Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. Con Serrat en el corazón.

por Antonio Ostornol

Voy a marcar una página imperdible: la música, la vida de Joan Manuel Serrat. La verdad es que no debiera hablar de una sola página, sino de un libro con muchas páginas, no solo porque esta historia está anclada a cientos de canciones, sino porque nos ha acompañado –a mí, a mis afectos, a mis compañeros y compañeras de generación- a lo largo de muchas décadas.  

Estuve el domingo 13 de noviembre en el Movistar Arena para el concierto de despedida de Serrat de los escenarios. La casualidad quiso que asistiera solo a pesar de que tenía conmigo dos entradas. Un imprevisto de última hora nos impidió utilizar la segunda entrada y, por cierto, no hubo forma de comunicarme con Punto Ticket para transferirla a alguna otra persona. Era nominativa. Casi tres horas esperé durante la mañana en el único canal de contacto que encontré disponible. Al final, me resigné. La entrada estaba pagada y a Punto Ticket posiblemente le era indiferente. De modo que estuve solo –bueno, solo es una manera de decir, porque estaba acompañado por una decena de miles de asistentes al concierto. Pero se trataba de una soledad distinta. Por momentos, me sentía en medio de un acto confesional donde cada participante se conecta desde su más íntima biografía con un maestro, que posiblemente sin pretenderlo, le habló al oído durante cada uno de los procesos y etapas por las que atravesamos cuando nos ponemos a la tarea de crecer. Con sus canciones, podría escribir la historia de mi propia vida. Por supuesto, no se trata de una relación excluyente o excepcional. Puedo imaginar que algo similar le debe ocurrir a millones de seres humanos que alguna vez escucharon alguna de sus canciones y sintieron que podrían suscribirlas sin ambages. El haber asistido solo me intensificó la sensación de participar de un rito colectivo que se vive desde la más profunda singularidad porque, si uno no es un profesional de la música, me imagino que se vincula a las canciones desde las experiencias emocionales, estéticas y afectivas, más que de las rigurosidades técnicas. Al menos, así fue en mi propia vida.

Como casi todos, supe de él en el 69, cuando yo tenía quince años. Fue el tiempo de Cantares, del “todo pasa y todo queda” y de “lo nuestro es pasar”. En ese tiempo, bajo el influjo de mi padre, rondaba en mi cabeza la idea de ser poeta. Escribía algunos textos felizmente olvidados con los que, a veces, maltrataba a mis amigos. En mi cabeza había discos con los poemas de Rafael Alberti, de García Lorca, de César Vallejo y, por supuesto de Neruda, que mi padre escuchaba los domingos en la mañana religiosamente. Entonces, cuando mi padre trajo el disco con los poemas de Machado a la casa, fue una verdadera fiesta. Los versos del gran poeta español se infiltraron en mi diccionario existencial a través de las canciones de Serrat y, cada tanto, se asoman en mis escrituras como polizontes inadvertidos. Luego encontraría otros poetas fundamentales que resucitaron en sus melodías y se hicieron parte de mi cotidianeidad. Miguel Hernández, sin duda, crucial. Lo escuchábamos en dictadura y sus canciones nos capturaban la piel. Durante su concierto del domingo, cantó las Nanas de la cebolla. Un homenaje absoluto a la poesía y una interpretación notable. Ese poema se sostiene por sí solo, es verdad. Pero conjuntado con la música de Alberto Cortez y la interpretación del catalán, se transforma en un monumento. Y también cantó el himno Para la libertad. Esta canción, durante los tiempos feos, la musitábamos. El domingo, el teatro se vino abajo. Y también recuperó para el espacio de la música esa poesía militante de nuestro Mario Benedetti, y ese poema de Rafael Alberti que todos coreábamos en homenaje a esa paloma equivocada que nos remitía a nuestros propios tropiezos. Y cómo no rememorar esa lectura maravillosa de la esencia moderna de la derrota, que León Felipe retrata magistralmente en el poema Vencidos y Serrat musicaliza e interpreta con la severa intención de emocionarnos hasta las lágrimas, sobre todo si nosotros, como ellos, también tuvimos que masticar la derrota.

Serrat me llenó de poemas. Con mi prosaica inclinación a los relatos, es muy probable que, de no mediar su música, muchos de estos versos se me hubiesen escapado. Así como tengo deudas con mi padre, las fui contrayendo con Serrat. Aunque su creatividad fue mucho más allá. Porque si bien sus poemas musicalizados me abrieron la puerta a su mundo creativo, sus canciones propias me educaron en el ejercicio cotidiano de mi condición de ser humano. En mis años universitarios, tuve la suerte de conocer y compartir con un profesor nacido en España y avecindado en nuestro país con su madre y hermanos, todos arrimados a Chile en el Winnipeg. Ya fuera de la universidad, trabajé con él por años e incluso pude sentirme su amigo. Hablo de Enrique Cueto. Él era un humanista cristiano y en su lengua reverberaba una cierta sabiduría ibérica, sedimentada en siglos de domesticación del latín y de tener que lidiar con lo más oscuro de la iglesia y sus detractores de todos los órdenes: en esa lengua espesa y porosa, se trasuntaba todo el acopio de conocimiento humano del que disponen las culturas que son herederas de siglos y milenos de civilizaciones pioneras en la tarea de descubrirnos y entendernos. Las canciones de Serrat tienen mucho de esta tradición, la que se ha cultivado en España o en Cataluña y, probablemente, en cada rincón de la península. Desde las canciones de amor más notables (Tu nombre me sabe a hierba, Lucía, Canción de amor, Romance del Curro el Palmo, por mencionar algunas) hasta aquellas que nos abren a pensar en un sentido mucho más amplio nuestra propia existencia (Mediterráneo, Pueblo blanco, Cada loco con su tema, Esos locos bajitos, La fiesta y tantas más.). Al igual que aquellas otras que registran sin aspavientos el devenir de nuestra historia reciente. Pienso en sus canciones sobre la globalización, el mercado, la lucha por el éxito y el lucro.

En fin, el glosario podría ser eterno porque sus canciones no solo son demasiadas (60 años componiendo) sino que muchas ya se instalaron en nuestra memoria y, a pesar de que a veces se nos olvidan las letras, la emoción que contienen no desaparece. Al menos, mientras vivamos y recordemos. Como ocurrió en el concierto de despedida.

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5 comments

Ignacio noviembre 17, 2022 - 10:39 pm

..son tus Vivrncias…y compartirlas con tu prosa, nos traslada facil a nuestra juventud..»divino tesoro»…Aca es el verbo wue llega mas wue la musica.Gracia

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Ani Campillo noviembre 17, 2022 - 10:49 pm

Fui el sábado, la emoción en sus canciones fue la misma, al menos así la viví, y la memoria emotiva llenó el espacio de otro tiempo en ese repertorio de amor con mayúscula. Abrazos, Toño, gracias por el homenaje a Serrat y a nuestras utopías.

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Julio Piñones noviembre 17, 2022 - 11:25 pm

CON LAS DIFERENCIAS DEL CASO, LAS PALABRAS DE ANTONIO PROYECTAN UNA HISTORIA DE EXPERIENCIAS ESTÉTICAS, AFECTIVAS, EPOCALES…, MUY SIMILARES A QUIENES CIRCUNVALAMOS LOS TRAMOS ETARIOS DE UNA GRAN ÉPOCA DE LA HISTORIA MUNDIAL, DESTACAN TAMBIÉN OTROS NOTABLES CANTAUTORES, COMPOSITORES, GRUPOS MUSICALES MARAVILLOSOS. LA IMPREGNACIÓN, LA COMPACTACIÓN, LA IMBRICACIÓN DE CANCIONES Y LETRAS, CON LA VIDA DE ANTONIO ES MUY PODEROSA Y SUGERENTE,

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Marcela Godoy Divin noviembre 19, 2022 - 2:45 pm

Linda crónica, Antonio.
Yo te habria comprado esa entrada sobrante. Lamentablemente no estuve en el Movistar.

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Alejandro Lazo Vergara noviembre 20, 2022 - 8:19 pm

…Suscribo Antonio todo lo que dices… solo que yo soy músico y poeta y tengo eso en común con Serrat… y claro queda que sus cantos y letras, nos trajeron a esa España (donde estoy ahora nuevamente) de guerra heroica, derrota y luego recuperada, justo antes que, guardando todas las proporciones, nos sucediera a nosotros ese formato sordo, inédito de guerra civil escueta, sangrienta y cruel con que los dueños del fundo Chile defendieron sus prerrogativas abusivas y ciegas… un abrazo!

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