Le toca ahora a Vladimir Putin el tratamiento que los medios de EE.UU. dan, de forma consuetudinaria, a los adversarios de turno: diagnósticos de salud mental. Es la tentación de considerar que el adversario es irracional.
La regla Goldwater
Durante la campaña presidencial de 1964 la revista Fact condujo una encuesta entre miembros de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense (APA, por su sigla en inglés) acerca del carácter del candidato republicano, el senador Barry Goldwater. Algunos psiquiatras respondieron que el senador de California era “normal”, pero otros lo describieron como “paranoico”, “esquizofrénico”, “obsesivo”, “psicótico” y “narcisista”.
Unos seis años más tarde, la asociación incluyó en su Código de Ética una sección en la cual se indica que “no es ético que un/a psiquiatra ofrezca una opinión profesional a menos que haya conducido un examen y se le haya otorgado la autorización apropiada para tal declaración”.
La norma ética llegó tarde en lo que hace a Sigmund Freud, quien durante la década de 1930 colaboró con el diplomático estadounidense William Bullit en un libro que se publicó en 1967, 28 años después de la muerte del fundador del psicoanálisis, titulado “Thomas Woodrow Wilson: Un estudio psicológico”. Freud describió al ex presidente estadounidense Wilson como una persona para quien los meros hechos no tienen significado y que no valora otra cosa más que los motivos y las opiniones humanas. Como consecuencia, dictaminó Freud, era natural que Wilson ignorase los hechos del mundo real al punto de negar su existencia si ellos contrariaban sus esperanzas y deseos.
Con todo, la norma de APA han de acatarla sólo los psiquiatras y no obliga discreción a los comentaristas, columnistas, políticos, expertos, periodistas y otros parlantes que emplean con fruición términos que tienen significados muy específicos en lo que hace a la salud mental.
En los conflictos de política doméstica o internacional, al igual que en los personales, el cuestionamiento de la sanidad mental del “otro” tiene una gran ventaja: si el “otro” es irracional, eso quiere decir que “yo” soy racional.
¿Es Putin “irracional”?
La invasión rusa de Ucrania reanudó el uso del calificativo de “irracional” para la conducta del presidente de Rusia, Vladimir Putin, lo cual llevó al profesor de Ciencias Políticas, Steven L. Taylor, decano de la Facultad de Artes y Ciencias en la Universidad Taylor, de Alabama, a una precisión lingüística.
El prefijo “i”, recordó Taylor, significa “no” u “lo contrario de”, pero “irracional no significa inmoral, no significa peligroso, no significa equivocado, no significa siquiera arriesgado”.
Y añadió que “irracional no significa en absoluto ‘algo que no me gusta’”. “Irracional significa sin razón, y sugiere que una persona está loca, o actúa impulsada sola y completamente por emociones sin raciocinio”.
El comportamiento racional incluye las razones para un comportamiento, y el cálculo sobre métodos y consecuencias. En ambos sentidos la invasión rusa de Ucrania y la conducta de Putin son racionales.
En un artículo publicado en marzo de 2014 y muy citado recientemente, el veterano de la geopolítica Henry Kissinger advirtió que “con demasiada frecuencia, la cuestión de Ucrania se plantea como un enfrentamiento: si Ucrania se une al Este o al Oeste. Pero si Ucrania quiere sobrevivir y prosperar, no debe ser un puesto de avanzada de ninguno de los lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos. Rusia y Occidente, y mucho menos las diversas facciones de Ucrania no han actuado según este principio. Cada uno ha empeorado la situación. Rusia no sería capaz de imponer una solución militar sin aislarse en un momento en que muchas de sus fronteras ya son precarias. Para Occidente, la satanización de Vladimir Putin no es una política; es una coartada para la ausencia de una política”.
Ya en marcha la invasión rusa, otro veterano de la política internacional, el ex ministro de Relaciones Exteriores de Chile, actual senador, José Miguel Insulza, señaló que “lo central para Rusia es su seguridad, que ha visto amenazada por el avance de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en las últimas tres décadas, que aún asocia directamente con la vocación hegemónica de los norteamericanos y sus mayores aliados europeos. Su obsesión es la extensión de la OTAN que ven como la mayor amenaza” (Mirada Semanal, 3 de marzo, 2022).
La invasión de Ucrania puede ser inmoral, ilegítima, inútil, ignominiosa, inhumana, indecente, injuriosa, impróvida, indefendible, infausta y conducida de manera inepta. Pero no es irracional.
La ejecución de la invasión rusa de Ucrania, ya en su cuarta semana, muestra que no todo marcha bien para los rusos, pero la decisión de invadir Ucrania indica cálculos racionales por parte de Putin.
El primero fue la certeza de que no habría una respuesta directa de la OTAN en tanto el uso de la fuerza militar se mantuviera limitado al territorio ucraniano. Estados Unidos y sus aliados mueven a granel municiones, armas, equipos militares, alimentos y medicamentos hacia Ucrania, pero bien que se cuidan de no comprometer sus tropas en esta lid.
El segundo fue el cuidado, hasta ahora, de evitar una expansión de la guerra. Bastante alarma hubo dos semanas atrás acerca del peligro de ataques de Rusia a Moldova, Polonia, los países del Báltico lo cual desencadenaría una guerra en toda Europa.
El hecho es que Rusia, hasta ahora, no ha movilizado hacia su frontera occidental las fuerzas militares necesarias para una guerra de tal magnitud.
Diagnósticos virtuales
Un estudio hecho en 2008 por el Pentágono concluyó que la característica principal de Putin era el autismo. Tras ver horas y horas de videos suyos, los expertos en el Departamento de Defensa señalaron que “el presidente ruso tiene una anormalidad neurológica identificada por neurocientíficos muy calificados como el síndrome de Asperger, un trastorno autístico que afecta todas sus decisiones”.
La propensión al diagnóstico a distancia de los gobernantes extranjeros tiene ricos antecedentes.
En 1943 la Oficina de Servicios Estratégicos, predecesora de la Agencia Central de Inteligencia le encargó a Henry Murray, de la Clínica Psicológica de Harvard una evaluación de la personalidad del dictador nazi Adolfo Hitler, y el diagnóstico fue que el caudillo alemán era inseguro, impotente, masoquista y un narcisista neurótico suicida. El texto señaló que “hay pocas discrepancias entre los psicólogos acerca de que personalidad de Hitler es un ejemplo del tipo contrarrestante, marcado por esfuerzos intensos y empecinados para superar discapacidades, debilidades y humillaciones tempranas (lesiones en la auto estima”, y esfuerzos por vengarse de las heridas e insultos a su orgullo”.
El diagnóstico de la CIA sobre el entonces premier soviético Nikita Krushchov en 1961 fue que el hombre era “un campesino burdo al que le gusta ser impredecible, exageradamente sensible a los menosprecios –reales o imaginados- hacia él, sus ideas políticas o su nación. Es difícil saber si sus explosiones de ira son reales o fingidas”.
Ese mismo año la CIA diagnosticó que el caudillo cubano Fidel Castro “no es técnicamente un loco, pero tiene una personalidad tan intensamente neurótica e inestable como para ser vulnerable a ciertos tipos de presión psicológica. Los elementos destacados de su personalidad son su hambre de poder, y su necesidad de reconocimiento y adulación de las masas”.
A comienzos de la década de 1980, el diagnóstico para la CIA acerca del caudillo libio Muammar Gadafi indicó, con generosidad que, “a pesar de la creencia popular en sentido contrario, Gadafi no es psicótico”. Más bien “sufre un trastorno grave de la personalidad, un borderline. En situaciones estresantes muestra comportamiento estrambótico” aunque su comportamiento también podría atribuirse a que “se aproxima a una crisis de la edad mediana”.
Otros gobernantes que han ido a contramano de Estados Unidos incluyen el ex presidente de Irak, Saddam Husein, y el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un.
Un artículo publicado en 2014 por el Centro para Estudios del Conflicto se señaló que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, mostraba “rasgos de una personalidad paranoica”.
La misma institución y también a comienzos de 2014 indicó que “en momentos en que las cosas marchan mal” la presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner “encara problemas legítimos de salud, y la cuestión es si ella es mentalmente competente o si es sólo otra mujer emocional que empieza a mostrar las garras”.
El entusiasmo por estos diagnósticos también ha incluido a aliados de Washington. En una evaluación firmada por el entonces Secretario de Estado Dean Acheson al presidente Dwight Eisenhower en mayo de 1952, el dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza es descrito como “un hombre muy capaz con una personalidad encantadora. Es informal, de buen genio, enérgico, persuasivo y políticamente astuto. También es impulsivo, vano y egocéntrico. Su deseo por ganancias personales es muy fuerte”.
El tratamiento que los medios estadounidenses dan a los conflictos con gobiernos de otros países sigue una pauta que, a la par del deterioro de las relaciones, incluye citas cada vez más frecuentes acerca de la salud mental del retobado.
En la senda a un posible enfrentamiento armado se mencionan poco o nada las razones que el “loco” de turno pueda tener y su conducta pasa a ser crecientemente “errática”, “irracional”. El conflicto deja de ser uno de tantos problemas que existen siempre entre países y gobiernos, y pasa a ser un asunto individual. La culpa siempre la tiene el “loco”.