Los laberintos de Borges. Las mil y una noches de su relato policial. Por Karen Punaro Majluf

por La Nueva Mirada

Jorge Luis Borges comenzó siendo un escritor de elite y para la elite. Con textos complejos, era casi imposible que el pueblo –entre analfabeto y sin tiempo para perder en suntuosidades como la literatura- cayeran en las fauces de su ambiciosa narrativa.

Fue gracias al Boom Latinoamericano que su nombre renació, las ventas lo reubicaron entre los más cotizados y su anterior condición elitista pasó a ser cosa del pasado convirtiéndose en un ídolo de masas cuyos cuentos pueden ser analizados de diferentes puntos de vista, incluso bajo el prisma policial.

En la obra de Jorge Luis Borges la idea de progreso -el tiempo visto como un continuo – queda en nada en cuanto al descubrimiento del enigma. Mientras en la literatura policial clásica (Poe, Chesterton, Christie, Collins, Conan Doyle) existe la figura de un detective presentado como genio de la razón deductiva que comienza en un punto cero y culmina con la resolución del enigma; el autor argentino pone en jaque esta idea de tiempo lineal en donde lo absoluto entra en contradicción con el razonamiento.

Bernat Castany, en Reformulación escéptica del género policial en la obra de Jorge Luis Borges señala que al autor le interesó el tema policial desde lo intelectual y no por su carácter realista, típico de la novela negra norteamericana. Indica además que Borges pensó que solo en Inglaterra el género perduró tal cual la marca que impulsó Poe.

Borges prefirió el cuento por sobre la novela –este último un género que obliga a la construcción psicológica de los personajes- en donde manifiesta su rechazo de los denominados ‘métodos científicos’. En su obra concibe la idea de lo absoluto en eterna contradicción con el razonamiento y la hace literatura.

La figura del detective, a diferencia de “Dupin” o “Holmes”, es también una víctima. Castany explica que el investigador, “símbolo de la razón moderna, es humillado, derrotado, engañado o asesinado por el asesino, que pasa a ser símbolo del misterio, del enigma irresoluble”.

Borges presenta un enigma que el detective sí es capaz de resolver aún cuando caiga en las manos del criminal, lo cual es un reto para el lector pues “se presenta como un desafío a la inteligencia (…) y al ejercicio de su propia capacidad analítica”, plantea Marta Elena Castellino en Borges y la narrativa policial: teoría y práctica.

En el prólogo de El informe de Brodie(1970), Borges comenta haber “renunciado a las sorpresas del estilo barroco; también a las que quiere deparar un final imprevisto. He preferido, en suma, la preparación de una expectativa o la de un asombro”. Esto se comprende en cuanto su obra está tejida alrededor de unas mismas ideas practicando el hibridismo; es decir, una obra de ficción con rasgos de ensayos y ensayos con toques de ficción. Borges no solo escribió ficción policial, sino que además dedicó textos a otros autores, como Chesterton y Poe.

La estructura

Para Borges el cuento resulta ideal por su estructura breve en donde lo fundamental es la resolución del enigma. Los personajes son circunstanciales, pues lo que importa es cómo se teje la trama policial. En definitiva, su obra es de ideas, de abstracción.

Castany, señala que para el argentino el género policial es intelectual, en el sentido que “un crimen es descubierto por un razonador abstracto y no por delaciones, por descuidos de los criminales”.

Con el siglo XX el relato cayó en descrédito y que el relato lineal ya no es lineal. Por ello es factible afirmar que los cuentos de Borges son una especie de espiral, donde un personaje puede ser parte del sueño de otro y al mismo tiempo estar soñando.

Por ejemplo, en el desenlace de “Las ruinas circulares” recién el lector entiende la magnitud del relato cuando el protagonista dice que “con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”. El mismo Borges compara su literatura con Las mil y una noches, en donde de un relato surge otro. Sus cuentos “buscan distraer y conmover y no persuadir”. La literatura la ve como una idea de simultaneidad y desmiente la concepción de historia literaria. El laberinto es el concepto que enmarca la obra de Borges.

En sus cuentos se encuentra de manera frecuente la ironía, con la cual quiere desarmar el discurso de la literatura policial del siglo XIX, marcando claramente una tendencia al razonamiento desde el escepticismo.

“El jardín de los senderos que se bifurcan”: un laberinto que anticipa el final

Si no fuera por la declaración del doctor “Yu Tsun” nunca nos habríamos enterado de cómo “Hsi P’êng” predijo su muerte e inevitablemente fue condenado a la horca.

Perfectamente la anterior descripción podría tratarse de un hecho real ocurrido en tiempos de guerra, sin embargo, se refiere al comienzo que Borges le da a su cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” en donde ya en los primeros párrafos el lector se entera del desenlace del protagonista. Mas esto no es lo importante, pues lo fundamental es el relato que, a modo de laberinto, cuenta cómo fue que el narrador-protagonista termina muerto.

Es interesante como la presencia del laberinto se halla de dos maneras diferentes. Por un lado, es parte del relato, de cuando “Hsi P’êng” se encuentra con el “hombre alto” cuyo rostro no vio “porque me cegaba la luz” que le enseña el jardín de su antepasado “Ts’ui Pên” y le explica el sentido de la novela que éste escribió. Y por otro, cómo la narración es un laberinto en sí, que lleva a “Hsi P’êng”, mientras huía del capitán “Richard Madden”, a encontrarse con “Stephen Albert”, quien a su vez le narra la historia que ha estudiado sobre “Ts’ui Pên”, personaje que por un momento pasa a ser el protagonista del relato.

En términos policiales, el cuento presenta a un protagonista, agente del Imperio Alemán, que debe comunicar una información a Berlín y que es perseguido por un capitán irlandés que se encuentra a las órdenes de Inglaterra. Pero este enunciado que parece lineal y simple, Borges -con el uso de paratextos- lo transforma y le da un carácter de abstracto, pues es puramente textual y los personajes no son relatados de manera psicológica. Son retazos de historias que se van enlazando y, cual bolas de billar, pasan de unas a otras hasta conformar un todo. Una redacción minuciosa, hiperdetallista, permite conocer la vida de un hombre y su historia familiar que lo lleva a un desenlace fatal y le permite salir del laberinto:

Madden irrumpió, me arrestó. He sido condenado a la horca. Abominablemente he vencido: he comunicado a Berlín el secreto nombre de la ciudad que deben atacar. Ayer la bombardearon; lo leí en los mismos periódicos que propusieron a Inglaterra el enigma de que el sabio sinólogo Stephen Albert muriera asesinado por un desconocido, Yu Tsun”.

Y así la historia ha vuelto a su origen, con la presencia del doctor y catedrático “Yu Tsun”, a quien culparon de la muerte de “Albert”.

“La muerte y la brújula”

Una triada de asesinatos para embaucar a un detective

En este cuento, el primer párrafo Borges compara –irónicamente- a su investigador “Lönnrot” con “Auguste Dupin” (Poe), pues “se creía un puro razonador. Lo interesante es que esta característica, si bien lo lleva a resolver el enigma del cuento, también lo conduce a su muerte.

Tres crímenes consecutivos, ocurridos el 3 de diciembre, 3 de enero y 3 de febrero, hacen pensar al lector que el tres cumple una función mística en “La muerte y la brújula”, siendo el comandante “Trevinarius” el encargado de darle simpleza y realidad a las conjeturas de “Lönnrot”, quien se mueve en el plano de las ideas con cuestionamientos filosóficos y paradigmas.

Esta triada puede compararse con la Santísima Trinidad, una representación divina que Borges plasma a través de “Lönrot”. Sin embargo, el investigador al analizar en profundidad esta “simetría en el espacio” comprende la verdad del misterio. “Un compás y una brújula completaron esa brusca intuición. Sonrió. Pronunció la palabra Tetragrámaton (…) y llamó por teléfono al comisario”: y es que no se trataba de tres crímenes, sino de cuatro y él sería la última víctima.

El desenlace llega con la simultaneidad de los tiempos. El detective se encuentra con una situación no prevista y cae en manos del asesino; sin embargo, “Scharlach” le explica a “Lönnrot” que en esta realidad va a matarlo, mas en una paralela podrían ser las cosas al revés e incluso en una tercera dimensión pueden batirse a duelo. “Para la próxima vez que lo mate -replicó “Scharlach”- le prometo ese laberinto, que consta de una sola recta y que es invisible, incesante”.

Finaliza así un relato en donde Borges expone razones por sobre situaciones psicológicas, jugando con la realidad que se mueve entre lo que es y lo que podría llegar a ser.

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