígenas, quitado de bulla, que llega a la universidad de Colorado. Junto a sus amigos –quienes de una u otra forma tienen afinidad con Sudamérica- decide recorrer Boulder de noche. Con desplazamientos entre fiestas y bares, el protagonista, que es llamado por el narrador como simplemente él, se encuentra en eterno conflicto consigo mismo y con el idioma inglés que apenas domina y que lo hace sonreír cuando no entiende nada de lo que le dicen. En su camino se topa con otra estudiante que está en una de sus clases y que lo invita a que vaya al mismo bar al que ella va a ir. A Ismael le agrada la idea, pero la posterga por sus amigos, aunque finalmente, por esas cosas del destino o la literatura, logra reunirse con ella.
Narrada, especialmente en la primera parte, con una calma y un ritmo lento que al menos a mí como lector me desesperó un poco, la novela se revitaliza en su segundo fragmento con largas confesiones por parte de los protagonistas. Jeremías Gamboa, profesor y periodista, se toma su tiempo para desarrollar un intimismo especial, a pesar de que la trama sucede en el transcurso de una sola noche. Nada más ajeno a obras con tiempos similares como la película “La fiesta inolvidable” (1968), de Blake Edwards, protagonizada por Peter Sellers, donde la locura y la torpeza del actor dejan una lujosa casa patas para arriba o, sin ir más lejos, la descabellada “Después de hora”, dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Griffin Dunne, que narra lo que le sucede a un empleado informático que pasa una jornada nocturna de terror en el Soho, Nueva York. En “Animales luminosos” es la introspección la que manda, con conversaciones sobre Sudamérica, alcohol y sexo. El choque cultural y la migración están permanentemente en la cabeza de un protagonista acomplejado que se sobrecoge por un paisaje rodeado de montañas que a ratos lo supera.
Jeremías Gamboa, considerado una de las revelaciones literarias de Perú, después de que su novela “Contarlo todo” (2013) tuviera el beneplácito del Nobel Mario Vargas Llosa, proviene de una familia de escasos recursos. Sus padres son dos campesinos ayacuchanos que llegaron a Lima a trabajar como empleados domésticos y meseros para darle una mejor educación a su hijo. Después de terminar la universidad, Gamboa trabajó como vendedor ambulante y guardia de seguridad. Al mismo tiempo, consiguió desempeñarse como periodista y posteriormente hacer un master en literatura hispanoamericana en la universidad de Colorado, en Boulder. Lo más probable es que de ahí vengan muchos de los recuerdos y cavilaciones que construyen este libro: la tímida lucha de alcanzar el sueño americano para un “andino” o un “cholo”, la manera despectiva con la que ciertas clases sociales peruanas mencionan y discriminan a Ismael, según lo que él mismo cuenta.
En el libro de Gamboa los sueños se cumplen con perseverancia, dolor, tranquilidad. Las luces nocturnas muestran la magia de la ciudad de Boulder a lo lejos. En medio de conversaciones profundas se abren los espacios en la inmensidad. Para el escritor peruano no solo basta asumirse como sudaca y migrante en un mundo anglosajón, la discriminación se vive y se respira en la sangre porque queda claro que las diferencias ancestrales nunca cambian.