La feroz represión del gobierno de Daniel Ortega a las masivas protestas populares, generan una creciente condena de la comunidad internacional, que propicia detener la violencia y encontrar una solución negociada a la profunda crisis que sacude a ese país.
Aunque no existan cifras enteramente confiables acerca de las víctimas fatales de la represión a las protestas ciudadanas, las reales ya son inmensas. Podrían superar las 200 o casi doblarlas, según organizaciones de defensa de los derechos humanos. La violencia represiva, como reacción esencial del régimen, desacredita crecientemente el gobierno de Ortega – Murillo, tomando distancia creciente de cualquier opción por el diálogo y búsqueda de soluciones políticas, como las propiciadas por la Iglesia Católica y demandadas por la comunidad internacional.
¿Qué queda del líder sandinista que lideró el proceso revolucionario que derrotó a Somoza? ¿Cuándo se esfumaron sus proclamas? ¿Qué pudrió su verborrea democrática? Nadie hoy en día puede sostener que Nicaragua es una democracia. O que Daniel Ortega siga siendo un líder revolucionario. Su gobierno representa el epítome del nepotismo, incluyendo a su propia esposa como vicepresidenta y numerosos parientes en los principales cargos del Estado. Es un régimen corrupto, que buscó una alianza de conveniencia con sectores empresariales. Hoy sólo se sostiene en base a la represión criminal.
De paso, Daniel Ortega ha perdido el costoso apoyo que le prestó el empresariado nicaragüense para sostenerse e intentar perpetuarse en poder.
Sin duda se trató una alianza de mera conveniencia mutua. Los empresarios hacían buenos negocios, mientras Ortega les garantizaba orden y estabilidad, sin importar si esa transacción implicaba réditos económicos para las autoridades (corrupción) y qué pasaba con la mayoría de los ciudadanos, muy lejos de los frutos del crecimiento negociado. La decisión de Daniel Ortega de reformar el sistema de pensiones, elevando costos y reduciendo beneficios, generó las protestas iníciales para, muy rápidamente, masificarse y generalizarse en contra de su gobierno.
Rápidamente los pragmáticos empresarios optaron por abandonar a Ortega y tomar distancia de su gobierno. Ya no era capaz de asegurarles paz social y estabilidad política, pasando a constituir un riesgo para sus negocios.
La crisis se precipitó, desencadenándose a través del país muy rápidamente. Hoy Daniel Ortega tan sólo se sostiene por el poder de la fuerza represiva, pese a las evidentes reticencias de sus FF.AA. que se resisten a participar de manera protagónica en la represión violenta a la población civil.
Las vías del diálogo están cerradas, los puentes cortados para una negociación, mientras el gobierno acrecienta la represión que ha terminado por sensibilizar a la comunidad internacional. Que Ortega y su familia abandonen el poder y se convoque a elecciones anticipadas, con suficientes garantías democráticas. Lejos de ser una alternativa radical, hoy aparece como la única factible para detener la violencia y reconstruir una verdadera democracia.
Su gobierno está definitivamente desacreditado. Ha perdido el apoyo de la mayoría de los nicaragüenses que, masiva y también desesperadamente, han optado por lanzarse a las calles exigiendo su renuncia.
Es un gobierno aislado internacionalmente, como lo muestra la reciente resolución de la OEA, aprobada por 21 votos a favor, siete abstenciones, tres en contra (entre ellos el voto del representante del gobierno nicaragüense, además de Venezuela y San Vicente y las Granadinas) y la ausencia de tres países (Bolivia, entre aquellos).
Difícilmente el debilitado gobierno de Daniel Ortega podrá resistir la masiva presión interna e internacional y más temprano que tarde deberá allanarse a una solución política a la crisis o, en su defecto, rendirse a medidas de fuerza de sus propias FF.AA.
El tiempo que tarde en tomar esa decisión tan sólo implicará incrementar el número de víctimas de la represión. Como acaba de suceder en Masaya, ciudad símbolo de la histórica resistencia a Somoza y hoy bastión de la oposición a Ortega.