Las reñidas elecciones que enfrentan a Jacqueline Van Rysselberghe, la actual timonel de la UDI, con el diputado Javier Macaya por la presidencia de la colectividad, tiene más de un trasfondo. Uno muy fundamental, es que el gremialismo perdió la hegemonía que históricamente tuvo en la derecha tras la recuperación de la democracia. Los resultados de la última elección presidencial y parlamentaria relegaron a la UDI a un segundo lugar, tras sus aliados de Renovación Nacional. Muy probablemente incidió en ello que el gremialismo no contara con un liderazgo competitivo al de Sebastián Piñera.
La propia decisión de José Antonio Kast, uno de sus militantes históricos, de renunciar a la colectividad para levantar una postulación alternativa, desestimando el mecanismo de primarias, alcanzando un respetable umbral del 8 % de la votación, incidió en los resultados del gremialismo. Por su parte, el senador Felipe Kast, que compitió en Primarias con Piñera, había renunciado al gremialismo para crear Evopolis, con una matriz liberal. Ambas rupturas, encontradas entre sí, ha debilitado a la otrora primera fuerza política de la derecha.
La imagen de la UDI, primero como los herederos naturales del “legado” del régimen militar y luego como UDI popular, que intentó proyectar uno de sus líderes naturales, Pablo Longueira, se ha venido desdibujando en la misma medida en que el propio Longueira y otros figuras emblemáticos, como el senador Jaime Orpis, se han visto involucrados en actos de corrupción. Además, se ha instalado un debate respecto de mantener en la declaración de principios su histórica identificación con el régimen militar, incidiendo en sus tensiones internas.
La reñida lucha intestina se ha acentuado, llegando a las descalificaciones, atmósfera algo inédita durante las últimas décadas en el gremialismo. Solo comparable a tensiones pretéritas de la derecha en torno a su tipo de adhesión a la dictadura.
La reñida lucha intestina se ha acentuado, llegando a las descalificaciones, atmósfera algo inédita durante las últimas décadas en el gremialismo – solo comparable a tensiones pretéritas de la derecha en torno a su tipo de adhesión a la dictadura – en donde, tradicionalmente los llamados coroneles, que mantenían relaciones de amistad y unidad, resolvían no tan sólo quienes debían encabezar al partido también designaban las listas de candidatos al parlamento y los municipios y, ciertamente, el candidato presidencial del sector. Eso ya no funciona así. Parte de la fraternidad y monolitismo que caracterizaba a ese partido se ha ido perdiendo, abriendo espacio a los matices, diferencias y evidentes confrontaciones, que ahora se resolverán en la próxima contienda electoral interna.
Javier Macaya, acompañado por el diputado Juan Antonio Coloma, intenta representar una suerte de renovación generacional de los antiguos coroneles, hoy desgastados y venidos a menos, que tras no pocas vacilaciones, de manera mayoritaria, han entregado su apoyo al diputado que enfrenta a la hoy timonel de la colectividad. Por su parte Van Rysselberghe aspira a la reelección enarbolando las banderas históricas de la UDI y buscando apoyo entre los alcaldes y las bases de la colectividad.
Obviamente el tema de la sucesión presidencial es todo un tema en la confrontación interna y un desafío mayor para el gremialismo, frente a la prematura carrera iniciada en Renovación Nacional por disputar una candidatura a tres años plazo, con José Antonio Kast corriendo nuevamente por fuera y en donde la UDI, hasta ahora, tan sólo cuenta con el liderazgo de Joaquín Lavín, la figura gremialista mejor posicionada en las encuestas ( y que no encuentra pocas resistencias en sus filas partidarias).
Lo prioritario para ella en esta coyuntura parece ser fortalecer su propio liderazgo y cerrar los espacios a una corriente de ultraderecha como la que encarna crecientemente José Antonio Kast. Su propia visita a Bolsonaro en medio de la campaña de segunda vuelta en Brasil, anticipándose a la de Kast, parece confirmar esos propósitos. Una visita bastante inconsulta en su propio partido, que no dejó de levantar críticas y ella intenta capitalizar en las bases del gremialismo.
No existen evidencias que Jacqueline Van Rysselberghe tenga como objetivo levantar su propia opción presidencial a futuro pero es algo que no se puede descartar. Lo prioritario para ella en esta coyuntura parece ser fortalecer su propio liderazgo y cerrar los espacios a una corriente de ultraderecha como la que encarna crecientemente José Antonio Kast. Su propia visita a Bolsonaro en medio de la campaña de segunda vuelta en Brasil, anticipándose a la de Kast, parece confirmar esos propósitos. Una visita bastante inconsulta en su propio partido, que no dejó de levantar críticas y ella intenta capitalizar en las bases del gremialismo.
Por otra parte, Jacqueline Van Rysselberghe no está demasiado cómoda con el gobierno de Sebastián Piñera, pese al protagonismo de Andrés Chadwick- en rigor el histórico coronel de la UDI con mayor poder e influencia política en palacio. Básicamente por el énfasis del gobierno en tomar distancias del régimen militar (incluida la polémica conmemoración del 5 de octubre), sus afirmaciones respecto de la excesiva autonomía de las FF.AA., cuyo origen estaría en el régimen militar, además de la apertura del gobierno en temas valóricos, como el aborto por tres causales, el acuerdo de unión civil e incluso el matrimonia igualitario.
Con todo, el gobierno ha buscado marcar una absoluta prescindencia en estas elecciones internas, al punto de solicitar a sus ministros y altos funcionarios, no abanderizarse públicamente con ninguna de las listas en competencia. Sebastián Piñera, con el inestimable concurso de su jefe de gabinete, está preparado para entenderse con quien sea el ganador. Van Rysselberghe o Macaya, más allá de las distancias o matices que puedan marcar uno u otra. Lo importante es la unidad del sector, asumiendo la extendida confianza, imperante en el oficialismo, que si el gobierno tiene éxito en viabilizar su agenda, Chile Vamos tendría despejado el camino para permanecer en el poder por los próximo 8, 12 o 20 años, como apuestan los más optimistas.
Sebastián Piñera, con el inestimable concurso de su jefe de gabinete, está preparado para entenderse con quien sea el ganador. Van Rysselberghe o Macaya, más allá de las distancias o matices que puedan marcar uno u otra. Lo importante es la unidad del sector, asumiendo la extendida confianza, imperante en el oficialismo, que si el gobierno tiene éxito en viabilizar su agenda, Chile Vamos tendría despejado el camino para permanecer en el poder por los próximo 8, 12 o 20 años, como apuestan los más optimistas.
Pero para la UDI no da exactamente lo mismo. Obsesionada por recuperar su hegemonía y levantar un candidato presidencial de sus filas, la pregunta que se formulan sus dirigentes, parlamentarios y bases gremialistas, es cuál de los dos candidatos (a), puede aportar más a ese propósito y cuáles son sus opciones, tanto en materia de liderazgos como de línea política, respecto a su identidad histórica como para enfrentar la doble amenaza representada por José Antonio Kast a su derecha y Felipe Kast con sus banderas liberales.
Obviamente para José Antonio Kast, lo deseable es que se imponga el diputado Javier Macaya, lo que supuestamente le daría mayor espacio para crecer en la derecha, los sectores nostálgicos del régimen militar y mayormente identificados con la corriente ultraconservadora que recorre el mundo.
Ciertamente Javier Macaya está lejos de ser un liberal. En materias valóricas y económicas es un conservador como el que más y se ha preocupado de marcar sus diferencias con Evopolis.
Ciertamente Javier Macaya está lejos de ser un liberal. En materias valóricas y económicas es un conservador como el que más y se ha preocupado de marcar sus diferencias con Evopolis. Probablemente en el terreno netamente político, no tiene la misma identificación que su competidora con el legado del régimen militar, pero apunta a recuperar el perfil popular que Longueira intentó imprimir al partido.
Sea que gane Van Rysselberghe o gane Macaya, la UDI no tiene más espacio político que la derecha más dura. En consonancia con las corrientes populistas de ultra derecha que recorren el mundo y que deberá cerrar los espacios al osado liderazgo extremo de José Antonio Kast. También a las veleidades social cristianas que intenta el senador Francisco Chahuan en RN, así como los esfuerzos de Felipe Kast y Evopolis, por perfilar una nueva derecha liberal. Nada tan novedoso bajo el sol. Pero suficiente para agitar, más allá de lo habitual, las tensiones internas del gremialismo.