Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. El arte proletario y la caída del comunismo.

por La Nueva Mirada

Tenía una deuda pendiente con el escritor inglés, Julian Barnes. Me propuse leer hace ya algunas décadas su novela El loro de Flaubert que entre sus pergaminos traía el hecho de haber sido finalista en el Premio Man Booker. Mi lectura fue un fracaso. No logré entrar en su mundo y la dejé a mitad de camino y, de paso, Barnes quedó al margen de mis preferencias. Acabo de terminar una de sus últimas novelas y me reconcilio plenamente con él.

El ruido del tiempo (Anagrama, 2016) es el título de la novela, un relato que entra claramente en la categoría de biografía ficcionada. Se trata de una muy fina selección de algunos de los episodios más críticos en la vida artística del músico soviético Dimitri Shostakóvic (1906 – 1972), quien, según Stephen Johnson, crítico musical norteamericano, sería el “más trascendental del siglo XX, por encima de Schönberg y Stravinsky”. Todos los antecedentes indican que se trató de un compositor importante. Varias óperas, sinfonías, canciones, himnos. Una vida azarosa como buen protagonista de una historia que lo pilló de sorpresa y se lo llevó por delante. Él amaba la música y dedicarse a ella y a su familia, era su máximo deseo. Sin embargo, tuvo la mala suerte de que algunas de sus obras fueron muy populares y, en particular una de ellas, que había sido ampliamente alabada por la crítica, llamó la atención de Stalin, quien asistió junto a algunos otros miembros del politburó a verla, y le produjo tal desagrado que se retiró a mitad de la función. La consecuencia fue la publicación en el diario Pravda de una crítica demoledora: se decía que su sonido “graznaba y gruñía y resoplaba”, que “su carácter ´nervioso, compulsivo y espasmódico´ procedía del jazz; que el chillido había sustituido al canto”. Y ciertamente, este hecho no fue inocuo, sino que tuvo consecuencias. De la crítica propiamente musical, nacida de los oídos y el gusto musical de tres dirigentes políticos comunistas y proletarios, ninguno de ellos especializado en la música y, ni mucho menos, grandes autores o compositores o, simplemente críticos, se pasa a una descalificación personal e ideológica: “Es evidente que [Shostakóvic] nunca ha  considerado el problema de lo que el público soviético busca en la música y espera de ella” y se supone que “es obvio el peligro que esta tendencia supone para la música soviética”. El músico dejó de ser interpretado, lo expulsaron de la Unión de Compositores y quedó expuesto a ser considerado un enemigo de la revolución, lo que podía significarle la muerte.

Es este el momento en que Julian Barnes desencadena el relato y, más allá de lo puramente biográfico (que hay mucho y bien documentado), la historia se trasforma en una mirada crítica a las relaciones entre el poder y el arte en sociedades dictatoriales y totalitarias.  La vida de este músico va develando, paso a paso, todo lo abyecto de la dictadura comunista en la Unión Soviética que, al amparo de una mirada superior, supeditaba toda la vida social e individual a los intereses, o sea, sus intereses, la razón política. De hecho, Shostakóvic será reivindicado y nuevamente prohibido y castigado varias veces a lo largo de su vida. Los funcionarios del aparato cultural, que son funcionarios del partido en el poder, administran la vida y milagros de los artistas, quienes solo pueden optar al mantenimiento de sus vidas y sus carreras en la medida de que se ajustan a las demandas de los funcionarios que responden al poder. Si lo pusiéramos en términos de nuestro país, sería algo así como que todos los artistas (escritores, músicos, cineastas, pintores, etc.) dependiéramos para nuestra subsistencia y desarrollo profesional, de la voluntad del Ministerio de las Culturas

La novela, escrita con agilidad y una capacidad de síntesis notable, profundiza en estas relaciones, en el impacto en la vida privada del músico, de los vaivenes de su posición en los aparatos oficiales de la cultura y el partido. Es a través de estos eventos que, al mismo tiempo, va emergiendo una imagen de la figura del músico, del sentido que el arte tiene para su vida, y lo complejo de compatibilizar aquello con intereses que están más allá de la actividad artística. A veces debe negociar con el poder, a veces humillarse, a veces escapar, a veces resistir, que sería posiblemente lo más digno pero lo más peligroso. Al final, se trata de una persona enfrentada a un Estado que lo controla todo. El lector, entonces, vacilará entre la sorpresa de lo sucedido y cierta pusilanimidad del personaje. Shostakóvic se sabe débil y no tiene herramientas para enfrentarse al poder. Apenas se propondrá la supervivencia.

Triste y desgarradora historia. La pregunta que subyace es cómo fue posible que la aberración de un estado totalitario, tan ajena a los ideales que inspiran las revoluciones, haya podido sostenerse por tantas décadas y cómo, todavía, hay quienes sienten nostalgia por esos tiempos. Leyendo esta novela, uno da gracias de no vivir más en dictaduras. Aunque la ilusión de disponer de todo el poder siempre anda rondando en las cercanías del arte.

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