Una notable novela francesa que nos cuestiona acerca de nuestra relación con el amor, la vejez, la enfermedad y la muerte, develando trizaduras de nuestra propia concepción de progreso.
Aniquilación (Anagrama, 2022), la última novela del francés Michel Houellebecq, es una página que necesariamente hay que marcar. Siguiendo su propia tradición de escritor iconoclasta, especialmente de los textos y discursos que se anclan en lo políticamente correcto, nos propone una historia –o varias, más exactamente- que nos obligan a mirar con sentido crítico muchas de las verdades que, con más frecuencia de lo deseable, aceptamos sin ponerlas en entredicho. Esta novela es sobre el amor, la vejez, la enfermedad y la muerte. Es sobre la enfermedad de Edouard Raison, ex agente de la seguridad francesa, quien ha sufrido un accidente cerebro vascular y permanece en coma. Es sobre los efectos que este hecho ha generado en los hijos de Raison, dos hombres y una mujer que están en torno a los cincuenta años de vida, seres que arrastran historias de pareja muy disímiles y que se encuentran en situaciones existenciales también muy distintas. La enfermedad del padre, los cuidados que requerirá, los roles que cada uno podrá ejercer tensionan una historia familiar que, como toda buena familia, está hecha de afectos, distancias, silencios e incomprensiones. La novela irá desbrozando lentamente, casi como si fuera una realidad de segunda categoría, los conflictos y frustraciones de los tres hermanos Raison –Paul, Cecile y Aurelian-, el estado casi terminal en que se encuentran sus vidas. Poco a poco aparecerá el frío cordial y respetuoso de una relación conyugal donde el sexo desapareció hace una década; o la tremenda frustración de un marido que cada día ha ido tomando conciencia de que nunca ha sido amado; o la evidencia absoluta de que la vida soñada de una pareja sin sobresaltos económicos y una estabilidad laboral a toda prueba, no es más que una quimera en medio de una sociedad que no se fija en las emociones ni en los sentimientos.
El mundo de Houellebecq, en general, se va armando desde una sana distancia del narrador hacia el mundo que observa y una buena cuota de cinismo. Esa mirada está presente, qué duda cabe. En este caso, el narrador está debidamente camuflado detrás de la mirada de Paul, el mayor de los hermanos. Son sus puntos de vista los que van configurando el sentido del relato. A medida que los hermanos comienzan a vislumbrar la verdadera realidad de las parejas a las cuales están atados, la reflexión se hace más cruda: “Lo que sucede dentro de una pareja es particular, no es susceptible de intervenciones ni comentarios, muy separado del resto de la existencia humana, diferente tanto dela vida en general como dela vida social común a muchos mamíferos, ni siquiera es comprensible a partir de la descendencia que la pareja haya podido engendrar, por último es una experiencia de otro orden, ni siquiera un experiencia propiamente dicha, una tentativa”. La experiencia amorosa cruza la vida de las personas, muchas veces las hace gloriosas y muchas otras, trágicas. Y los hombres y las mujeres se entregan a ellas como ciegos, con cero conciencia de lo que realmente transan y negocian. Sin embargo, ahí permanecen. Las buscan, las sufren, las gozan, y no las entienden. A pesar de todo, a diferencia de otras obras suyas, hay una oportunidad para el amor, aunque no sea más que un refugio frente a la muerte (lo que, en rigor, es mucho).
El amor como tema, en la novela, nace de la inminencia de la muerte y de la vejez, especialmente la no reconocida ni aceptada. Paul tiene un sueño al inicio del libro. Está viajando en un lujoso autocar a alta velocidad en una gran autopista norteamericana. De pronto, un pasajero – “el hombre moreno simbolizaba el Mal”, dice el narrador- se levanta y coge a un viejo que viajaba a su lado, y lo arrastra hasta lanzarlo al vacío. En el sueño, Paul comprende que esta escena se repetirá con cada pasajero, o sea, él incluido, y “justo antes de despertarse […] comprendió que el hombre moreno simbolizaba asimismo a Dios, y que como tal sus decisiones eran justas e inapelables.” La revelación del sueño anticipa la estructura de la historia: todos estamos sometidos a la arbitrariedad de la muerte. Puede que duremos más arriba del autocar (que seamos más viejos) pero llegaremos a ella. Esta es la realidad que se tensiona a lo largo de la vida de los personajes y se gatilla como toma de posición frente al estado de coma del padre. ¿Qué hacer? ¿Tenerlo en casa o en un lugar especializado? ¿Cuánto se necesita para acompañarlo? ¿O será mejor ponerlo en un descanso para el olvido? Cada una de estas preguntas se vuelven nudos más o menos ciegos para cada uno de los hijos y sus parejas. Y, como se señaló más arriba, cada pareja lo procesará de una forma única e incomprensible para los demás.
De alguna forma, la novela nos conduce a tomar conciencia de que la vida humana, en definitiva, “se compone de una sucesión de dificultades administrativas y técnicas, entrecortadas por problemas médicos; con la edad, prevalecen los aspectos médicos.” En este punto, mientras todo es normal, todo camina bien y la vida se hace aceptable. Pero de pronto, hay un veredicto médico que modifica la escena. La novela nos dice que “la vida cambia entonces por segunda vez y se convierte en un recorrido más o menos largo y doloroso hacia la muerte”.
En este plano, la novela se ha movido al interior de la historia de los personajes. Es un relato íntimo que nunca deja de ser observado y analizado por Paul con un ojo objetivo, pero, en definitiva, desde sus propios conflictos y subjetividades, los que están fuertemente marcadas por una sociedad que se desploma. Hay en el mundo una amenaza terrorista, que ya no es ideológica ni religiosa, que no tiene rostro ni emblemas, que no envía mensajes ni reivindica grandes luchas. Es un terrorismo silencioso que tanto amenaza digitalmente con la muerte del ministro de finanzas de Francia, como atenta contra grandes buques que trasladan contenedores chinos o naves que trasladan migrantes hacia Europa. El protagonista trabaja para el gobierno y se encuentra en medio del secreto incomprensible. La constatación inconfesable es que no hay modo de frenar el proceso de aniquilación social. Paul concluye que la “familia y vida conyugal eran los dos polos residuales alrededor de los cuales se organizaba la vida de los últimos occidentales en esta primera mitad del siglo XXI”.
La historia, al final, tendrá un cierto dejo conservador: “Nuestros actos heroicos o generosos, todos nuestros logros, lo que hemos llevado a cabo, nuestras obras, nada de esto posee ya ningún valor a juicio del mundo y, muy rápidamente, no lo posee”. Es difícil seguir avanzando si todas las fichas se ponen en lo que está más adelante. Ese pareciera ser el mensaje –si es que hay alguno- de esta novela: “devaluar el pasado y el presente en beneficio del futuro, devaluar lo real para preferir una virtualidad situada en un futuro incierto, son síntomas del nihilismo europeo”. Frente a nuestras circunstancias, debiéramos darle una vuelta a este libro porque, desde algún lugar, nos podría hacer sentido.