Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. La magia de los números.

por La Nueva Mirada

Veinticuatro horas antes del plebiscito, un amigo me aseguró que el resultado sería 60 a 40. Por cierto, apostaba al apruebo. Había estado en la manifestación del cierre de campaña y viendo la multitud en la calle, se le despejaron todas las dudas. El domingo a las 20 horas, luego de la infaltable ejemplar jornada electoral, los números imponían un duro aterrizaje a la realidad. De paso, si alguien quiere escuchar con un mínimo de objetividad, varias polémicas quedaron zanjadas.

Si en octubre del 2020, el plebiscito de entrada al proceso constituyente zanjó la discusión respecto de si los chilenos queríamos una nueva constitución generada democráticamente, la votación de este domingo resolvió otra discusión que nos tenía de cabeza desde hace un par de años: si bien queremos una nueva constitución, no queremos cualquiera. Al menos, no queremos una que, en vez de buscar y fijar los mínimos comunes para que la gran mayoría se sienta representada por ella, optó por consagrar las diferencias y privilegiar los derechos identitarios por sobre los comunitarios. El resultado –que haya ganado el rechazo- era predecible, aunque, hay que reconocerlo, no por la diferencia final. Si cada grupo se la jugó por consagrar el máximo de sus aspiraciones, era fácil encontrar, por aquí o por allá, algo que hiciera imbancable aprobarla. Se sumaron las diferencias en la elaboración del texto constitucional, y se sumaron los afectados. El resultado, la gran mayoría rechazó la propuesta de la convención.

Algunos querrán creer –y argumentarán- que la maledicencia de la derecha, las fake news constitucionales y las millonarias campañas en medios de comunicación completamente alineados con el gran capital, determinaron la derrota del apruebo. ¿Qué significa este argumento? ¿Qué los varios millones de votos del rechazo, que excedieron por mucho las votaciones históricas de la derecha, pertenecen a una manga de chilenos y chilenas bobalicones, ignorantes y fáciles de engañar, incapaces de capturar las bondades y vanguardismos de la propuesta de los convencionales? No, este argumento es una forma de no mirar. En la televisión, el medio masivo de mayor impacto, hubo tanta presencia de quienes estaban por el apruebo como por quienes apoyaban el rechazo. A lo mejor, unos puntos más o menos para uno u otro. Pero nunca una diferencia tan abrumadora como para explicar el volumen de las cifras. No pareciera ir por ahí la explicación.

Hay que mirar los números y pensar en el tipo de país que las chilenas y chilenos estaban dispuestos a soñar. Si pensamos que hace unos pocos años tuvimos una consulta municipal –liderada por alcaldes de los más diversos signos políticos- donde la inmensa mayoría afirmaba la necesidad de tener derechos sociales garantizados por el estado, una democracia más participativa, un sistema político que funcionara y una efectiva regionalización, todos elementos que estaban en la propuesta que se votó el domingo (menos lo del sistema político que resultó muy intrincado), cuesta explicarse el nivel de rechazo. Había algo más, entonces, en el texto de los convencionales, que excedía los intereses de la mayoría de los chilenos. Un análisis preliminar de las cifras indicaría que, en aquellos territorios que debieran haber sido favorecidos por las normas constitucionales propuestas, habría arrasado el rechazo. ¿Sería que la mayoría de los pueblos originarios quieren ser reconocidos en su dignidad y derechos, pero que no quieren ser una nación autónoma? ¿O bien que el tema de los derechos de agua para muchos debía permanecer para garantizar sus actividades productivas y, con ellas, el sustento? ¿A lo mejor la eliminación del estado de excepción constitucional fue visto como un debilitamiento del estado frente a las posibilidades de insurgencia violenta, como las vividas en octubre o, actualmente en el sur o en las fronteras del norte?

Ciertamente, es difícil identificar con exactitud cuáles fueron las variables que determinaron las preferencias de nuestro electorado. Y esto, por una razón muy simple: las razones son muchas y no todas están directamente asociadas al texto mismo. Quizás, más allá de lo explícito, hay un cierto ethos que emanó de la propuesta constitucional, que no les hizo sentido a las grandes mayorías. Y este ethos se construyó no solo con palabras, sino que también con gestos. Veo en el hálito rupturista y en el sentido refundacional que la convención imprimió a su actuar, ese gesto desafiante hacia la capacidad de tolerancia a los cambios de la mayoría. Los casos emblemáticos los puso la convención y los medios los amplificaron, es verdad. ¿Quién es responsable, entonces? ¿Los medios o los convencionales? ¿El chancho o el que le da el afrecho? El sentido republicano se perdió en muchos momentos del trabajo de la convención. Hubo peticiones apoyadas con muchas firmas de ciudadanos que ni siquiera fueron atendidas. Se basureó a los expresidentes –todos elegidos democráticamente. Se tomaron todas las distancias posibles respecto del “poder constituido”, incluyendo a los partidos políticos que, prácticamente, desparecieron de la propuesta constitucional. Así era difícil construir el espacio para aunar mayorías. Recuerdo lo que le oí a la presidenta de la convención, María Elisa Quinteros, en un programa de televisión. Allí afirmó que, si el texto constitucional era aprobado por el 50% más uno de los votos, para ella era un éxito. La frase habla por sí sola: en su imaginación no estaba la mayoría. No le interesaba, no estaba pensando en cómo satisfacer esa mayoría.

         Este proceso me trajo a la memoria, necesariamente, lo que fue el gobierno popular. ¡Cuánto maximalismo revolucionario en esos años! ¡Cuántos gestos que, en vez de sumar voluntades, restaban! Todos sabíamos que la derecha conspiraba incluso desde antes de las elecciones del 70. Pero nos quisimos pasar de vivos y hacerla cortita: imponer el modelo socialista, aunque no fuésemos mayoría. No pudimos construir un sentido común aplastante (como el de este domingo) que se opusiera al golpe de estado. No pudimos ni nos interesaba. Como le pasó a la convención que, aunque tuvo tempranamente las señales de que la ruta emprendida restaba apoyos más que sumaba, se empecinó en llevarla adelante.

No estaba el horno para bollos, habría dicho alguna abuela. De verdad, no necesitábamos una ruptura sino una reconstrucción, donde mantener aquellas cosas que nos unen como nación y modernizar y democratizar aquello que dejó anquilosado la constitución de la dictadura. No era, tal vez, tan difícil. Claro, a la luz enceguecedora de los números, es fácil decirlo. Hubo quienes lo advirtieron antes, es verdad y hay que reconocerlo. Pero ahora, solo nos queda seguir la línea trazada por el presidente, al llamar a continuar el proceso constituyente, pidiéndonos un proceso en que “el maximalismo, la violencia y la intolerancia con quien piensa distinto deben quedar definitivamente a un lado”

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2 comments

Silvia Yermani septiembre 9, 2022 - 7:28 pm

Muy concreto y claro el análisis de la derrota.

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Julio Pitters septiembre 9, 2022 - 8:40 pm

Querido amigo, el poder debe ser ,creo, un alimento desmesurado y obtetenerlo,una religión
Para que?
Nada de lo que me dicen me sirve
Un afectuosos abrazo, leo con placer tus columnas

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