Cuando Madrid era una ciudad alegre, confiada y para muchos, sinónimo de Europa, en la época de oro de la cultura española del siglo XX, empezó su carrera una española considerada una de las mayores exponentes del cubismo y el surrealismo, y que por si no bastara, fue una de las fundadoras de las Sinsombrero junto a Federico García Lorca, Margarita Manzo y Salvador Dalí.
Parece increíble que una artista del nivel de Ana María Gómez González (Maruja Malló), la pintora española más importante del siglo XX, solo comparable con sus coetáneas Frida Kahlo o Georgia O’Keefe, una mujer que trabajó y desarrolló su obra junto a intelectuales del nivel de Lorca, Dalí, Neruda, Alberti y otros, sea hoy tan poco conocida y reconocida por el público latinoamericano.
Maruja Malló, la menor entre 14 hermanos tuvo la fortuna de tener por padres a unos adelantados de su época que educaron a sus hijos sin diferencias de sexo y así pudo, desde su infancia, gozar de una libertad extraña para la mayoría de las niñas de su época, como participar en los juegos de sus hermanos e incluso andar en bicicleta. Es más, su padre que había notado su interés por el arte la matriculó a los 11 años en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés, donde la familia vivía por ese entonces. Diez años después, se trasladaron a Madrid y su pasión por la pintura la llevó a postular a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando donde logró ser la primera mujer admitida en la institución.
Maruja Mallo es la única bruja joven que he conocido… Ramón del Valle Inclán al conocer a la pintora…
Junto con asistir a la academia empezó a trabajar en la Revista Occidente fundada y dirigida por Ortega y Gasset quien impresionado por las ilustraciones que realizaba Malló, decidió montar una exposición de la pintora en la sede de la revista. Esta fue la única muestra curatoriada por la Occidente y tuvo un éxito extraordinario introduciendo a Maruja en el mundo del arte donde formó un grupo inseparable con Salvador Dalí, Federico García Lorca y Margarita Manso.
“era un festejante mío (como dicen en Argentina) y Federico me lo quitó, entre otras cosas porque tenía un temperamento ruso y le decía tantas cosas que, claro, Emilio se enardeció y se fue con él”. Maruja Malló
Maruja no cesaba de crear, pero también de protagonizar muchísimas anécdotas junto a este grupo de adelantados irreverentes. En ese entonces tenía como amante a Emilio Aladrín, un “efebo” como lo describiría Maruja, que pretendía ser escultor, pero que pasó a la historia no por su arte sino por sus amores con Maruja y haberle destrozado el corazón a Federico García Lorca. Para Malló el asunto no debe haber sido muy serio porque no le dio importancia a ser abandonada. Ella era surrealista, divertida, creía en la igualdad de género, el amor libre y no pensaba ser el apéndice de hombre alguno.
Es más, nunca se casó, pero sí tuvo amores importantes y largos como con Alberti, que duró cinco años y un romance siempre negado, con Hernández (que se inspiró en ella para los poemas de Imagen de tu huella incluidos en El rayo que no cesa), y algunos dicen que hasta Neruda cayó ante sus encantos.
«TÚ,
tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado, dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas. Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes. Despiértame. Rafael Alberti, «Ascensión de Maruja Malló al subsuelo», La Gaceta Literaria 61, 1929
Malló logro fama y reconocimiento desde muy joven porque era poseedora de un extraordinario talento que le permitió, entre muchas otras cosas, ser parte de la Cofradía de la Perdiz, el histórico grupo de intelectuales creado por Lorca, Dalí, Buñuel y ella misma. Buñuel que participaba, no tuvo una buena relación con ella, y se dedicaba a menospreciarla cada vez que la veía exclamando “¡Queda abierto el concurso de la menstruación!”. Pero está comprobado que Buñuel fue un talentoso director de cine, pero también un machista y un homófobo de antología, entre otras cosas. Según Maruja, el bruto, lo apodaban.
Maruja Malló buscó a través de su trayectoria distintos estilos y técnicas y en cada una de ellas se reflejó la genialidad de la artista. En su obra hay, al menos cuatro etapas muy marcadas: una primera donde los colores intensos son su sello, expresadas en imágenes llenas de vida y alegría (La verbena) donde combina el surrealismo figurativo y el realismo mágico; en la segunda, cambia bruscamente y sus imágenes se colman de tonos grises y oscuros, como una premonición de los tiempos trágicos que se acercan para España (Antro de fósiles, por ejemplo);luego viene una tercera, durante la década de los treinta donde Malló se enfoca en el proletariado y desarrolla una serie dedicada a ellos, realizando una espectacular pintura sobre el trigo, considerada una de sus obras maestras: El canto de las espigas; y ya en contacto con el surrealismo francés, gracias a una beca del estado que le permitió viajar y residir en París, inició una etapa en la que destaca el interés por el orden geométrico e interno de la naturaleza.
«Las creaciones extrañas de Maruja Malló, entre las más considerables de la pintura actual, revelación poética y plástica, original, «Cloacas» y «Campanarios» son precursores de la visión plástica informalista». Paul Éluard
Durante esa estadía de un año en París se integró al movimiento surrealista y se relacionó con Miró, Magritte, Picasso, De Chirico y Bretón. Maruja Mallo organizó una exposición de su obra en la Galería Perre Loeb de París, donde André Bretón, fascinado con su obra Espantapájaros, la compró y calificó como “una de las grandes obras del surrealismo”.
Su vida estuvo plagada de anécdotas notables como la que dio nombre a Las Sinsombrero. Cuenta ella, en una de las varias entrevistas que se le hicieron entre los ochenta y noventa, y que se encuentran en youtube, que paseando un día junto a sus inseparables compinches, Manso, Lorca y Dalí por la Puerta del Sol, los cuatro se sacaron sus sombreros con la idea de “descongestionar la ideas”. Los transeúntes de inmediato empezaron a insultarlos y a llamarlos “maricones” ya que, contó Malló, “se conoce que por no llevar sombrero nos identificaban con el tercer sexo”. Curiosamente este suceso fue el que dio el nombre a las mujeres de la generación del 27 formado por Concha Méndez, María Zambrano, Ernestina de Champourcín, María Teresa León, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Margarita Gil Rösset, Margarita Manso y Maruja Mallo, entre otras.
«Maruja Malló, entre Verbena y Espantajo toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo, sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad.» Federico García Lorca
Luego vino la guerra civil española y Maruja Malló debió partir al exilio a través de Portugal donde recibió ayuda de Gabriela Mistral para viajar a Buenos Aires donde vivió 25 años.
Durante años, la pintora viajó por Chile, Uruguay, Brasil, París y Nueva York, dio conferencias, organizó exposiciones y colaboró, junto a Jorge Luis Borges en la revista Vanguardia Sur que dirigía Victoria Ocampo.
Libre hasta las cachas, durmió siempre con quien quiso y como quiso. De igual a igual y sin dependencias ni dramas. Aunque parecía tener predilección por los poetas: Pablo Neruda y Miguel Hernández fueron algunas de sus conquistas.
Vino a Chile en dos oportunidades: en 1939 a Santiago, donde fue invitada para pronunciar un ciclo de conferencias y aprovechó de visitar Valparaíso y otras playas de Chile. Volvió en 1945 invitada por Pablo Neruda, con quien viajó a Isla de Pascua, en las precarias condiciones de esa época, buscando inspiración para un mural que le habían encargado en Buenos Aires.
Aquellos que han estudiado su obra concuerdan en que Malló se fascinó con la variedad de la naturaleza y la geografía humana de América que tradujo en una serie de naturalezas vivas, retratos bidimensionales, máscaras, flores, caracolas (inició a Neruda en su pasión por ellas) y retratos de mujeres de diferentes rasgos étnicos a través de lo que quería reivindicar a “Razas que tenían derecho a vivir y que habían quedado vencidas por sometimiento de las armas”.
Maruja Malló pintó su obra más importante El canto de la espiga en 1939 y, a continuación, publicó su libro Lo popular en la plástica española a través de mi obra. A fines de la década del 40, viajó a Nueva York donde se hizo amiga de Andy Warhol quien manifestó siempre una gran admiración por ella y en esta década realizó su Cabeza de Negra que ganó el Premio Pictórico de la II Exposición Neoyorkina.
“Para mí, la vida de este planeta es arte, ciencia o guerras“. Maruja Malló
Luego de más de dos décadas de exilio pudo volver a España para constatar que todo el país la había olvidado. Para suerte de ella, también lo había hecho Franco. Empeñada en reactivar su obra, se dedicó a tiempo completo en retomar su actividad artística en Madrid coronando sus múltiples exposiciones y obras con Los moradores del vacío, donde juega con elementos como las naves espaciales, los planetas, el universo, una proyección del futuro. Ya tenía 70 años y una lucidez que mantendrá hasta su muerte a los 95.
“Tenía una enorme confianza en sí misma, que ayudó a que nadie le comiera el terreno“
A lo largo de su vida, Malló trabajó no solo la pintura sino también la cerámica, la escenografía, el diseño de vestuario teatral y grandes murales, pero se la recuerda principalmente por sus cuadros. Pero como todo gran talento, necesitaba plasmar su visión del mundo en diferentes formas. Una mujer extraordinaria, una más que enorgullece al género y de la que es imprescindible conocer mucho más que lo incluido en estas breves líneas.
“Malló pintaba a las mujeres como protagonistas, fuertes e independientes“