La buena literatura vislumbra e interpela, posiblemente desde los ámbitos menos conscientes del proceso creativo, aspectos que el poder quiere ocultar o manipular. “Como polvo en el viento” (Tusquets, 2020), la reciente novela del cubano Leonardo Padura, ilumina algunos de esos lugares, de un país y una historia que atraviesa toda la sensibilidad de la izquierda latinoamericana, sus aciertos y sus fracasos.
Cuando leía las últimas cuarenta páginas de las más de seiscientas que tiene la última novela de Leonardo Padura, la noticia del día en los medios y en las redes eran las masivas manifestaciones de protesta que habían ocurrido en varias ciudades de Cuba, desafiando de alguna forma el sistema de control y disciplinamiento social que opera rigurosamente en ese país.
Esta sincronía no es un recurso literario: ocurrió tal como lo cuento. Yo ya había decidido marcar en mi columna estas páginas. Lo sucedido solo lo reafirmó. Y, parodiando las recomendaciones literarias que recibí y seguí al pie de la letra en mis primeros tiempos de joven militante comunista (Así se templó el acero y La base, novelas emblemáticas), creo que los libros de este escritor cubano, que
nunca ha abandonado su barrio de Matilla y tiene la edad de la revolución, debiera estar como lectura obligatoria de cualquier persona que hoy se sienta inspirado por las ideas de cambio social. Me atrevería a decir, además, que sería lectura imprescindible para los más jóvenes, aquellos que se ubican en los cuarenta o menos.
¿Por qué me atrevo a marcar estas páginas? Esta novela cuenta la historia de una generación criada en la revolución, en la mística fidelista, en la adoración del Che Guevara y de la creación del hombre nuevo. La novela cuenta la historia de un grupo de amigos que descubre su amistad en los tiempos del Instituto preuniversitario (equivale a la formación de enseñanza media nuestra, con vistas a la universidad), que viven los comienzos de los años noventa (período especial) cuando enfrentan los primeros desafíos adultos (amores, familia, profesiones, proyectos personales) y que, lentamente van realizando sus opciones de vida, la mayoría de las cuales los conduce al exilio, más o menos legal. Están también los que perseveran y permanecen. Y los hijos de estos, que hacen sus vidas en otros países e intentan descubrir su identidad (nuestros exiliados deben entender bien esas vivencias). Las historias son, al fin y al cabo, bastante triviales o, mejor dicho, no muy distintas a las que podrían experimentarse en cualquier lugar del mundo. Una ingeniera que tiene su empleo suspendido porque la fábrica donde trabaja no tiene energía para operar; un investigador cuya plaza para hacer estudios de doctorado, cuando era el mejor alumno de su promoción, se la dan a un hijo o hija de “Alguien” importante; un diseñador cuyo trabajo va disminuyendo progresivamente (hay crisis de papel) pero que su principal temor es el posible castigo por ser gay. En fin, otro tipo brillante que lo pierde todo a causa de su alcoholismo. Lo interesante es que todo esto es parte de la cotidianeidad, de lo normalizado, diríamos hoy. Es decir, aquello que no se discute, de lo cual no se habla en voz alta, lo que es propio del día a día y del peligro.
Este espacio se construye en un tejido de relaciones donde lo terrible ocurre como natural y se sume en el silencio, así como los personajes despliegan una vitalidad y creatividad a prueba de frustraciones. Todos “resuelven”, como dicen en Cuba. Todos tienen un amigo que conoce a un amigo que trabaja en una empresa estatal, donde se consigue lo que se necesite y por lo cual no se pregunta. Los ingenieros venden hortalizas cultivadas en la casa, los niños y adolescentes participan de la economía familiar en formas que, con una mirada estricta, podría ser fronteriza al trabajo infantil. Y todo esto regado de una alegría que emerge en múltiples momentos, que construye los lazos afectivos, que se regocija en el placer de los cuerpos y de la vida, mientras coquetean con creencias en divinidades ancestrales que deben tratarse con cautela porque contravienen las verdades del materialismo histórico. Hace muchas décadas (debe haber sido en los setenta) en Chile se proyectó el film soviético “Fascismo corriente”, un documental estremecedor donde se representaba la cotidianeidad del mundo creado por el fascismo. Esta novela podría leerse como una especie de “comunismo o socialismo latinoamericano corriente”.
Uno de los ejes claves de la novela es el período especial. En ese momento se hizo evidente el carácter subsidiado de la economía cubana. Desaparece la Unión Soviética y se acaban los apoyos, y la sociedad debe afrontar la realidad. El bienestar alcanzado en ese momento tenía mucho de una mentira sostenida por las transferencias que los países socialistas hacían a Cuba. Clara, una de las protagonistas de esta historia, la que no quiere abandonar su país, porque es el suyo y ahí tiene su propio caracol, caminando por su barrio piensa que “se encontraba en un mundo cada vez más hostil, como si se hubiera decretado un estado de emergencia permanente. En los años de 1990, los más tétricos del llamado Período Especial, cuando faltó todo y la lucha cotidiana casi se redujo a la agónica obtención de lo que apareciera para atravesar el día, la gente se empeñó en esa guerra por la subsistencia o se dejó arrasar por la desidia” (575). Este es el escenario a treinta años de la revolución, donde la mística revolucionaria todavía ejercía un rol, pero donde ya se filtraba la desilusión. Cuando los personajes se acercan a sus sesenta años, la edad de la revolución, queda muy poco de todo aquello. Pasadas tres décadas, la misma Clara presiente “el inicio de su vejez y de su caída definitiva en el pozo sin fondo que la Historia real y el destino les habían deparado” (578).
Esta es una novela desolada, donde la historia social, guiada por los grandes discursos, arrasa con las pequeñas biografías de quienes no tuvieron la suerte de estar en la cresta de la ola. Cuando hoy muchos y muchas cubanas salen a las calles, y lo hacen desafiando un estado de carácter policial, creo que mucho dice relación con este mundo que privilegia las grandes ideas, a pesar de que las pequeñas realidades las desmientan. Las sociedades estamentarias (y los fueron y son todas las que se constituyeron al alero de las revoluciones del siglo XX) terminan inevitablemente constriñendo la libertad. Para quienes aspiramos a un mundo mejor, este es un tema a reflexionar. Y esta novela de Padura, así como sus otros textos, nos ayudan a entender.