Poli Délano, una novela real. A cuatro años de su partida. Por Fernando Jerez

por La Nueva Mirada

Con Poli Délano mantuve una amistad estrecha durante muchos años y esa amistad, después de las naturales dificultades y no pocos desencuentros, siempre volvió con más fortaleza y sinceridad.

En algunos aspectos de nuestro comportamiento a veces parecía que no hubiésemos crecido. De vez en cuando nos llamábamos por teléfono cambiando el tono de manera que pareciera de otra persona. En ocasiones se trataba de causar sorpresa suplantando a un editor extranjero, o a un periodista internacional que viajaba desde Francia, Rusia o Afganistán con el propósito de entrevistarnos. Nuestras simulaciones solían ser livianas, nunca una llamada para decir pesadeces, ni simulábamos noticias que causaran daño al corazón, nunca que el otro se había ganado un premio millonario en un concurso internacional.

Practicábamos entre wiski y wiski ejercicios prosódicos diciendo con énfasis ciertos nombres o apellidos complicados. Nos gustaba pronunciar repetidas veces el nombre del economista y sociólogo norteamericano Thorstein Veblen. Se trataba de ensayar quién podía hacer mejor la diferencia entre la V corta y la B larga del apellido Veblen. También retábamos a nuestros amigos a que hicieran lo mismo.

Después de su primer libro, Gente solitaria (1960),  recibió numerosos e importantes premios, entre ellos, el Casa de las Américas, en Cuba; el Premio Nacional de Cuento, en México, el Premio Hispanoamericano de Cuento, el Premio Municipal de Santiago, entre otros. Quizás ha sido uno de los escritores más prolíficos de Chile. Publicó libros de cuentos, novelas, numerosas antologías en Chile y el extranjero, y también volúmenes que recogen los artículos que escribió en diarios y revistas. Aparte de las obras mencionadas, también las ofició de escritor fantasma en obras por encargo.  

Poli cuenta sus primeros pasos en la literatura a Roberto Bolaño en una entrevista: «Casi podría decir que la primera motivación que tuve para escribir fue un estímulo material. No se trataba de dinero sino de un viaje. En un periódico de la izquierda chilena había leído que se abría un concurso internacional (podían participar todos los países y todos los idiomas) para una obra de teatro y que el premio era un viaje a un festival de la juventud que se iba a efectuar, me parece, en Bucarest. Dieciséis debo de haber tenido. Un viaje a Bucarest, ¡fantástico!, dije con un optimismo sumamente ciego. Si hay que escribir, escribimos. Y me puse a la máquina y empecé a inventar personajes y poner lo que decían… Escribí una obrita en un acto que fue enviada a ese concurso donde no ganó ni el mínimo reconocimiento, porque la verdad es que debe haber sido muy mala, aunque la hice con mucha fuerza interna. No fui a Bucarest, pero me pasó algo más importante: al estar inventando cosas que hacían y decían los personajes de ese dramita, descubrí que me gustaba mucho estar escribiendo, que por ahí andaba mi onda y eso fue la partida, el despegue».

La literatura está íntimamente ligada a la biografía de sus autores. Sin embargo, alguna escuela crítica ha sostenido la necesidad de analizar las obras literarias con absoluta prescindencia de sus autores, así como en un laboratorio se analizan las sustancias extraídas de los cuerpos, ignorando el rostro del ser humano que las produjo, como si las pequeñas porciones no hubiesen sostenido el milagro de la vida. ¿Cómo lograr este frío procedimiento en el caso de Poli, un escritor cuya existencia estuvo tan íntimamente ligada a la belleza de la vida, pero también ligada al dolor de un padre que tempranamente pierde a su hija?

Alguien sostenía de Hemingway que todo lo que él tocaba lo convertía en literatura. Esta afirmación se hizo realidad con fuerza en Poli.
Fue un ser humano que despreciaba la retórica excesiva, los trajes a la medida, los zapatos lustrados a la perfección. Amaba el mar de Cartagena, las comidas con mariscos, sus buenos   tragos en una charla de amigos, y rendirse a las mujeres.  Pero también, como he dicho anteriormente, recibió dolores personales que sufrió en silencio, aparte de aquellos otros recogidos por vocación del entorno social: los sufrimientos que ocasiona la injusticia y la prepotencia en los más débiles. Un autor sensible que no pudo evitar el traspaso de esas realidades a su literatura haciéndola verosímil y emocionante. En una frase, el mundo que vivió fue el mundo que creó.

Poli careció por completo de esa gravedad solemne que suele agregar peso inútil a muchos escritores, actitud que fue una de las cualidades sobresalientes de sus libros. Le sobraba humor, pero a la vez actuó severo y mordaz frente a la pedantería y el desatino. En suma, perteneció a esa clase de hombres, de escritores, de intelectuales y artistas que siempre derrochan honestidad en sus actos, que actúan con independencia de espíritu y que resuelven el dilema que presenta el conflicto cotidiano con libertad y pleno sentido moral, a pesar de los riesgos que implica la honestidad.

 “Escribir sobre uno mismo es, de muchas maneras, como escribir sobre todos”.

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