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Paz a los niños que sufren los estragos
de las guerras imperiales.
Paz a las monjas descalzas que cuidan
con esmero a los desposeídos.
Paz a las familias que han perdido sus casas
en aquellos incendios intencionales.
Paz a la triste novia que todavía no conoce
a quien será su marido.
Paz a los enfermos que yacen solitarios
en los hospitales de provincia.
Paz a los travestis que son humillados
en las plazas públicas.
Paz a quienes han sido despojados
de sus legítimas herencias.
Paz a las mujeres que esperan que sus hijos
vuelvan sanos de las trincheras.
Paz a este viejo poeta que aún no define su epitafio.
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Aún no es tiempo. Bello mi querido Ragal