Con todas sus limitaciones, el producto por habitante es un proxy de cierto valor al mirar el largo plazo. La historia económica de Chile y España está llena de coincidencias y distancias. Por motivos de espacio, solo describimos el largo proceso que nos ha traído hasta acá y las determinantes de la senda recorrida.
A la hora de tratar de reflejar el desarrollo de un país, resulta claro que el PIB per Cápita no es un buen indicador. La razón fundamental de este juicio es que, en su simpleza de dividir el producto de un país por la totalidad de sus habitantes, omite el problema de la distribución, que en países como Chile es relevante.
Hecha esta aclaración, y con el objetivo de enfocarnos en el desarrollo, hay que reconocer que aún no existe un consenso claro respecto a indicadores alternativos que permitan aproximar una visión respecto al bienestar de las sociedades, lo que está en la base del concepto de desarrollo. Por esta razón realizamos nuestro análisis a partir de este indicador, sin omitir las limitaciones señaladas.[1]
En los últimos sesenta años, el producto por habitante de Chile se ha crecido 32,7 veces, pasando de US$505 a US$ 16.500 en la unidad de medida que utiliza el Banco Mundial. En promedio, los países de la OCDE, por ejemplo, lo han hecho 31,5 veces, y España casi 76 veces.
Las variables explicativas son muchas y, finalmente, todas están vinculadas a las condiciones políticas que prevalecen en cada caso. Pero con todo, no deja de llamar la atención que en 1960 el PIB/hte. en Chile fuera de US$505 y en España de solo US$396.
En distintos momentos, la relación entre el per cápita de España respecto al de Chile ha variado significativamente, en particular cuando las crisis han afectado más a los países periféricos que a los desarrollados, o al revés, como en el caso de la crisis financiera de 2008, en que el impacto mayor estuvo justamente en el primer mundo.
A mediados de los años setenta, la relación del PIB por habitante entre España y Chile era de 1,2. Es decir, el de España era solo un 20% mayor. De allí en adelante, se observa la aparición de una brecha creciente, llegando a finales de los años ochenta a 5,5 veces. Determinar cuáles son las razones que explican esta diferencia en el tiempo, ha consumido toneladas de papel, mucho del cual se ha gastado en sofisticados algoritmos que han resultado el deleite de los econometristas. Todo tipo de correlaciones han poblado la economía del desarrollo, mientras innumerables hipótesis han terminado en la basura, al tiempo que otras han ascendido a los cielos del pensamiento económico. Sin embargo, en la mayoría de los casos, su poder explicativo tiende a reducirse significativamente a medida que los bites envejecen (el viejo Marx hablaría de la crítica demoledora de los ratones, para referirse a ese paso del tiempo).
Un primer acercamiento: la demografía
Sin pretender minimizar el aporte de las sofisticadas metodologías estadísticas que la econometría ha puesto a disposición del pensamiento económico para la comprensión de la realidad, la consideración de los aspectos políticos en los procesos contribuye a poner en contexto las variables y su incidencia en los procesos de crecimiento económico.
Una definición inicial es el escenario demográfico de ambos países. Detrás de lo evidente que es la diferencia poblacional, se encuentra el hecho que, en 1960, por cada habitante en Chile había 3,7 en España. Esta relación se ha reducido al año 2021, y ahora, por cada residente en Chile, hay 2,5 en España. Este mayor crecimiento de la población en Chile hace que la oferta de fuerza de trabajo sea una variable importante en el funcionamiento de la economía, pero al mismo tiempo exige una mayor productividad del trabajo para explicar el aumento del PIB per cápita.
Resulta claro que ambos países han realizado, en sus respectivas condiciones, la transición demográfica, y el número de habitantes está tendencialmente en una fase de estabilización, para luego enfrentar una reducción absoluta. Las razones son conocidas y tienen que ver con la mayor inclusión de la mujer en el mundo laboral y los cambios que ello acarrea sobre los comportamientos reproductivos.
Elementos de la historia reciente
A pesar de la impronta que la guerra civil dejó en España, el camino posterior tiene muchos aspectos que resultan coincidentes con el caso de Chile, en particular en lo relativo al desenvolvimiento económico.
Luego de terminada la guerra en 1939, la sociedad española estaba arruinada, física y socialmente, mientras en lo político quedaba sometida a largas décadas de dictadura. Este escenario se agudiza con la II GM y el aislamiento internacional en que queda el régimen franquista, por su connivencia con el bloque fascista.
En el caso de Chile, el final de la década del treinta es la clausura de un modelo primario expresada en la crisis del salitre. Luego de varios años de conflicto político, una nueva alianza social entre sectores medios y de trabajadores, materializada electoralmente en el Frente Popular, dio impulso al naciente desarrollismo, con la forma de un modelo de crecimiento endógeno de la industria mediante la sustitución de importaciones.[2]
Las décadas del 40 y 50 en España estuvieron marcadas por el intento autárquico del franquismo, que pretendía un modelo de capitalismo español de corte nacionalista y que pudiera responder a las condiciones de aislamiento. Sin embargo, en 1959 hubieron de abandonar esa pretensión, con un plan de estabilización y la adopción de políticas desarrollistas. En aquellos años, recién la renta per cápita era equivalente a la que había antes de la guerra civil.[3] La autarquía había ruralizado España, con más de la mitad de la población dedicada a actividades agrarias en 1940.
De este modo, mientras Chile salía de la monoproducción de salitre e intentaba avanzar hacia una economía urbana, pero ahora anclada a las exportaciones de cobre, España, de la mano de la voluntad de Washington de ampliar al bloque antisoviético en la guerra fría, comenzaba a salir de su aislamiento y se incorporaba a la ONU, al FMI y al Banco Mundial. Con ello, debió dejar atrás los años de la intervención decidida del Estado en la economía.[4] Lentamente, las ideas monetaristas iban ganando espacio en el debate de política económica y en los organismos multilaterales. El plan de estabilización y la salida de la autarquía sentó las bases de un nuevo modelo de desarrollo.
Hasta mediados de los años 60, España y Chile mantienen una cierta paridad de PIB per cápita, en torno a los US$680. De allí en adelante comienza a ampliarse una brecha que ya no se cerraría. En el caso de España, son los efectos directos del fin del aislamiento y del plan de estabilización que abre las puertas del desarrollismo. El mismo periodo, en el caso de Chile refleja el inicio de la fase de agotamiento del modelo desarrollista. La segunda mitad de los años 60, bajo el gobierno de Frei Montalva, fue el último intento por recuperar algo del dinamismo ya perdido.
La década del setenta está marcada, en el caso de España, por la transición a la democracia y los Pactos de la Moncloa, y en el caso de Chile, por el inicio de la dictadura y la instalación del modelo neoliberal. Mientras que los desequilibrios acumulados, producto de la crisis del petróleo en España, no afectaron significativamente la senda del producto por habitante y, por el contrario, hacia el final de esos años se observó un impulso importante. El caso de Chile resultó inverso. La crisis del gobierno popular y el golpe de Estado resultaron devastadores. En el último año del gobierno de Salvador Allende, el producto medio llegó a US$1.640, y recién a final de la década se logró superar ese valor.[5]
Uno de los determinantes del crecimiento de una economía es la inversión, y para ello, en general, hablamos de la Formación de Capital. En el caso de España, observamos el efecto del tardofranquismo en los primeros años de la década del 70. Posteriormente, la inversión tiende a recuperarse como resultado del proceso de incorporación del país a los circuitos comerciales europeos.[6] En el caso de Chile es evidente el deterioro de la confianza de la burguesía durante el gobierno popular, al igual que el paroxismo posterior al golpe de Estado.
En ambos casos está presente el efecto de la crisis petrolera de mediados de dicha década, y el escenario posterior es de consolidación de un nuevo modelo de desarrollo. En el caso de España, un camino del desarrollismo intervencionista hacia una apertura frente al nuevo escenario de integración, y en el caso de Chile, un salto al vacío de la desregulación y el capitalismo salvaje. Mientras en España se produce un paulatino ajuste de las tasas de inversión en un contexto de crecimiento del producto, en Chile aparecen los signos de la tradición rentista de la clase empresarial. La redistribución regresiva del ingreso fortalece una senda de acumulación depredadora.
Los años ochenta fueron definidos para el caso latinoamericano como “la década perdida”. La mayor parte de los países de la región estaban ensayando modelos de economía abierta y desregulada, propiciados por los organismos multilaterales cuyo dinamismo estaba anclado al crecimiento de una demanda interna estimulada por el dinero barato que deambulaba por los circuitos internacionales proveniente de los llamados “petrodólares”.
Este escenario paradisiaco para un sector financiero que, con muy escasa regulación, conseguía dinero de modo abundante y a tasas bajas en el mercado internacional, para ofertarlo a precios exorbitantes a consumidores domésticos que anhelaban los más diversos bienes de consumo importados de oriente, vio cerrarse el grifo de su financiamiento, precipitando el colapso del castillo de naipes.[7] Si América Latina experimentó en su conjunto una fuerte sacudida y una crisis social de gran magnitud al enfrentar un volumen de deuda impagable, Chile descendió a los infiernos. El PIB por habitante de 1981, que era de US$2.980, cayó en 1985 hasta los US$1.444.[8] Es decir, era menos de la mitad que el año inicial. Esto, unido al nivel que alcanzó el desempleo, situaba a Chile en un cuadro similar al vivido durante la crisis de 1929, a lo que ahora se sumaba la barbarie dictatorial.
Comparativamente, España lograba sortear sin gran dramatismo la crisis mundial producida.[9] Luego de 1985, la recuperación de la inversión se acompañaba de un crecimiento del producto y del PIB por habitante significativo. Si en 1980 ese valor llegaba a los US$6.209, tres años más tarde era de solo US$4.479, pero al final de la década llegaba a US$10.682.[10] En este proceso de recuperación, tuvo particular efecto la incorporación del país a la CEE en 1985. Posteriormente se evidenció un crecimiento apoyado en la demanda interna, con una inflación controlada y con cierto equilibrio externo.
El gobierno de Felipe González se inició con una política de ajuste y reconversión para enfrentar la crisis mundial. Diversos sectores industriales que enfrentaban problemas de competitividad en un nuevo contexto de integración, experimentaron una reconversión forzada y de alto costo social. Lo propio ocurrió con la banca española, a quien la crisis obligó a aceptar un nuevo marco regulatorio auspiciado por el Banco de España. El conjunto de iniciativas de este periodo dio un gran empuje a la economía, al punto que fue el escenario más favorable que vivió la gran empresa, con una rentabilidad anual promedio del IBEX35 de 12,7%.[11]
Los años 90 es la época de la globalización y el mundo unipolar. La desaparición de la URSS y el campo socialista propició incluso una visión delirante en que se dio por fallecida a la historia.[12] El triunfo del capitalismo y la democracia liberal frente al desafío socialista, empujaba al mundo a una profunda reestructuración productiva con una nueva división internacional del trabajo y en que China emergía como la nueva y gran factoría global.
El desempeño de la economía española está fuertemente ligado al comportamiento de esta reconversión que supuso un declive del sector industrial en favor de un sector de servicios orientado preferentemente a subsectores de baja calificación como es el turismo.
La década se inicia con grandes iniciativas públicas, como es la Exposición Universal de Sevilla y los JJ.OO. de Barcelona en 1992, lo que se materializó con abundantes obras de infraestructura que impulsaron el dinamismo económico. Sin embargo, las tensiones derivadas de la Guerra del Golfo y la inestabilidad del precio del petróleo, junto a la crisis inmobiliaria originada en Japón, subyacían a la aparente prosperidad. Cuando el impulso del gasto público comenzó a desaparecer, la crisis se expresó en toda su magnitud. La caída de la inversión arrastró al país a una recesión y en 1994, uno de cada cuatro trabajadores estaba sin empleo.
En la segunda mitad de la década, el gobierno de derecha de J.M. Aznar impulsó una era de privatizaciones, con el objeto de reducir la deuda y el déficit público, al tiempo que las ayudas europeas y un escenario internacional más favorable apoyaron la recuperación de la inversión y el crecimiento.[13]
Para Chile, la década del noventa tuvo como contexto el inicio de la transición a la democracia. La grave situación social finalizada la dictadura condicionó que el desempeño económico resultara significativo. Distintas reformas sociales y políticas de promoción permitieron reducir la pobreza, que afectaba a la mitad de la población a inicios del periodo, y duplicar el ingreso por habitante, que en 1990 era de US$2.495 y llegó antes de la Crisis Asiática a US$5.798 en 1997. Uno de los elementos distintivos de este periodo es la estabilidad de la senda de crecimiento, inflación descendente y equilibrio fiscal.[14] Sin embargo, en ese contexto de crecimiento, las brechas distributivas heredadas de la dictadura se mantuvieron imperturbables.[15]
Si bien el cambio de siglo estuvo jalonado por sucesivas crisis financieras desde 1997 en adelante, el mundo vivió cierta estabilidad durante la primera década, alimentada nuevamente por una gran afluencia de dinero barato. Una evidencia del crecimiento experimentado es que el ingreso por habitante más que se duplicó en ambos casos. En España, entre el año 2000 y 2010 se multiplicó por 2,1, y en Chile lo hizo por 2,5.
La reconversión productiva, iniciada en la década anterior, hizo de España una economía de servicios de bajo valor agregado y, salvo en algunas regiones de mayor tradición productiva, como Catalunya y Euskadi, el aumento del ingreso estuvo fuertemente vinculado a la expansión del sector inmobiliario. Esta situación, que no fue privativa de España, se manifestó en un sector financiero que reproducía artificialmente la llamada “economía del ladrillo”.
Hacia finales de la década y meses antes de evidenciarse la crisis “subprime” con la caída del Lehman Brothers en Estados Unidos, comenzaba el “pinchazo” de la burbuja inmobiliaria en España. El sistema financiero español se quedó sin liquidez y el precio de las viviendas cayó un 40%.[16] La crisis generalizada de las economías en Europa fue enfrentada con una política de austeridad y reducción del gasto público que, en el caso de España, profundizó la crisis social. La inversión se derrumbó desde un equivalente al 31% del PIB en 2007 a 17% en 2013, al tiempo que el PIB por habitante se redujo de US$35.500 a US$28.300.
En el caso de Chile, la situación resultó menos grave. Una política de gasto público contracíclico permitió que el impacto resultara más acotado, tal como ocurrió en distintos otros países del tercer mundo. La primera década había fundado su dinamismo en una economía reprimarizada, y con un dinamismo asociado al consumo vía deuda privada y crecientemente dependiente de los ciclos de precios en el mercado del cobre.
Resulta indudable que la década pasada ha estado fuertemente marcada por los esfuerzos de recuperación de la crisis subprime, en los años iniciales y por la pandemia el año 2020. Ambos eventos deterioraron gravemente el bienestar de las sociedades. En el caso de Chile, el ingreso por habitante se incrementó casi en 30% durante la última década, mientras que en España tuvo una variación del -1,4%. En términos de producto, el desempeño de Chile ha resultado superior, en tanto que su población se ha incrementado en un 12,6%, y en España solo un 1,6%.
Sin embargo, tendencialmente la situación de Chile es de mayor compromiso. Desde el año 2011 la sociedad chilena experimenta un agotamiento de su modelo de desarrollo, y una de sus expresiones es la caída tendencial de la inversión. Esto limita fuertemente las posibilidades de crecimiento del producto en lo inmediato.
Una mirada de conjunto
Más de medio siglo de evolución del producto por habitante y la inversión, permite un acercamiento que identifique aspectos coincidentes y aquellos que no lo son. Chile y España son realidades distintas y han tenido un desenvolvimiento también distinto en la historia reciente. Sin embargo, también comparten ciertos rasgos comunes que cabe explorar.
Ambas economías pasaron por una etapa primaria. En el caso de España, la guerra supuso un deterioro severo de las condiciones del progreso económico. En el caso de Chile, la etapa primaria debió abandonarse de manera abrupta con la crisis del salitre, momento en el cual se inició el esfuerzo industrializador. Así, mientras España propugnaba la autarquía, Chile impulsaba la sustitución de importaciones de la mano de una burguesía que trataba de fortalecerse al amparo del Estado. Ambos países debieron desarrollar planes de estabilización hacia finales de los años 50, cuando los modelos de crecimiento enfrentaban cuellos de botella externos que limitaban su expansión.
El impulso desarrollista de España de la década del sesenta, que tiene como palanca la reintegración a un escenario internacional condicionado por la guerra fría, es coincidente con el esfuerzo industrializador dinamizado desde la Alianza para el Progreso que propugna Estados Unidos en América Latina.
Es a mediados de los años 70 cuando se produce la gran divergencia. Cuando en España comienza la transición posdictatorial, Chile inicia la larga noche del neoliberalismo. Son los años en que se consolida el mercado europeo y España se encuentra de regreso en las instituciones multilaterales. Frente a esas expectativas, la inversión de la burguesía española se situó en una media equivalente al 27,5% del PIB, mientras que sus congéneres chilenos solo invertían un equivalente al 15,6% del PIB.
Los años 80 solo consolidan y ensanchan esta brecha. Los llamados Pactos de la Moncloa sientan las bases de un periodo de expansión del capitalismo español, abordando algunos de los derechos sociales postergados desde la segunda República y permitiendo una senda de expansión que duraría una década. Por el contrario, el capitalismo salvaje ensayado en Chile hizo de los años 80 una década perdida en términos de bienestar y solo recobró dinamismo de la mano de un 33% de desocupación que propiciaba una mano de obra barata y carente de todo derecho colectivo.
El escenario de crecimiento en Chile posee un fuerte componente de exclusión y el crecimiento del PIB per cápita está lejos de reflejar un bienestar general de la población.
Hasta entrado el presente siglo, la distribución del ingreso
en Chile reflejaba la forma adoptada por la acumulación de capital. Un
escenario opuesto al de España, en que dicha acumulación se da siempre en un
contexto de mayor equidad relativa, a lo cual contribuyen de manera decisiva los
pactos sociales que están en la base de la modernización de la economía
española. En Chile, dichos pactos no ocurrieron, y el escenario producido en
los últimos años se caracteriza por la caída de la inversión y el estancamiento
del PIB per cápita. Si algo se puede concluir al observar la historia
económica es que la burguesía tiene buen olfato; cuando percibe que un modelo
se agota, ello se traslada de inmediato a sus decisiones de inversión.
[1] Todos los gráficos y antecedentes estadísticos presentados en este artículo han sido elaborados con datos del Banco Mundial, usando como moneda constante dólares actuales.
[2] Cariola, C. y Sunkel, O. (1983) “Un siglo de historia económica de Chile 1830 – 1930” Ediciones de Cultura Hispánica”
[3] Biescas, J.A. “La economía española durante el periodo franquista” en file:///Users/patricioescobar/Downloads/Dialnet-LaEconomiaEspanolaDuranteElPeriodoFranquista-4813844.pdf
[4] Ver De la Torre, J. y Rubio-Varas, M. (2015) “La financiación exterior del desarrollo industrial a través del IEME (1950 – 1982” Estudios de Historia Económica Nº69. Banco de España. https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/PublicacionesSeriadas/EstudiosHistoriaEconomica/Fic/roja69.pdf
[5] Datos del Banco Mundial https://datos.bancomundial.org/
[6] Domínguez, J.M. “La crisis de los años 70 y los Pactos de la Moncloa”. En file:///Users/patricioescobar/Downloads/Dialnet-LaCrisisEconomicaDeLosAnos70YLosPactosDeLaMoncloa-6407647.pdf
[7] Sanhueza, G. (abril 1999) La crisis financiera de los años ochenta en Chile. Análisis de sus soluciones y su costo. En “Revista de Economía Chilena” Volumen 2, Nº1. Ed. Banco Central de Chile. https://si2.bcentral.cl/public/pdf/revista-economia/1999/abr/BCCh-rec-v02n1abr1999p043-068.pdf
[8] Datos del Banco Mundial https://datos.bancomundial.org/
[9] Pérez, F. (2007) “Claves del desarrollo a largo plazo de la economía española” Ed. Fundación BBVA. En https://www.fbbva.es/wp-content/uploads/2017/05/dat/DE_2007_IVIE_claves_desarrollo.pdf
[10] [10] Datos del Banco Mundial https://datos.bancomundial.org/
[11] https://www.finanzas.com/coyuntura/economia-felipe-gonzalez-fue-el-presidente-mas-rentable-para-el-ibex-35-12-7-y-pedro-sanchez-el-menos-1-99_14016885_102.html
[12] Fukuyama, F. (1992) “El finde la historia y el último hombre” Ed. Planeta. Madrid, España.
[13] Ramos, C y Robles, L. (2009) Cambio estructural en España (1980 – 2000). En Estadística Española, Vol. 51, núm. 172, págs. 505 a 541. file:///Users/patricioescobar/Downloads/172_5%20(1).pdf
[14] https://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/spa/2000/03/pdf/aninat.pdf
[15] En 1990 el 10% más pobre de la población recibía el 1,4% del total del ingreso nacional; diez años después, solo recibía el 1,1%. Mientras el 10% más rico recibía el 42,2% en 1990, en el año 2000 alcanzaba el 42,3%.
[16] https://www.rtve.es/noticias/20111021/numero-hipotecas-constituidas-marca-agosto-su-peor-dato-desde-2003-caer-417/469840.shtml