Sería fácil decir que votaré por Boric para no hacerlo por Kast. Pero la decisión es más compleja y estoy seguro de que hay varias otras buenas razones para hacerlo.
Las elecciones del 19 de diciembre me han puesto frente a una nueva experiencia. Desde que recuperamos la democracia y nuevamente comenzamos a votar con regularidad, nunca me había tocado estar en la situación de llegar a una segunda vuelta y que mi candidato inicial no estuviera en la papeleta. Sé que a muchas amigas y amigos les tocó vivir esto con anterioridad y, la verdad, nunca me detuve a pensar cómo sería enfrentar una situación de este tipo. En mis tiempos de militante comunista (de eso ya van varias décadas atrás), teníamos una fórmula que era infalible: “lo importante es saber cuál es el enemigo principal”, lo que entonces solía resumirse en el concepto de imperialismo y que, luego de la instalación de la dictadura, pasó a ser fascismo, para derivar al neoliberalismo. Si bien esto parece una reducción simplona, en realidad, para los efectos de una segunda vuelta, resulta del todo pertinente.
Aunque, debo decirlo, hace ya mucho tiempo que dejé de mirar la política como un ejercicio de amigos y enemigos, la disyuntiva actual nos enfrenta a dos miradas que tienen que ver con esta reducción. Voy a votar por Boric porque, ha sabido precisamente distinguir la diferencia entre sostener principios y convicciones a cualquier precio, y la necesidad de construir espacios políticos donde las diferencias se puedan procesar como adversarios y no como enemigos, apelando al ejercicio democrático más básico, las votaciones. Esto lo demostró en forma dramática y con costos políticos al interior de su propia coalición, al suscribir el acuerdo del 15 de noviembre, que permitió al país avanzar hacia una salida de la crisis social y política que derivó en el estallido social. Ese momento fue, sobre todo, un gran homenaje a la política. Incluso más, me atrevería a decir que fue el último gran gesto de la política. Esa gran negociación entre fuerzas políticas muchas veces antagónicas permitió instalar una Convención constituyente que –esperamos- amplíe los espacios democráticos y destrabe las amarras del sistema político que dejó instaladas la dictadura. Este liderazgo no lo tiene Kast, que todavía juega en el escenario de amigos y enemigos, y que busca encabezar un proceso de fuerte retroceso en las conquistas democráticas, sociales y culturales que se ganaron bajo los gobiernos progresistas de las últimas décadas.
Entonces, tengo una primera gran razón para apoyar a Boric: defender los logros de décadas de política progresista en Chile, amenazados efectivamente por el liderazgo de Kast. Pero no es la única razón. En su columna de este domingo, Ernesto Ottone sugería restarle dramatismo a esta segunda vuelta, en el sentido –según entiendo- de que no estamos frente al fascismo y que, de perder Boric en la segunda vuelta, el país se retrotraería a los años setenta y ochenta. Según Ottone, “Los extremos políticos se vuelven peligrosos para el sistema democrático cuando se fortalecen demasiado y de manera unilateral, sintiéndose la encarnación de la voluntad del pueblo, poseedores de la verdad única y líderes indiscutidos. Pero esas condiciones no se dan en el Chile de hoy. Ninguno de los dos candidatos que disputan la presidencia aparece con una fuerza arrolladora y por lo tanto están obligados a trabajar “humildemente”, como lo han repetido sin cesar para ampliar sus influencias hacia quienes no se sienten representados por ellos”. Esta es una lectura válida de lo que fueron los resultados finales de la reciente elección, atendiendo a dos efectos: uno, que ninguno de los dos candidatos tuvo un resultado abrumador; y que las fuerzas políticas en el Parlamento quedaron bastante dispersas, de modo que es difícil imaginar un futuro gobierno que pueda ser exitoso sin que esté dispuesto a buscar acuerdos, morigerar los objetivos más radicales y construir mayorías sólidas para respaldar sus políticas.
Pero más allá de la circunstancia específica asociada a la correlación de fuerzas políticas en el país, hay un tema más de fondo y que dice relación con la creación de condiciones necesarias para realizar las transformaciones más importantes que nuestro país requiere. Hay un espacio de consenso muy amplio respecto a la urgencia de avanzar en los cambios de los sistemas de salud, previsión social, educación pública y cuidado del medio ambiente, así como también hay conciencia de que el actual modelo económico está agotado y es necesario reformarlo. Nada de esto será viable sin que ese consenso se exprese en mayorías políticas consistentes. Y estas, creo, no se alcanzan desde la sustentación de los objetivos máximos, sino de la búsqueda de los mínimos comunes. De alguna forma, se nos instala nuevamente el dilema entre “avanzar sin transar” o “en la medida de lo posible”. Dicho de otra forma, se trata de elegir entre un proceso transformador progresivo o uno disruptivo. En una entrevista que el historiador Alfredo Riquelme dio a The Clinic hace algunos días, afirma que, durante estas semanas iniciales de campaña para la segunda vuelta, el candidato de Apruebo Dignidad “ha establecido lo que podríamos llamar la “doctrina Boric” respecto a la imprescindible amplitud de las alianzas no sólo para ganar estas elecciones, sino para hacer realidad el proyecto de cambios que encabeza, al afirmar que ´(…) para realizar grandes transformaciones se requiere de grandes acuerdos que corrijan las injusticias del presente sin renegar de los avances del pasado (…)´ [Carta al PDC]”. Esta visión política del candidato se estaría materializando, según Riquelme, en “la incorporación a su equipo programático de expertos provenientes del ámbito de la centroizquierda”, en las diferentes esperas del proyecto transformador.
De esta forma, quiero creer, Boric nos invitaría a un proceso integrador de diferencias con un horizonte de cambios. Este esfuerzo, me parece, supone superar lo que Alfredo Riquelme señalaba, en el sentido de que “la expectativa abierta en octubre de 2019 de lograr un cambio histórico mediante una especie de “revuelta permanente”, y a la visión desde julio de este año de la Convención Constitucional como representación de un “poder popular” antagónico hacia los “poderes constituidos”, ha dejado de ser viable, ya que ha ido generando una reacción que, ciertamente, está en la base de lo que fue la votación de Kast. Su apelación al orden a cualquier precio, su nostalgia de los tiempos pinochetistas y el miedo al fantasmagórico “comunismo”, todavía resuenan en sectores importantes del país. Si como señala Riquelme en la entrevista que hemos mencionado, “La crisis de gobernabilidad democrática y la crispación política que se ha prolongado por dos años, en medio además de una agobiante pandemia y un exasperante incremento de la inseguridad, inclinaron ya hacia el candidato presidencial de la extrema derecha y su oferta de orden a cualquier precio, a un porcentaje de electores que le permitió lograr la primera mayoría en la primera vuelta presidencial”, se hace completamente necesario fortalecer el discurso que apunta a responder a los temas más acuciantes de la ciudadanía, entre los cuales está la seguridad y el orden, claramente afectados por una violencia que, aunque siendo muy diversa, se ha instalado como natural e, incluso, en algunos casos asumida como necesaria.
Si Riquelme tiene razón y Boric logra situarse como “un liderazgo articulador entre la izquierda y la centroizquierda”, entonces tendremos una posibilidad de avanzar hacia los cambios que tal parece todos queremos. Ese liderazgo me interesa. Por eso, apostaré por Boric.