Dos páginas se concertaron en mi horizonte esta semana y, a través de ellas, se fue articulando un tema que, generado desde dos lugares muy distintos, permiten vislumbrar la sombra de uno de los ensayos más notables del viejo Michel de Montaigne (Ensayos, S. XVI): “De los caníbales”.
Mi semana transcurrió, sin propósito, entre dos lecturas: una audiovisual y la otra, literaria. Se me colaron estos dos relatos mientras en mi curso semestral le dábamos una hojeada a algunos ensayos de Michel de Montaigne. De alguna forma, mientras avanzaba en mis tareas, se me fue colando un cierto hilo conductor que, desde una perspectiva holística, trazaba una relación de sentido entre los tres textos.
El audiovisual es Years & Years, una miniserie de televisión inglesa producida el 2019 por la BBC y HBO, con un elenco de notables actores británicos, encabezados por Emma Thompson. La historia –construida bajo la fórmula de la anticipación- arranca desde el momento en que una reunión familiar es interrumpida por un hecho extraordinario: el bombardeo de una isla china, con una bomba atómica norteamericana. Este acontecimiento –que podemos leer como análogo a los efectos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki- desencadena toda una serie de procesos que irán avanzando en, a lo menos, unos quince años, durante los cuales se fractura todo el sistema de creencias y certidumbres de la familia Lyons, destruyendo sus vidas. El “día del evento” queda, de esta forma, señalado como la referencia entre un antes y un después que tiene todas las señas de una distopía. La crisis ha hecho que se desaten todos los mecanismos de una sociedad presa de la ambición, centrada en la productividad basada en las nuevas tecnologías y su consecuente desplazamiento de los humanos más antiguos que pierden sus trabajos y deben refugiarse en los sectores económicos más primarios, como vender hamburguesas en carritos de calle o hacer repartos para una gran agencia de comercio virtual, recorriendo toda la ciudad en bicicleta, sin días de descanso, bajo la fórmula “hora trabajada, hora mal pagada”. Todo esto en una sociedad que se pretende políticamente correcta, pero que, bajo la apariencia de la afirmación de las diferencias, se deja arrastrar al populismo xenófobo de una lideresa carismática, que llegará a la cúspide del poder a través de mensajes al límite del fascismo y sustentada en todo tipo de verdades falsas.
Vista de esta perspectiva, la serie aparece como una profunda problematización de nuestro proceso de ajuste hacia el pensamiento políticamente correcto que, bajo la norma de lo que hoy ya no se puede decir, hacer o ser, esconde un sustrato muy arcaico de difícil remoción. De esta forma, bajo la apariencia de lo súper democrático se esconde un totalitarismo abrumador, y bajo la sensibilidad híper progresista y tolerante, flota una actitud brutalmente discriminadora y totalizante. Sin duda, la serie nos confronta con todas las dificultades implícitas en los intentos de establecer lo políticamente correcto desde una acción, solapada o franca, de carácter coercitivo.
Y, desde un ámbito y un tiempo histórico muy distintos, las Crónicas haitianas (elpensador.io, 2022) de la economista – escritora Mariana Schkolnik, parecieran llevarnos hacia la misma reflexión. La autora, economista de larga trayectoria que llegó a ser la directora del INE durante el segundo gobierno de Bachelet, estuvo dos años trabajando en Haití, como parte del contingente de la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), que la ONU envió para asistir a la reconstrucción del país después del terremoto del año 2010. De esa experiencia, Schkolnik rescata una inquietante mirada acerca de los fenómenos culturales asociados al encuentro de una cultura cosmopolita, dominada desde la perspectiva occidental, con otra cultura, lejana, ancestral, resistente al cambio y expoliada por siglos de dominación colonial (francesa, primero; norteamericana, después) y décadas de dictaduras gestionadas por la familia Duvalier (Papa Doc) y un grupo de pequeños clanes que se enriquecieron a costa de una de las pobrezas más descarnadas de nuestro tiempo. Que Haití es un “estado fallido”, es una frase que escuchamos con frecuencia y que solemos repetir. La gracia de las crónicas de este libro es que esta frase deja de serlo y se transforma en la realidad transfigurada por un mirada alerta y sorprendida de la narradora (que mayoritariamente habla desde un alter ego, Camila, y que a veces les deja la palabra a otras voces).
Al igual que en Years & Years, la realidad y los dispositivos para entenderla se han quebrado. La narradora lo reconoce desde el primer momento y va, lenta pero implacablemente, relevando las diferencias entre el prurito civilizador de la misión de la ONU, de la que forma parte, y la realidad profunda conque un pueblo indescifrable sufre, soporta o goza su propia miseria. En más de algún momento, Mariana Schkolnik nos advierte: “A los pocos días empecé a sentir angustia al pasar por esas calles y esa sensación de sequedad… incluso en Log Base, donde el sol caía implacable apenas salíamos de nuestra oficina”. La sensación de irrealidad entre el despliegue de confort asociado a los funcionarios internacionales en terreno, que constituyen un mundo paralelo respecto de los propios haitianos, la certeza de que no hay posibilidad de traspasar los códigos culturales, abruman a la narradora. Se pregunta si acaso estaba en el futuro, o sea, en “un mundo sin agua, ni vegetación, gente desalentada y andrajosa, solo autos, camiones, petróleo y militares armados”. Es interesante la simetría del desamparo de los personajes que muestra la serie y este libro de crónicas: mientras en la primera, es el despliegue de las nuevas tecnologías que alteran los lenguajes entre quienes nacen con ellas y quienes las tienen que adoptar, las que en un futuro hipotético dejan a los hombres y mujeres en una situación desvalida, en el Haití que nos retrata Schkolnik, ese futuro depredado y despiadado, es la realidad antigua de una sociedad que fue desmantelada en lo económico y en el alma, por la colonización occidental.
Revisando estas dos historias –una que proyecta nuestra realidad hacia una catástrofe y la otra que se asoma como testigo de una hecatombe histórica consumada-, no dejo de conectarlas con un problema propio de la naturaleza del desarrollo de occidente, que el ensayista Miche de Montaigne ya avizora en el siglo XVI: “Lo cierto es que no tenemos más criterios sobre la verdad y la razón que los ejemplos que observamos y las ideas y usos del país donde estamos. Allí se encuentra siempre la religión perfecta, el gobierno perfecto, el uso perfecto e incomparable de todas las cosas” (Ensayos, Michel de Montaigne. Ediciones Tácitas, 2020). A pesar de que hemos ganado mucho en la conciencia de que hay un “otro” en nuestra experiencia que no tiene por qué funcionar con los mismos cánones nuestros, esto sigue siendo un tema a resolver. Y eso lo lograremos no por imposición, sino que por seducción. Entonces, debemos ser quienes propugnamos la diversidad como valor, los primeros en reconocer que, como decía Montaigne, “Se ve que no es conveniente adoptar las opiniones corrientes, y que se debe juzgarlas según la razón y no con ideas preconcebidas”.