Marta Brunet premonitora. Desnudando la servidumbre y obediencia… Por Karen Punaro Majluf

por La Nueva Mirada

Marta Brunet se abrió un espacio en una época hostil para las mujeres escritoras. Los hombres copaban la escena literaria y se asociaba el Criollismo con lo masculino. Su relato surge con tintes premonitores de realismo mágico con “Soledad en la sangre”

Así, cuando en 1923 publica Montaña adentro el escándalo no se hizo esperar, pues si bien narra las costumbres del campo chileno, con una mirada certera y realista, toca temas que habían sido obviados por los hombres, como la servidumbre y obediencia a que se veía obligada a ejecutar la mujer campesina.

Kemmy Oyarzún es especialista en estudios de género y afirma que “el proyecto escritural de Marta Brunet, en la fase ascendente del movimiento social femenino -entre los años 1913 y 1949 y que termina en Chile con el sufragio femenino- se destaca con la presencia de las mujeres en la prensa, la oratoria y la literatura. Se elaboran nuevas identidades, un proyecto sufragista y otro republicano. Hubo cruce no sólo entre hombres y mujeres, sino entre mujeres de diferentes estratos sociales”.

          Explica además en Género y canon: La escritura de Marta Brunet que se trata de un período en que las mujeres del mundo popular dejan su impronta en los intelectuales, “es decir se ve un proceso inverso a lo que estábamos acostumbrados, en donde el escritor era un ser omnipotente dueño de la verdad del relato, el cual no se pone en duda jamás”.

En la misma línea de análisis, la especialista en literatura y género, María Eugenia Brito, planteó en su artículo “La pertenencia histórica de Marta Brunet”, que en su etapa inicial se la considera bajo el canon del Criollismo, pero “sabemos que su obra no se circunscribe únicamente a las características de éste. En su primera producción, se centra totalmente en esa mujer, la que está sometida a una política impuesta desde los centros hacia las periferias, la discusión entre el coloniaje, amparado por el formato católico conservador y el liberalismo, que bajo la premisa del ‘progreso’, sometería la cultura local a los nuevos signos del poder del mercado. Además, Brunet no observa la existencia de una mujer, sino también acota un universo que concierne a las relaciones asimétricas entre los géneros y los grupos sociales postergados por la modernización”.

Inmersa en el Realismo, Brunet usa estrategias discursivas creando un universo que representa un personaje que lleva el núcleo del conflicto dramático. Ella “trata el tema del poder inserto en una Modernidad que está subordinada al modelo conservador, a la hacienda y al poder liberal”, añade Brito.

Optar por el cuento

Gabriela Mora en su libro En torno al cuento: de la teoría general y su práctica en Hispanoamérica realiza un recorrido por las distintas teorías respecto del cuento, entre las que destacan los postulados de Edgar Allan Poe y Antón Chéjov.

Para Poe el cuento es una narración que permite mostrar el poder creativo de un escritor, su virtuosismo. Según el autor, “entre los rasgos fundamentales de un cuento están la unidad e intensidad, teniendo esta una relación importante con la concisión. La intensidad produce un efecto sobre el lector: el suspenso, el final inesperado, el lenguaje bello y, por tanto, expresa lo inefable del arte”.

Otro concepto relevante que trata Poe es el de epifanía: “en el cuento, un personaje aprehendería una verdad sobre sí o su circunstancia como resultado de una crisis; de una situación extrema (…) con lo que se conseguiría unidad e intensidad”.

Mora menciona como ejemplo de epifanía, entre otros, el cuento “Soledad de la sangre”, en el que esta característica se encuentra al final del cuento, cuando la protagonista se da cuenta de su realidad después de un momento de máxima tensión.

Por su parte, Antón Chéjov comparte con Poe ciertos lineamientos, como la importancia de un diseño preestablecido, la limitación del número de personajes, la acción antes de la descripción para hablar de los personajes y su personalidad (característica que tiene Jorge Luis Borges y que en un principio también aplicó Julio Cortázar), mantención del suspenso para que no se pueda dejar de leer el texto, eliminación de lo superficial y la importancia del lector en tanto complementa todo lo que el cuento sugiere.

La felicidad está en el pasado: análisis del cuento

La protagonista de “Soledad en la sangre” es feliz solo en los momentos en que puede recordar su antigua vida de soltera en el norte de Chile, junto a su familia, en los bailes religiosos populares en los que llevar un pequeño adorno en el vestuario era un regalo de la vida. Los espacios para rememorar los encuentra en los sábados por la noche, tras acompañar a su marido en la sobremesa. Es ahí, cuando él se va a dormir, que ella puede sacar su fonógrafo y escuchar los dos únicos discos que posee.

Es este aparato reproductor de música el hilo conductor del cuento, lo que le da sentido a la vida de la protagonista y el que desata el desenlace sorprendente que deja un final abierto para que el lector, según sus perspectivas, logre cerrar la historia.

 “Soledad de la sangre” fue publicado por primera vez en 1943. Para algunos críticos es un puente entre su primera etapa Criollista y una segunda más bien superrealista.

“Cuando estaba sola, en el campo trabajando él y sus peones, sacaba el fonógrafo y de pie, con el vago azoro de estar “perdiendo el tiempo” –como decía él–, juntas las manos y rebulléndole en el pecho una espiral de gozo, se dejaba sumergir en la música dulcemente”.

En los cuentos de Marta Brunet se encuentra fácilmente la presencia del hombre de la casa que ejerce el poder; y en contraparte a la mujer que acepta su vida sin mayores cuestionamientos. En “Soledad de la sangre”, la protagonista lleva varios años de matrimonio con un hombre mayor, sin problemas de dinero y con independencia económica.

Pero siempre, a las diez horas que resonaban en la galería caídas del viejo reloj, el hombre se alzaba, miraba a la mujer, se acercaba hasta poner una mano sobre la cabeza y acariciaba el pelo, una y otra vez, para terminar diciendo, como dijo esa noche:

–Hasta mañana, hijita. No se quede mucho rato, apague bien la lámpara y no meta mucha bolina con su fonógrafo. Déjeme que agarre el sueño primero… “

Acá hay patrones comunes: la relación de la pareja es más bien de padre e hija, por un lado, la diferencia de edad y por otro el sometimiento sin cuestionamientos. Misma relación que mantuvo en el Norte con su propio padre, quien le impuso un matrimonio que tuvo que aceptar.

“El padre presentó un día al futuro marido. Era de tierras del sur, propietario de una hijuela, de vieja familia regional. Ya mayor, claro que no ‘veterano’ esto lo decía la madre. Como añadía también: ‘Buen partido.

Dejó, indiferente, que entre unos y otros interpretaran su aquiescencia y la casaran. Este u otro era lo mismo. Que ninguno era el suyo, el que ella quería’”.

El cuento está dividido en tres partes: La primera nos muestra la relación de pareja, de quienes no sabemos sus nombres, lo que podría indicar que Marta Brunet quiere representar la universalidad de los problemas matrimoniales, como la incomunicación, monotonía, costumbre y falta de amor.

Esta primera parte describe el motivo por el cual la protagonista es feliz en los espacios que puede escuchar música en su fonógrafo que compró gracias a su trabajo de vender ropitas tejidas por ella en los pocos espacios de libertad que le quedaban entre quehacer y quehacer en la casa.

Aquella lámpara era el lujo de la casa. Colocada en el centro de la mesa, sobre una prolija carpeta tejida a crochet, se la encendía tan sólo cuando había visita a comer, acontecimiento inesperado y re- moto. Pero se encendía también la noche del sábado, de cada sábado, porque esa víspera de una mañana sin apuro podía celebrarse en alguna forma”.

Con el avance del relato, comienza la tensión. El matrimonio que había resistido en un equilibrio de mando y obediencia se rompe cuando un tercero llega a la casa: un posible socio de negocios que se atreve a tomar el fonógrafo.

Cuando llevó el arroz con leche al comedor, creyó haber realizado el último viaje de la noche y que entonces podría sentarse a esperar que el huésped se fuera. Pero los dos hombres, lámpara por medio, cuchareaban alegremente como niños, y, una vez rebañado el plato, levantaron ambos la cabeza y se la quedaron mirando, pedigüeños y golosos.

–Sírvanse otro poquito –dijo ella, arrimando la fuente.

–¡Cómo no, patrona; si está que es un gusto comerlo! –admitió el huésped.

–¡Es que la vieja tiene buena mano para estas cosas! “

“Colocó al borde de la mesa la botella y el fonógrafo. La mujer se había quedado quieta, oyen-do lo que el hombre decía. Pero cuando las manazas se apoderaron del armarito, una especie de resentimiento le remusgó en el pecho, lento, iniciándose apenas. El fonógrafo era su bien suyo y nadie tenía derecho sobre él. Nunca nadie lo había manejado, sino sus manos de ella, que eran amorosas y como para un hijo”.

En ese momento apareció en la protagonista un

La mujer lo odió con una violencia que lo hubiera destruido al hacerse tangible. Todas las malas palabras que oyera en su existencia, y que jamás dijo, se le vinieron de pronto a la memoria y las sentía tan vivas que su asombro era que los dos hombres no se volvieran a mirarla, despavoridos y enmudecidos ante esa avalancha grosera.

–¿Trato hecho?

–Música…, música…, la vida es corta y hay que gozarla…

Pero en vez de alargar la mano al fonógrafo, la mujer la había extendido hacia la botella y de nuevo les servía”.

El huésped estaba sobre ella y ella sobre el fonógrafo, con todo el cuerpo defendiéndolo. Luchaban. El hombre los miró un instante estupefacto, repitiendo:

–¿Que se ha vuelto loca? ¿Que se ha vuelto loca?

Pero cuando el huésped dio un grito agudo porque los dientes de la mujer le desgarraban una mano, se abalanzó a separarlos, a defender al amigo, a defender su negocio, su trato ya casi hecho”.

En la tercera parte y final se relatan los efectos negativos que tuvo en la protagonista el descaro de tomarle lo único que le pertenecía y su nexo con el pasado feliz. En un arranque inesperado golpea violentamente al invitado tras haberse sentido abandonada por el marido cuando necesitó apoyo con la intromisión del intruso. Siente la mujer soledad, falta de apoyo e incomprensión.

La lámpara como nexo

Comienza el cuento con la descripción de una lámpara de la casa. Este objeto cobra importancia, pues es un símbolo que se relaciona con la función que cumple en el proceso de evasión que experimenta la protagonista. Además, el narrador explicita que este artefacto es utilizado sólo en algunas ocasiones por los integrantes de la casa: “en cada noche de sábado, la luz de la lámpara marcaba para el hombre y la mujer un cuenco de intimidad, generalmente apacible”.

 La lámpara es parte de un ambiente que separa a los integrantes, en tanto da una posibilidad de resguardar el espacio necesario tanto para la mujer como para el hombre.

     En el hombre se presenta, además, otro estereotipo masculino relacionado con las relaciones de dominación que un hombre “debe” ejercer sobre la mujer como, por ejemplo, dar indicaciones a la esposa, dar órdenes, que todo sea como le parezca a él.

Es fundamental, para esta historia, considerar que fue un matrimonio arreglado por la familia, lo cual también indica un abuso de poder por parte de los padres, aun cuando sabemos que era la costumbre en la época.

Cuando el hombre le pide a su mujer que comience a trabajar, también le solicita que se haga cargo y compre varias cosas necesarias para el hogar. Es interesante observar cómo a través del acto de tejer, la mujer va logrando cierta independencia económica y, en consecuencia, obteniendo cierto poder dentro de la casa.

La compra del fonógrafo marca un antes y un después en la vida de la protagonista, pues gracias a este aparato, por primera vez, tiene algo que es suyo y no de la casa.

La sujeción vuelve a ser patente cuando se aprecia que el marido sigue teniendo autoridad frente a su esposa a través del poder de la palabra:

“…Cuando estaba sola, en el campo trabajando él y sus peones, sacaba el fonógrafo y de pie, con el vago azoro de estar “perdiendo el tiempo” – como él decía-, juntas las manos y rebulléndole en el pecho una espiral de gozo, se dejaba sumergir en la música dulcemente”.

La personalidad que tiene la mujer desde su juventud: soñadora, etérea, ilusionada por el sentimiento amoroso, responde a un estereotipo femenino y, evidentemente, contrasta con la personalidad más fría y calculadora del marido. La mujer, fiel a su “amor” no concretado de juventud, optó por el silencio y no enamorarse nuevamente. Como desde ese momento de la “pérdida” todo le era indiferente, no le importó que la pasaran a llevar y arreglaran su matrimonio.

Surge el resentimiento cuando el invitado toma el fonógrafo, pues nadie antes lo había hecho sino ella. La mujer trata por todos los medios de desviar la atención de los hombres y, como no lo logra, se produce la escena en que se desborda violencia, emoción, rencor, rabia, frustración. Huye herida y se deja caer en el campo. Libre, pero sola. Libre, pero casi sin vida.

Ante la posibilidad y temor de no volver a recordar su pasado feliz y su amor platónico, la protagonista opta por la vida y volver al lado de su esposo. Claramente, un final abierto: ¿regresará con la misma actitud para así tener la libertad de la ensoñación; o decidirá por si misma generando la rabia y lejanía de su marido?

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