La derecha desató la campaña del miedo. Con mentiras, viejas consignas, conceptos añejos. Por supuesto, poniendo al PC (una especie de entelequia diabólica sin correlato con la realidad) en el centro de los argumentos. Pero todo ello no tiene fundamento, más allá del visceral miedo a perder sus privilegios.
La próxima elección presidencial –segunda vuelta- se ha estado jugando en un territorio sucio: el del miedo. ¿Temor a los cambios? No, no es ese el miedo. ¿Temor a perder la libertad? Tampoco, ese no es el miedo. ¿Temor a la destrucción de la democracia? Ni mucho menos. Nada de eso es así, pero los principales mensajes de la candidatura de Kast apuntan a generar miedo en los votantes. Creo no recordar mensajes tan intensos, arcaicos y mentirosos desde la campaña del “Sí”, en el Plebiscito del 88. Desde el mundo de la izquierda, aunque mucho menos, también se han oído discursos del miedo: volver a la dictadura, poner fin a las libertades individuales, volver a castigar o seguir castigando a las mujeres. En ambos discursos, pareciera haber una profunda desconfianza de las convicciones propias, al punto de necesitar construir un enemigo fantasmagórico para que el miedo movilice a la ciudadanía.
En las últimas dos semanas, sobre todo desde la derecha, se ha intentado dibujar un escenario político binario. Libertad individual versus opresión estatista, democracia versus dictadura, sentido patriótico versus antipatriotas. Y varias otras oposiciones de este tipo, tratando de comunicar que Chile se encuentra frente a un riesgo de caer en un despeñadero sin vuelta atrás. Se juega con la imagen de Venezuela, de la drogadicción, de los atentados incendiarios, de la toma de las calles, proponiendo una lectura falaz: si Boric gana la elección, este sería el destino inevitable del país.
Uno de los argumentos centrales de la derecha para sustentar esta lectura es la presencia del PC como uno de los actores claves de la coalición “Apruebo dignidad”. En el algún rinconcito del imaginario derechista, se busca recurrir al viejo ideario anticomunista de la guerra fría. Pero hay una falsedad de fondo en este discurso. Más allá de las posiciones políticas que ha sostenido el PC a lo largo de su historia, especialmente en el ámbito de los alineamientos propios del siglo XX, ha sido un partido político que, desde sus orígenes, ha tenido un compromiso importante con la vida democrática de Chile. Tanto así, que su principal estrategia política durante la mayor parte de su historia fue la de realizar los cambios estructurales del país en el marco de la democracia. Este fue el compromiso que asumió el año 70, cuando fue gobierno con Salvador Allende, y lo había sido durante la alianza con González Videla, y lo fue durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Independiente de que el PC tenga alineamientos con países donde la democracia tiene dudoso valor, hay pocos partidos políticos en Chile que puedan mostrar una conducta histórica de respaldo a la democracia más fuerte que la del Partido Comunista.
Quienes hoy irán a las urnas deben saber que este partido con el cual se intenta atemorizar a los votantes, solo en una oportunidad se ha comprometido con una política insurreccional y fue para confrontar a la dictadura que, cuando se instala dicha política, ya había asesinado a más de 3.000 chilenos, hecho desaparecer a más de mil personas después de horribles torturas, encarcelado y desterrado a decenas de miles, prohibido el funcionamiento de los partidos políticos, cerrado el parlamento y cooptado los tribunales de justicia (perdonen si no soy exhaustivo para relatar lo que fue la dictadura en Chile; intento solo una síntesis). Y, en cuanto el curso político de los acontecimientos derivó hacia una solución pactada para el retorno a la democracia, por la cual la ciudadanía se expresó mayoritariamente el 5 de octubre de 1988, se sumó a las nuevas condiciones con pleno respeto de sus reglas.
Entonces, no es sostenible reinventar el ogro del comunismo. Ni tampoco hoy es un peligro inminente que los sectores más ideológicos y fundamentalistas del FA puedan monopolizar un futuro gobierno de Boric, al punto de imponer sus proyectos partidarios más allá de la actual realidad política. Y esa realidad política, tal como lo ha comprendido muy bien Boric, es que el verdadero riesgo para la inestabilidad del país es el atrincheramiento en las posiciones extremas. Por eso, sus discursos han sido tan insistentes en la idea de que, en definitiva, lo que garantiza un gobierno de futuro para Chile, es un liderazgo con capacidad de diálogo verdadero, unificador de fuerzas que buscan cambios sociales y económicos significativos, con la finalidad de construir una sociedad más justa y más acogedora para las mayorías. El escenario político post electoral, con las fuerzas políticas tal como están, obligan a entender esta realidad. Y en ese sentido, Boric aparece como mucho más idóneo que Kast para ejercer un liderazgo de este tipo.
Entonces, más allá de las pequeñas ventajas electorales que se puedan esperar de una política basada en el miedo, ¿cuál es el verdadero temor que mueve a la derecha? Es el pánico a la derrota, a la posibilidad de perder el veto que desde hace décadas ejerce sobre la sociedad chilena, a tener que vivir en el diálogo y la negociación en igualdad de condiciones, sin tener el sartén por el mango. La derecha dura, aquella que tiene nostalgia de Pinochet y el mundo conservador y oprimido en que nos movimos durante los años de la dictadura, tiene miedo de perder sus privilegios, no los económicos que esos difícilmente estarán en juego, sino los políticos.
Por lo tanto, no es trivial la elección de este domingo. Tampoco es el Apocalipsis. Pero como dijo la presidenta Bachelet, no da lo mismo quien gobierne, sobre todo para defender y profundizar las libertades y derechos que nos tomó treinta años construir.
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Excelente!
Excelente artículo