“Patas de perro”: el aullido de Carlos Droguett. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

Creo que no hay obra más desoladora en la literatura chilena que su novela “Patas de perro” (1968), la historia de Bobi, un niño de 13 años que posee extremidades caninas. Esta cualidad o más bien defecto hace que sea discriminado por la mayoría de la gente que no entiende de dónde pudo salir semejante engendro mitad animal, mitad humano. Bobi proviene de una familia muy pobre con un padre maltratador, alcohólico y una madre que no logra entenderlo. Así las cosas, llega a vivir a la casa de Carlos, un profesor que se preocupa por el niño, pero que no logra controlar su instinto animal y su condición de rareza de circo que hace que llame la atención de manera permanente.

Carlos Droguett (1912 – 1996), un extraordinario narrador chileno que obtuvo en 1970 el Premio Nacional de Literatura, que debería ser lectura obligatoria en los colegios y que actualmente vuelve a la luz en librerías con nuevas publicaciones recopiladas por su familia, recoge en “Patas de perro” la singular vida de Bobi a partir de la experiencia narrativa de Carlos, el individuo que acoge a Bobi en su casa, a través de párrafos que parecen no terminar jamás y que van cambiando los puntos de vista, las opciones y la desesperanza de este particular niño. A veces el narrador parece no respirar y avanza ligeramente a través de comas, puntos seguidos para describir las historias de Bobi en un Santiago cruzado por pobreza, desigualdad, clase media y por derrumbes socioculturales que hacen reconocibles espacios como Gran Avenida, Plaza Italia o el Cerro San Cristóbal. Droguett no descansa al describir el Chile de fines de los 60, el de la transición hacia los 70, el de los cambios. Bobi es un niño perro y como tal come carne cruda a la que a veces accede gratis en distintas carnicerías. Duerme en el suelo, sus patas caninas no las esconde y siente un relativo orgullo de su condición especial.  Son los otros los que lo odian y no lo respetan, los que lo hacen sufrir en un mundo hecho para los perfectos, los amparados. Ante los ojos de la gente, Bobi es un maldito, un peligro para la sociedad, una amenaza con “dientes perfectos”, como lo señala con preocupación el teniente de carabineros que constantemente persigue a Bobi y lo lleva al calabozo. Hay en la novela una constante crítica a la sociedad chilena, a su desidia, a su falta de compromiso, lo que plasma perfectamente la pluma de Droguett. La historia comienza de manera interesante y a ratos desconcierta, porque lo que le sucede al protagonista, en general, es aberrante.

Esta narrativa, que avanza y avanza sin descanso, tiene momentos de verdadera claustrofobia, especialmente cuando Bobi se ve envuelto en problemas. El narrador se concentra también en las relaciones que tiene el niño de las patas de perro frente a instituciones como la policía, el colegio y la iglesia. Bobi busca cierta acogida entre sus cercanos, desenvolverse libremente. En un principio los perros no lo ven como uno más de ellos y lo rechazan. Finalmente consigue lograr la aceptación perruna, pero es la institucionalidad encarnada en la policía y en colegio la que le escupe en la cara y lo sindica como un monstruo, un malnacido, un paria deforme que jamás va a lograr ser feliz.

“(…) si, tú tienes patas de perro, tú tienes patas visibles de perro, pero yo las tengo espirituales, yo las tengo en el ánimo y en el alma, somos dos hombres incompletos, dos perros no terminados, en vez de uno (…).”

Así le dice Carlos a Bobi, con angustia, tratando con todas sus fuerzas de entender lo que no se puede, lo que no se debe. Lo que vive el niño dentro de su cuerpo. Duele la discriminación, duele la censura, duele la incomprensión.

Es por eso que Droguett, autor también de “Eloy” y “El hombre que trasladaba ciudades”, entre otras obras, mantiene su importancia literaria actual con esta novela que aparece como un aullido, un lamento animal sin latitud planetaria, comprensible en todo el mundo. Son las patas de un perro unidas a un ser humano, la perfecta excusa para hablar de una herida abierta que no deja de doler. Es la sangre derramada por la discriminación y desigualdad que lleva siglos corriendo y, al parecer, no termina de secarse nunca.

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