Las últimas encuestas sobre la disposición de la ciudadanía a aprobar o rechazar la nueva Constitución, muestran un leve cambio de tendencia que le abre alguna probabilidad al rechazo. ¿Tiene responsabilidad la Convención en esto, más allá de lo comunicacional? El Presidente de la República habló al respecto. Todos debiéramos hacerlo.
Cuatro encuestas de carácter nacional, con cierta trayectoria, han alertado sobre un estado dubitativo respecto a la aprobación o rechazo de la futura propuesta de Constitución que estaría presente en la opinión pública o, para relativizar al máximo la conclusión, en cierto sector que podría estar representado por dichas encuestas. No es novedad que, cada vez que se informa al país de determinados resultados de estas investigaciones, se esgriman argumentos en pro y en contra de las mismas. Es bien notable que, en muchas ocasiones, incluso comentaristas de sectores políticamente opuestos repitan los mismos argumentos, dependiendo de cómo aparezcan evaluadas sus posiciones.
Entonces, si los resultados de una encuesta no los favorecen, comienzan las declaraciones del tipo “la encuesta tiene tal o cual sesgo”, o su muestra “no es suficientemente representativa”, o “la metodología de recolección de casos tiene muchas limitaciones”. Estas son las opiniones amables, porque también aparecen las que no lo son tanto y ven en cada resultado una pieza de alguna máquina conspirativa que produce encuestas para generar hechos políticos, sin atenerse a la verdad. Incluso se afirma que hay encuestadoras adscritas a determinados sectores políticos y eso, por sí mismo, invalida cualquier resultado de sus investigaciones. Los más viejos recordarán las encuestas truchas (de verdad falseadas) que la dictadura hizo públicas a solo días del plebiscito del 88, dando por ganador al dictador.
Todas estas encuestas, en definitiva, efectivamente tienen algún sesgo y, por lo mismo, sus resultados suelen manejarse en términos de rangos de seguridad o potenciales errores muestrales o de cualquier otro tipo (seguro un buen sociólogo nos podría explicar muy bien estos fenómenos). Una encuesta no es, por definición, la realidad, sino una cierta aproximación a ella. Por lo tanto, está en su naturaleza equivocarse “algo”. Yo diría que es una aproximación que, debidamente procesada, nos puede ayudar a entrever la realidad. Y también tengo la impresión de que, cuando muchos procesos investigativos diferentes e independientes entre sí, tienden a mostrar resultados más o menos similares, hay una alta probabilidad de que sus resultados estén evidenciando un cierto estado de ánimo de la opinión pública con más certeza.
El Presidente de la República, Gabriel Boric, supo de esta realidad. Recordemos que hace muy poco, empezó punteando las encuestas y, como lo predecían muchas encuestas, terminó llegando segundo; ya en la segunda vuelta, también las encuestas anticiparon su triunfo rotundo. Tal vez porque vivió la experiencia o por su capacidad de liderazgo, decidió esta semana referirse al proceso constituyente levantando alarmas respecto a la posibilidad de que la opción del rechazo a la nueva constitución en el plebiscito de salida se pudiera volver una opción con probabilidades de triunfo. Los resultados de las encuestas le preocupan, porque en su mirada, “la discusión no es solamente comunicacional, no se le puede echar solamente la culpa a lo externo, también hay responsabilidades de quienes creemos en el proceso”. Y cierra su declaración haciendo un llamado a buscar “la mayor transversalidad y amplitud posible para construir una Constitución que sea un punto de encuentro”. Agrega además que “hay que darse espacio para reflexionar, para pensar, para que los acuerdos sean más amplios de lo que han sido hasta ahora, para modificar lo que haya que modificar”.
Esta última reflexión del Presidente es la que me hace más sentido. Lo que está en juego hoy es una transversalidad de carácter nacional, que no necesariamente es la transversalidad al interior de la Convención. Hay consenso en que la Convención es totalmente legítima y tiene las potestades para redactar la propuesta que a sus consensos les parezca adecuada. No es ese el problema. El punto es que las sensibilidades políticas, culturales, sociales en el Chile de hoy, parecieran no distribuirse en una relación de 80/20 entre una sensibilidad más proclive a los cambios y otra más conservadora, sino que tiende a parecerse a una distribución 60/40, suponiendo que la llamada centroizquierda se alinearía con la propuesta constitucional, cuestión que no es un hecho de la causa. Como dijo el propio Presidente, él ha conversado con personas que votaron por el Apruebo, pero no están seguros de aceptar la propuesta de la Convención.
¿Por qué sería necesaria una mayoría más categórica de aprobación de la nueva Constitución, en vez de un simple cincuenta más uno, como está establecido en su convocatoria? Para María Luisa Quinteros, Presidenta de la Convención, la mayoría simple sería un triunfo del proceso. Y desde la formalidad de su mandato, tiene razón. Sin embargo, en mi opinión, la responsabilidad de los constituyentes va mucho más allá de generar una constitución que reemplace a aquella ilegítima de origen. Su responsabilidad tiene que ver con la estabilidad del sistema de poderes, la legitimación de los viejos y nuevos derechos sociales, del reequilibrio de los poderes. Si la constitución se aprueba con el cincuenta más uno, se abrirá un escenario político muy frágil como para que las transformaciones necesarias se puedan garantizar. En un país con la mitad a favor y la otra en contra, creo que la única forma de asegurarse la permanencia de los cambios sería a través de leyes de amarre que impidan cambiar los cambios, como lo hizo la dictadura en los ochenta.
Las encuestas son una fotografía del momento. Más o menos borrosa, pero algo deja ver. Es simple decir que el problema es comunicacional (aunque algo hay de eso: el nivel de información, aunque está disponible, no es fácil de entender por la complejidad de su tramitación), pero eso no resuelve las dudas que se han ido generando y que hacen que muchas personas, legítimamente, se cuestionen el resultado. Repito lo que escribí hace unas semanas: cuando votamos por dar curso a este proceso eligiendo convencionales, lo que hicimos fue elegir personas a quienes se les encargó una tarea. No elegimos una Constitución, sino que mandatamos a un grupo de ciudadanos para que la escribiera y nos la propusiera. Ahora viene la decisión final y cada chileno está llamado a votar en conciencia si aprueba o rechaza los que hicieron los constituyentes. Me encantaría que el texto dé el ancho para que una abrumadora mayoría la apruebe. Que eso ocurra, depende mucho de la Convención y de su capacidad de escucha al país, incluidas las encuestas.