La trascendencia del dolor femenino en la obra de Margarita Aguirre

por Karen Punaro Majluf

Reconocida por ser la primera biógrafa de Pablo Neruda, es injusto no destacar el aporte que hizo como escritora a la generación del ’50, en donde destacó con notables obras que evidenciaron el devenir de la mujer en una sociedad que privilegiaba el ser madre y esposa como la única tarea válida. 

Si bien es conocida por ser la primera biógrafa de Pablo Neruda, Margarita Aguirre es una de las grandes escritoras que integró la generación del ‘50, compartiendo escena con María Elena Aldunate, María Elena Gertner, Marta Blanco e Isidora Aguirre, entre otras. A la literatura llegó tras casarse, por una imperiosa necesidad de llevar al papel sus sentimientos y emociones, en donde el ser madre y esposa se contrapone con el anhelo de desarrollo personal, profesional y como mujer.

Hija de Sócrates Aguirre y Sofía Flores, creció entre viajes y recepciones debido al trabajo de su padre como Cónsul. Vivió en Chile y Argentina y fue, precisamente, en Buenos Aires donde conoció al futuro Premio Nobel cuando tenía solo ocho años (1933) generando una relación que los uniría por siempre.

A los 20 años, cuando estudiaba pedagogía, entró a trabajar como locutora en la radio El Mercurio –perteneciente al Arzobispado de Santiago- en un espacio que emitía música sinfónica europea.

No fue hasta 1952 que retomó la total cercanía con Neruda, cuando entró a trabajar como secretaria –ad honorem como ella misma declararía años más tarde- del poeta; empleo que mantuvo hasta 1954 cuando el autor, un casamentero por excelencia, le presentó al abogado Rodolfo Aráoz Alfaro, con quien contraería matrimonio a finales de ese mismo año. 

Los recién casados se radicaron en Córdoba, Argentina, ciudad que durante los años 50 fue pujante en la industrialización nacional, llevando junto a ello el aumento de colegios y hoteles en la zona. Margarita y Aráoz vivían en una casa en el árido campo de Villa del Totoral, y si bien ella estaba acostumbrada a los cambios y viajes, cercanos a la escritora aseguran que esa soledad la llevó a dedicarse a la escritura como una forma de desahogar sus emociones que ocultaba del mundo.

Tuvo dos hijos, Gregorio (quien fue bautizado con agua de mar y vino chileno) y Susana, una pequeña de ojos achinados. Con la visita de Neruda en 1955 se alentó a adentrarse en las letras de manera más profesional, publicando en 1958 su primera novela El huésped, editada en Buenos Aires. 

Cuando Hortensia estaba sola conmigo se ponía a cantar y a moverse de un lado a otro ordenando las mil cosas del departamento. También pasaba horas enteras en su cuarto, frente al espejo, poniéndose cremas y remedios en la cara, pintándose las uñas y peinando y despeinándose. Tenía toda clase de artefactos para estos diversos menesteres. El tocador de su cuarto estaba repleto de cajas pequeñas, cepillos, pinzas y espejos.


Carla Araneda Condeza (escritora e investigadora chilena), plantea en Margarita Aguirre y la semiótica, que la autora es “una de las voces olvidadas y poco reconocidas de su generación, y de la historia de la literatura chilena. El poco protagonismo que ha tenido la obra de Margarita Aguirre en los estudios sobre la literatura chilena no es sinónimo de carencias en su calidad estética, sino que es ejemplo de la preeminencia de voces masculinas en la construcción del canon de la literatura chilena del siglo XX y especialmente en lo que se denominó la Generación del 50.

Sombra fantasmal

El huésped es narrada en primera persona por Guillermo (sí, una de las pocas obras escrita por una mujer y relatada por un hombre), un joven cuya vida está marcada por las mujeres que lo rodean (he acá el componente femenino del texto). La trama se mueve en torno a la búsqueda del protagonista por comprender su existencia, siempre melancólica, creyéndose huérfano de madre y abandonado por el padre en casa de una tía. 

Al respecto, Andrea Kottow explica en su texto El acontecimiento de ser mujer: Simbolizaciones de lo femenino en Margarita Aguirre, que “esta sombra fantasmal que oscurece todo, al mismo tiempo que no deja circunscribirse ni retrotraerse a la figura que la provoca, está siempre presente. marca la vida de todos sus personajes, sin que estos puedan tener conciencia de ello. Se presenta en tanto síntoma de traumas ocurridos en otros tiempos y otros espacios, resistiéndose a ser descifrado”.

A modo de metáfora, la presencia de melancolía, locura y agonía en el relato apuntan al sentir de la mujer, su sexualidad y deseo. Poli Délano, comenta al respecto, en Margarita Aguirre, una flor para su tumba, que “el foco de interés vital está en la senilidad: ancianas encerradas que representan un mundo en desintegración, la decadencia del clan familiar”. 

En la literatura de Margarita Aguirre es posible encontrar una serie de símbolos que abarcan lo femenino (aunque el narrador sea un muchacho) como son una mujer atrapada entre lo que la sociedad espera de ella, sus deseos reprimidos, el costo de ceder a ellos y consigo la frustración, enfermedad y muerte. 


“Cuando estoy enfermo –ahora casi siempre estoy enfermo– Lucila sube mi comida y me da remedio”.

El dolor es lo único propio

La culpa(Zigzag, 1964) se estructura en base a una serie de figuras femeninas. El relato parte con Carolina Madariaga, madre de 9 hijos, casada con el hacendado Juan Ramón Rosales, para quien las demandas de la familia la llevan a borrar todo vestigio de su vida anterior al matrimonio. De esta historia se desprenden dos sucesos que marcan la trama: su hijo mayor tiene un amorío con una empleada de la casa y tiene “un hijo bastardo”; y, la violación de Melania, una de sus hijas adolescentes. 

La violación queda implícita, o, dicho de otra forma, explícitamente situada fuera de escena. En tanto acto obsceno, no cuenta con representación posible. Melania no hablará más del asunto y se someterá con absoluta docilidad a las decisiones de su familia, tras darse cuenta de que ha quedado preñada”, comenta Crara Quero en su investigación “Desposeer el cuerpo. Una representación de lo femenino en La culpa y La mujer de sal” .

Tal como en la vida real, la violación transforma la vida de Melania, siendo este hecho lo único propio que siente que posee; el dolor se hace el eje conductor de su vida y el nacimiento del bebé será el secreto de la familia.

Así como el personaje de Carolina siente que su existencia comienza con el matrimonio y la maternidad, también es en este instante que se manifiestan sus limitaciones pues ya no puede más que vivir para el resto, siendo esta una –posible- manifestación de la autora a través del personaje.

Esta idea la refuerza Melania, en cuanto a que la mujer ocupa un lugar que su sexo le permite entregar y por lo tanto es su culpa el haber sido violada y embarazada. Por ello la entrada en escena de Marta es fundamental, aun cuando se mueve en un orden masculino, pues intenta complacer el deseo rompiendo con lo establecido.


“Si la vida de Marta Figueroa fuera una novela, de ella no quedaría más que un retrato histérico, macabro, siniestra profecía de un porvenir deslumbrante, que resulta aterrador por el precio al que se alcanza (…)o no tengo la culpa. ¿La culpa? La culpa es la vida, como diría Marta Figueroa, es lo único con que contamos”

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