La parada moralista

por Mario Valdivia

Para el pragmatista, la acción consiste en producir resultados prácticos. (Para la economista, rentabilidad). Para el hedonista, actuar es producirse goce sensual. Para la innovadora, la acción es aventura creadora. Para el moralista, la acción consiste en respetar la moral. El pragmatista utiliza. La economista calcula. El hedonista siente. La creadora imagina y corre riesgo. El moralista hace lo bueno y evita lo malo. No según sus opiniones y sentimientos, tampoco de acuerdo con las normas de comportamiento de algún club o cofradía, sino de acuerdo con normas universales, obligatorias para todas. No ocurre lo mismo cuando la acción falla para el pragmatista, el hedonista o la emprendedora, que para el moralista.

¿Quién le pasa el dato a éste de lo que es universalmente bueno y malo? Misterio, pero lo sabe. No está de moda sostener que Dios le habla en forma exclusiva. Se lleva un poco más suponer que conoce las leyes del progreso histórico, de la civilización, que convierten en bueno todo lo que apura la historia y malo aquello que la detiene. Bueno = progresar. Malo = conservar.

Pinta con brocha gorda el moralista. Vive entre esquemas abstractos universales. Tiene algo infantil. Se enreda en la particularidad y finitud de la existencia humana, forzada a hacerse cargo. El hombre es para las leyes morales o ellas son para el hombre, preguntó un famoso que no puede ser acusado de inmoral. Advirtió que las normas existen para ayudar al ser humano en su existencia contingente, que escapa de todo brochazo esquemático. Si el moralista insiste en lo contrario, debe empuñar garrote para encerrar a medio mundo en sus normas; como inquisidor, siempre se considera bueno. Es peligroso el moralista. Si no consigue garrote, se encierra en alguna cofradía de ´puros´, resentidos con la maldad general del mundo, convirtiéndose potencialmente en rebeldes radicales. Aspirantes al garrote. El primero en pasar colado entre las gruesas cerdas de su pincel es el moralista mismo, un ser finito y particular como todos. Siempre con pies de barro.

O puede pescar sus reglas de manera espontánea, simplemente dejándose llevar sin mucho compromiso por normas de bueno y malo aprendidas de niño, en alguna lectura, de algún profesor. Así, el moralismo del moralista puede no ser más que un camino de bajo costo para tenerse por bueno. Basta con declararlo, y a otra cosa mariposa.     

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