Por estas tierras del Nuevo mundo la noticia pasó casi inadvertida, pero en Europa se han tomado muy en serio el ataque con sopa de tomate a la pintura Los girasoles de Van Gogh, ataque calificado de «vandálico». Así ha brotado una interesante polémica que es ideológica, cultural y política. Aunque nadie lo ha hecho aún, a estas alturas creo que es lícito preguntar quiénes son los verdaderos vándalos en este mundo. ¿Las jóvenes que echaron sopa sobre el vidrio que protegía la pintura en Londres, o los multimillonarios que depredan cada día las tierras y los mares en todo el planeta?
Las palabras claves de esa polémica pueden señalarse sin dificultad: para unos las muchachas son simples vándalas, para otros son ecologistas radicales. «Un acto vandálico» o «una protesta de activistas». Quienes han terciado en el asunto son académicos, expertos en arte, curadores de museos, sociólogos, periodistas, militantes de Greenpeace y, por supuesto, políticos de diferente pelaje, la mayoría de ellos oportunistas de tomo y lomo.
En semanas recientes ha habido varias protestas similares en distintos museos (Berlín, París, Londres, Melbourne, Potsdam, La Haya). Ninguna protesta dañó las obras agredidas. Es más, diríase que las pinturas atacadas fueron elegidas con sumo cuidado, justamente para no dañarlas. Las ideas centrales de esas performances, un tanto ingenuas si se quiere, son propagandear la lucha contra la extracción y uso de combustibles fósiles y la denuncia acerca de la aceleración del cambio climático. Uno de esos grupos, llamado Just Stop Oil, se atribuyó el incidente contra el cuadro de Van Gogh.
La palabra vándalo, que pasó del latín tardío a casi todos los idiomas modernos, designaba en sus orígenes a un pueblo germánico con raíces escandinavas, pero desde hace siglos define a quien actúa de manera «salvaje y destructiva». En rigor, las dos jóvenes que se metieron en el museo (Anna Holland, de 20 años y Phoebe Plummer de 21) no fueron vándalas porque no actuaron como salvajes ni destruyeron nada. Lo que hicieron fue lanzar comida chatarra sobre el vidrio que protegía ese famoso cuadro, y después expresar de viva voz su protesta, en un tono que, quizá, haya sonado intimidante.
Si se observa el video del episodio se apreciará la cuidadosa coreografía de las activistas: cada detalle fue minuciosamente estudiado. Y por cierto que Phoebe, quien dijo su speech de frente a la cámara, lo hizo de manera más que convincente, como si fuera una actriz de experiencia.
Más allá del modo teatral de la protesta, la misma debería servirnos para reflexionar acerca de algunos problemas éticos que enfrenta la sociedad global. Escandaliza que esas jóvenes londinenses no hayan sido «moderadas y responsables» en su protesta, pero se ha obviado decir que la sociedad británica en su conjunto demostró en los últimos años una total falta de moderación y una irresponsabilidad mayúscula en diferentes ámbitos: gobernantes que acogieron entre algodones a oligarcas mafiosos rusos, electores que votaron para irse de Europa sin saber siquiera de qué se trataba el Brexit, pachangas de Boris Johnson y su pandilla, desbarres ultraliberales de Liz Truss.
Se les pide responsabilidad a unas muchachas para quienes, está más que claro, no hay futuro. Ni bueno, ni malo: simplemente para ellas no hay futuro. El planeta agoniza, y los adultos que contribuimos a semejante agonía le pedimos moderación a esa juventud que padecerá los estertores. Se le exige moderación justo cuando el mundo se lanza de nuevo —a causa de una guerra— en una alocada carrera por los combustibles fósiles. A las chicas de la National Gallery se las acusa de vandalismo mientras los gobernantes se amenazan unos a otros con bombas atómicas. Quienes las señalan con el dedo son los mismos que observan imperturbables cómo la selva amazónica se extingue a paso redoblado, y cómo se derriten los glaciares de Europa y se adelgazan los hielos polares. Entonces, la pregunta no es retórica ni ociosa: ¿quiénes son los verdaderos vándalos?
Liz Truss, la fugaz primera ministra británica, prometió nada más asumir que promovería cien nuevas licencias para la exploración de gas y petróleo en el Mar del Norte. Y anunció que anularía la moratoria sobre el sistema de fracking, una técnica criminal prohibida en varios países, y que es ampliamente usada por las grandes compañías extractivistas. Elon Musk está saturando las órbitas exteriores de nuestro planeta con basura tecnológica. Jeff Bezos se gasta sus buenos millones para impulsar la industria del turismo espacial. El ex rey de España (ahora le llaman «el emérito») se entretuvo matando elefantes en Botsuana. Los hermanos Batista ya deforestaron inmensas extensiones de la selva amazónica. Pienso en toda esa gente y vuelvo a la pregunta del comienzo: ¿quiénes son los verdaderos vándalos de este mundo?
Por supuesto que ahora, en la vieja Europa, se habla mucho más de la acción de estas muchachas sobre el cuadro de Van Gogh que del fracking o las cacerías de elefantes, pero eso es parte de la «sociedad libre» en la que nos dicen que vivimos. Una sociedad en la que todos tenemos derecho a dejar que un puñado de personas inmensamente ricas incrementen cada día sus fortunas, evadan impuestos, se diviertan a costa del futuro, nos manipulen y nos maten de a poco, mientras en el Nuevo Mundo nosotros admiramos a la distancia, gracias a nuestros modernísimos IPhones, el arte de Van Gogh y otros grandes maestros de la pintura.