A simple vista la primera novela de Virginia Higa (1983) podría parecer una historia gastronómica cualquiera, pero al viajar a través de sus páginas podemos conocer interesantes relatos sobre los distintos personajes que rodean al Chiche Vespolini y a su gran familia. Son sus parientes y amigos los que alimentan y condimentan la vida de la Trattoria Napolitana.
Más que un plato o una masa, la historia que se esconde tras “Los sorrentinos” (2018), de Virginia Higa (1983), es simplemente la de la magia que gobierna a las familias de origen italiano frente a la cocina y que, en este caso, se establecen en Argentina. El clan del Chiche llegó de Sorrento a Mar del Plata para abrir un hotel y luego una trattoria cerca de la playa. La particularidad es que inventaron los sorrentinos, una pasta con características excepcionales que se come en Argentina y en el mundo. La herencia pasó de padres a hijos y fue el Chiche Vespolini, el menor de la casta venida de Europa, el que logró consolidar la marca en Mar del Plata en su Trattoria Napolitana “la primera sorrentinería del país”, bien aspectada, llena de vida y movimiento.
A simple vista la novela de Higa podría parecer una historia gastronómica cualquiera, pero al viajar a través de sus páginas podemos conocer interesantes relatos sobre los distintos personajes que rodean al Chiche y a su gran familia. Son sus parientes y amigos los que alimentan y condimentan la vida de la Trattoria Napolitana. Es el clan el que ronda el lugar, las mesas gigantescas, la entrega de los empleados, el valor y los pormenores que enriquecen un espacio que gracias a la invención de los sorrentinos logra perdurar en el tiempo, a pesar de la competencia. El Chiche mantiene las recetas clásicas. Con propiedad, minimiza y critica a los que le copian e innovan realizando una simple mueca de desdén y su clásico “Boh”.

Lo interesante de Virginia Higa -escritora, traductora, nacida en Bahía Blanca, descendiente de familias italianas y japonesas- es el compromiso con el que describe a sus personajes y sus comportamientos. La ambientación de los lugares traslada al lector a La Perla, espacio donde se establece la trattoria, también a la playa Bristol y a otros lugares clásicos de Mar del Plata. En las páginas de Higa se respira afecto por los lugares de antaño, ese olor que siempre recuerda la elegancia clásica y fastuosidad argentina, con toques de modernidad, que parece no pasar de moda. También algunos de los personajes de la novela viajan a Europa, en especial a Italia, a Nápoles y a Sorrento, desde donde viene la familia de los protagonistas. La autora a través de anécdotas e historias, donde prevalece el humor y la tragedia, construye una obra donde hombres y mujeres se odian y aman. En el relato está presente la comida, el cine de antaño, la muerte, el engaño y el desamor. Nada es simple, todo es frágil e intenso. Los sentimientos se llevan al extremo y los sorrentinos permanecen en el plato como los testigos mudos, la sabrosa evidencia culinaria y original que mantiene unida a la familia. A pesar de que todos quieren avanzar y crear sucursales del restaurante, el Chiche se mantiene estoico porque dice que si se agranda el negocio se pierde la familiaridad y todo puede desmoronarse. Es tal su devoción por el restaurant que tiene su dormitorio en el segundo piso de la trattoria.
El libro presenta también un léxico especial con palabras como catrosho, chinaso, mishadura, papocchia, sciaquada. Son códigos familiares para caracterizar personas, gustos en común. En la medida que el lector va avanzando en el libro va entendiendo cada uno de los significados. A diferencia del dialecto inventado por Anthony Burguess en “La naranja mecánica”, Higa recurre al humor para que la familia se exprese con palabras inventadas que entregan ciertas dosis de cercanía a la historia. Por ejemplo, papocchia se refiere a algo feo, y sciquada describe a las mujeres sin gracia.

Con todo, “Los sorrentinos” es un placentero viaje al pasado, a la destreza culinaria de inmigrantes italianos en Argentina. Más que el deleite gastronómico de las pastas (que se percibe a simple vista), la autora se preocupa de reflejar las historias personales de los protagonistas con tristezas y alegrías. El Chiche Vespolini es el encargado de darle un sentido a la prole que dirige y de entregarle al libro los ingredientes especiales para que este avance con soltura y una consistencia única.