Hay algo de ligeramente fascinante en la narrativa del británico Nick Hornby: la capacidad de desbrozar en lo cotidiano, simple y casi banal, los grandes temas de nuestro tiempo. Lo conocí a través de Alta fidelidad (1995, Penguin Books – Ediciones B), la novela en que se inspiró la popular película del año 2000, dirigida por Stephen Frears y protagonizada por John Cusack, y que es un verdadero himno a la música rock. Ahora me encuentro con una novela muy reciente, Alguien como tú (Anagrama, 2021), que ratifica plenamente mi primera impresión.
La historia se sitúa en Londres, entre los años 2016 y 2019. O sea, es una historia que convive con nosotros. Una mujer que se empina recién en los cuarenta lleva cerca de un año divorciada con dos hijos preadolescentes y un exmarido bajo tratamiento por adicciones. Pero también lleva un año sin sexo y eso la problematiza. El narrador nos resume su conflicto con precisión quirúrgica: “Lucy llevaba un año sin acostarse con nadie, y no se había acostado con otra persona que no fuera Paul [su exmarido] en los últimos doce años, e incluso la última vez que se acostó con Paul hacía un año fue un oasis en el desierto, que casi seguro era una pésima metáfora para describir un momento de debilidad e infelicidad en medio de la confusión”.
Este escenario resulta familiar a nuestros tiempos. Hace años atrás, un amigo que se había separado hacía poco, me comentaba lo difícil que era volver al circuito de las parejas, después de años de monogamia (más o menos ortodoxa). Hablo de los años noventa, cuando todavía era relativamente más fácil abordar a una mujer en plan seductor, sin los necesarios cuidados que las evidencias de abusos hacen imprescindibles en nuestros tiempos. Pero el problema sigue siendo el mismo: una vez heridos por el matrimonio, cómo se reconstituye la capacidad de amar y cómo se construye el espacio amoroso para descubrir al otro y descubrirse a uno mismo.
Alguien me dirá que para eso están Tinder y quién sabe cuáles otras aplicaciones que resuelven el tema a través de una sinceridad brutal de las expectativas. Pero quienes terminan relaciones que se han prolongado en el tiempo están afectados: en su capacidad de creer, en su autoestima, en la posibilidad cierta de establecer relaciones de amor desde un cierto realismo pesimista y algo cínico. Es el drama de la protagonista de esta historia de amor. Ella se instala en la novela a partir de la evidencia de que “los matrimonios se rompen, y eso sucede porque una persona infeliz o insatisfecha encuentra a otra fuera de la pareja”. Pero el problema es que, cuando la condición de insatisfacción se hace crónica, Lucy termina preguntándose “si la infelicidad y la insatisfacción son incurables”.
Este es el momento de la narración donde comienzan a aparecer el mundo de las “citas”, de las reuniones de parejas de amigos que invitan a amigos solteros por si pasa, y de los miedos de haber llegado a una situación terminal, donde volverse a enamorar será imposible. En este punto la novela pareciera dar un vuelco hacia una historia romántica más tradicional. Y el amor irrumpe donde menos se le espera, de manera subterránea y clandestina, llena de miedos a equivocarse una vez más. En el fondo, se ha instalado un nuevo “Romeo y Julieta”, porque la pareja que se volverá protagónica contiene todas las diferencias imaginables: sociales, generacionales, educacionales, culturales.
Y todo esto, además (y aquí está en parte la genialidad de Hornby), ocurre en el contexto del Brexit, uno de los periodos más negadores de la diferencia y la tolerancia de la reciente historia política del Reino Unido. Como una proyección de los propios problemas para construir un amor desde la diferencia, la protagonista reflexiona en torno a la salida de Europa, a las barreras a la inmigración, a la búsqueda de la insularidad. “Lucy por fin entendió de qué iba esto”, nos confidencia el narrador: “El referéndum estaba dando una ocasión a sectores de la población que no se soportaban para echarse los trastos a la cabeza”. ¿Suena esto a algo familiar? La intransigencia, la falta de tolerancia para aceptar lo distinto pareciera circular peligrosamente bajo los procesos más relevantes de nuestros últimos tiempos. No solo en Europa y su guerra, también en Chile. La constatación de Lucy frente al Brexit –y frente a su propio proceso de aceptación del amor- es que no es el objeto sobre el cual se opina el problema, sino la actitud con que lo hacemos. Por eso asegura que “El gobierno podría haber planteado una pregunta binaria de sí / no sobre desnudez pública, vegetarismo, religión, arte moderno o cualquier otro asunto que dividiera a la gente en dos grupos, cada uno con suspicacias hacia el otro”.
Toda la historia transcurre en un tono conversacional. Son los comentarios de cualquier vecino o amigo con el cual nos encontramos en la esquina y le hablamos de nuestros temas cotidianos. En apariencia, no hay ni ocurre nada particularmente excepcional. Sin embargo, amar en la diferencia es toda una aventura, ya sea a nivel privado o en las grandes decisiones de una comunidad. Siempre tendremos disponible la opción de transformar una elección de “sí o no” en la última de las batallas, o bien, hacer de ella la oportunidad para descubrir el valor de los otros y de aquello que no vincula con los demás. Interesante punto de vista. Estamos a tiempo para explorar.