No descubriremos ahora la lúcida e indispensable obra literaria de Pedro Lastra que, entre otros méritos, dialoga, desde su sobria pluma poética e insuperable experiencia vital, con la creación de inmensos pares e impares de la literatura universal.
En la renovada y ampliada edición de Marginalia, recién publicada por Ediciones Altazor, Pedro Lastra continúa aquel diálogo, abriendo ventanas luminosas de la creación cultural y artística contemporánea. Baste consignar algunos de los titulares en esta reveladora colección de notas: De Pigafetta a Neruda; Jorge Luis Borges en un diálogo final; Rubén Darío. Del símbolo a la realidad; Una lección de José Santos González Vera; El último diálogo con el maestro Ricardo Latcham; Nota sobre José Lezama Lima; ¿De Joyce a Huidobro?…
Es un extendido trayecto, al ritmo de una pluma siempre aguda, donde además nos encontramos con ponencias del autor en relevantes eventos literarios de las últimas décadas, destacando, entre aquellas, su discurso de incorporación, como miembro honorario, a la Academia Ecuatoriana de la Lengua (2016) y Escribir un libro, ponencia leída en el VI Congreso Internacional de Academias de la Lengua Española (2013). Muy lejos de significar un detalle ilustrativo, resalta en el nuevo libro de Pedro Lastra su diálogo con las imágenes del nunca suficientemente recordado Juan Luis Martínez, en La nueva novela, considerado por muchos críticos y cronistas como el primer libro – objeto de nuestra poesía, abriendo una interrogante acerca de la crisis del libro como soporte y los límites existentes entre obra plástica y obra literaria.
(Fragmento de presentación del libro. Por Ismael Gavilán)

“(…) Esta segunda edición de Marginalia no solo es su versión aumentada. Es un libro nuevo. No solo por el agregado de nuevos textos, sino también por el especial diálogo que las imágenes de Juan Luis Martínezpermiten deslindar de ese laberinto que enunciábamos líneas arriba. Con cada imagen del autor de La Nueva Novela, se ve acá lo que me atrevería a nominar como una retribución: imágenes que restituyen el carácter laberíntico de una escritura que fue una de las primeras en reconocer y celebrar la obra del poeta viñamarino. Y en ese sentido, podríamos afirmar que el círculo se cierra: un libro como Marginalia se parapeta en la imaginación visual de Martínez tal como la escritura que promueve Lastra circunscribe esos trazos de memoria que han sido rescatados del curso mayor de los acontecimientos. En estas páginas Pedro Lastra nos otorga lo mejor de su arte ensayístico: la invitación grata, amena y siempre alusiva para con los registros de la memoria que se despliegan en el goce de la lectura. Acá, una y otra vez, toda anécdota no sólo es una recreación de un recuerdo, sino una especial forma de entender cuán entrelazados tenemos nuestra vida con ese enigmático mecanismo mágico de entender el mundo que son los libros.
En un presente como el nuestro, el gesto de Lastra es la invitación no para abandonar el laberinto, es más bien, el otorgamiento de un hilo más extenso y denso para que nos perdamos felices en los espacios que nuestra conciencia debiese volver a visitar”.
Liminar

Indispensable parece consignar la siguiente breve reflexión del propio Pedro Lastra acerca del título Marginalia y los responsables de esta nueva incursión en su ya cuantiosa “papelería”:
“Que para designar esta colección de notas acuda a la palabra marginalia, recordará de inmediato que tal ocurrencia viene de lejos y remite a nombres tan familiares para todo lector como E. A. Poe y, en nuestra proximidad, al de Alfonso Reyes, sin olvidar a otros fervorosos practicantes de la brevedad, desde Baltazar Gracián a J. L. Borges. He tenido presente, asimismo, otras lecturas memorables e inspiradoras. Indicaré solo tres, pues no pretendo abundar en la especie de la bibliografía. Y será la primera el versículo 12 del Epílogo del Eclesiastés, que advierte ya esta grave cuestión:
No busques, hijo mío, más de esto, que el componer libros es cosa sin fin y el demasiado estudio fatiga al hombre.
En más de algún momento de lecturas he sentido como un eco de esa voz inolvidable, en estas líneas escritas tantos siglos después por Pero Mexía al presentar su Silva de varia lección, en 1540:
… Y como en esto, como en lo demás, los ingenios de los hombres son tan varios y cada uno va por distinto camino, siguiendo yo al mío, escogí, y hame parescido escrevir este libro assí, por discursos y capítulos de diversos propósitos, sin perseverar ni guardar orden en ellos. …
Pero fue la Marginalia CLXXX de Poe la que más me ha inclinado a esta preferencia que puede reconocerse como vocación por el fragmentarismo de la opinión escrita, de notorio aprecio para muchos. El de Poe es juicio más severo y al decir de algunos de sus críticos un si es no es excesivo, pero de un modo u otro harto digno de consideración en estos tiempos dispendiosos. La transcribo desde la difundida traducción de Julio Cortázar:
La enorme multiplicación de libros en cualquier rama del conocimiento es uno de los grandes males de la época, puesto que constituye uno de los mayores obstáculos a la adquisición de informaciones correctas, poniendo en el camino del lector enormes pilas de trastos, entre los cuales debe abrirse camino a tientas, en busca de fragmentos útiles diseminados aquí y allá.
Una lección, de la cual he querido aprender algo y, aún más difícil, aplicarla. Y baste ya de más explicaciones que casi contradicen mi propósito de justificar la deliberada apropiación de este título, no sin anotar mi gratitud por la estimulante disposición de Patricio González para acoger mi Marginalia en sus Ediciones Altazor, y al querido amigo Ismael Gavilán, poeta de mi cercanía y animador compañero de andanzas, que se ha hecho cargo de la selección y orden de mis papelerías”