Las ya famosas “chaquetas amarillas” que portan indignados ciudadanos que han protagonizado masivas protestas en Francia, poniendo en jaque al gobierno, aparece como algo lejano, y por momentos incomprensible. ¿Quiénes son y quienes los convocan? ¿Cuáles son sus demandas? ¿Quienes son sus líderes? Nadie parece tener respuestas certeras. Sólo se sabe que son muchos y están indignados. Dispuestos a expresar su protesta en las calles, enfrentado la represión policial, con piedras, quema de automóviles, pintura y barricadas.
Son hombres, mujeres y jóvenes cansados de sus vidas mediocres, sin horizontes ni futuro. Desilusionados de la política, la democracia, un modelo económico injusto que favorece a los más ricos y condena a los más vulnerables. No importa si son de ultraderecha o radicales de izquierda. O simplemente apolíticos. Los une y moviliza la rabia y descontento con un orden económico excluyente y un sistema político inoperante o inerme.
Muchos han intentado comparar este fenómeno que sacude a Francia con lo que sucediera en Mayo de 1968, cuando el movimiento estudiantil inició masivas protestas que rápidamente convocaron a amplios sectores de la población, incluidos los sindicatos, generando disturbios parecidos a los que ocurren hoy día en ese país.
Son hombres, mujeres y jóvenes cansados de sus vidas mediocres, sin horizontes ni futuro. Desilusionados de la política, la democracia, un modelo económico injusto que favorece a los más ricos y condena a los más vulnerables. No importa si son de ultraderecha o radicales de izquierda. O simplemente apolíticos. Los une y moviliza la rabia y descontento con un orden económico excluyente y un sistema político inoperante o inerme.
Probablemente la diferencia radica en que en 1968 estaba claro su origen y convocantes (como olvidar a Danny el rojo- Daniel Cohn Bendit- el líder estudiantil) y la consigna que presidio las revueltas: “seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Esta vez la convocatoria es bastante menos poética y las demandas mucho más difusas, aunque igualmente radicales. Es contra un gobierno “de los ricos,” como se describe al de Macron. Contra de sueldos insuficientes para una vida digna. Por el alza de los combustibles. Por la falta de oportunidades para los jóvenes que no encuentran empleo, para los pensionados cuyas jubilaciones no les alcanza para llegar a fin de mes. Por la defensa del llamado Estado de Bienestar que cada día lo asegura menos. Por la amenaza que representarían los inmigrantes. Por la globalización. Por un orden injusto.
Ya desaparecieron o quedaron reducidos a la mínima expresión – por sus propios errores, insuficiencias e incapacidad para renovar propuestas – aquellos grandes partidos o corrientes ideológicas que buscaban representar estas inquietudes y canalizar el descontento, con proyectos y propuestas globalizadoras. Como no sea la ultraderecha nacionalista que irrumpe con renovada fuerza en Europa, Estados Unidos y América latina, buscando capitalizar ese descontento con un discurso ultra conservador, xenófobo y nacionalista.
Emanuel Macron intenta conectar con ese malestar profundo con respuestas claramente insuficientes. Paralizando el incremento de los precios de los combustibles o con una exigua alza del salario mínimo (100 euros), al tiempo que dice comprender el fenómeno y encontrar la razón al descontento. Pero es un gobierno desacreditado, que ha perdido buena parte de su apoyo inicial y no tiene la capacidad de dar respuesta a la mayoría de los demandas ciudadanas.
Como no sea el grito de la ultra derecha nacionalista, que ofrece un gobierno fuerte, que ponga el interés nacional por sobre todo (EE.UU. primero, como diría Trump), que levante muros contra la inmigración, que descarte el multilateralismo y el libre mercado e impulse el proteccionismo, en la ilusión demagógica que ello favorecerá a sus ciudadanos.
En verdad, casi nadie la tiene. Como no sea el grito de la ultra derecha nacionalista, que ofrece un gobierno fuerte, que ponga el interés nacional por sobre todo (EE.UU. primero, como diría Trump), que levante muros contra la inmigración, que descarte el multilateralismo y el libre mercado e impulse el proteccionismo, en la ilusión demagógica que ello favorecerá a sus ciudadanos.
La reciente elección en Andalucía, donde el PSOE perdió su histórica mayoría e irrumpiera con fuerza Vox, una formación de extrema derecha, con el clásico discurso anti inmigración y extremadamente nacionalista, que busca canalizar el hartazgo con las fuerzas políticas tradicionales y exacerbar los temores e inseguridades ciudadanas con el proceso de globalización, es otra expresión del mismo fenómeno. “Los españoles primero” voceaban los candidatos de VOX durante la reciente campaña.
Sería un profundo error asumir que todos aquellos que votaron por la extrema derecha en Andalucía se identifican con dichos postulados. Como sería igualmente erróneo presumir que la mayoría de los brasileños son conservadores, xenófobos o nacionalistas. En su inmensa mayoría son ciudadanos desilusionados con la política, por buenas y malas razones. Atemorizados con un sistema económico global que no les garantiza una adecuada calidad de vida ni es capaz de protegerlos de las amenazas que sufren cada día. Y menos garantizarles un retiro digno cuando ya no puedan trabajar.
El “contagio populista”
Ese es el fenómeno que llevó al poder a Donald Trump en EE.UU., a Mateo Salvini en Italia y a Jair Bolsonaro en Brasil.
Lejos de ser ajeno, aquel descontento, inseguridad y temor, que se extiende como un reguero de pólvora en diversos continentes, debilitando los sistemas democráticos, es un fenómeno cercano y presente en todas las latitudes, incluido nuestro propio país.
Sería un profundo error asumir que todos aquellos que votaron por la extrema derecha en Andalucía se identifican con dichos postulados. Como sería igualmente erróneo presumir que la mayoría de los brasileños son conservadores, xenófobos o nacionalistas. En su inmensa mayoría son ciudadanos desilusionados con la política, por buenas y malas razones. Atemorizados con un sistema económico global que no les garantiza una adecuada calidad de vida ni es capaz de protegerlos de las amenazas que sufren cada día. Y menos garantizarles un retiro digno cuando ya no puedan trabajar.
Las señales están a la vista y falta analizarlas en profundidad. Hay una crisis de credibilidad en el sistema político, como lo muestra la reciente encuesta bicentenario dada a conocer por la Universidad Católica, que arroja datos muy inquietantes. No tan sólo respecto del descrédito de la política y el debilitamiento del sistema democrático, también del malestar ciudadano y su disposición a sacrificar grados de libertad a cambio de mayores seguridades.
El sistema de partidos tradicionales, afectado por una severa crisis de credibilidad, ha sido reemplazado por una extrema fragmentación que no sólo jaquea a la izquierda o los sectores progresistas, también al centro y la propia derecha. Desde el Movimiento de Acción Republicana (cuya columna vertebral la constituyen ex militares en retiro), que lidera José Antonio Kast (el Bolsonaro chileno) surge la voz tentadora, que convoca hasta sectores identificados con el pensamiento liberal, pasando por la amplia diversidad que se anida al interior de la UDI y Renovación Nacional.
Las señales están a la vista y falta analizarlas en profundidad. Hay una crisis de credibilidad en el sistema político, como lo muestra la reciente encuesta bicentenario dada a conocer por la Universidad Católica, que arroja datos muy inquietantes. No tan sólo respecto del descrédito de la política y el debilitamiento del sistema democrático, también del malestar ciudadano y su disposición a sacrificar grados de libertad a cambio de mayores seguridades.
Durante su primer año de gestión, el gobierno de Sebastián Piñera no ha logrado cumplir la promesa central de su campaña. Es cierto que se ha incrementado la tasa de crecimiento, por debajo de las expectativas, pero ello no se ha traducido en significativas mejoras en la calidad de vida de la mayoría del país y no se han generado la cantidad de empleos de calidad y bien remunerados que se prometiera. Los “Tiempos mejores” no han llegado para todos sino que para muy pocos. Y la paciencia ciudadana empieza a agotarse.
Son ingredientes que el populismo necesita para fortalecerse y desarrollarse.